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El ejercicio del poder es un laberinto difícil de explorar. No me extraña que atraiga a todo tipo de jugadores, decentes y tahúres. Siempre tiene una parte oculta, que sirve para alimentar las teorías de la conspiración. Ante la dificultad de penetrar en la sala de máquinas del poder, el asunto suele despacharse con generalidades. “Las grandes multinacionales tienen más poder que los Estados”, por ejemplo. Charles Wright Mills pensaba que el problema básico del poder consiste en determinar quienes intervienen en las decisiones. ¿Esto es verdad o es una tontería? Parece que quien toma la decisión es quien está en el puesto de mando, pero salvo en tiranías hipertrofiadas, el jefe tiene que metabolizar una serie de presiones, intereses, y manías. La complejidad de las influencias se hace impenetrable, y es difícil saber al final por qué se hizo lo que se hizo. Es probable que la colosal capacidad de manejar información que tienen las nuevas tecnologías permita la expansión de una técnica histórica poco cultivada porque resulta abrumadora: la “prosopografía”, es decir, el estudio de los acontecimientos históricos a partir de las biografías de los que intervinieron en él. Lewis B.  Namier y Sir Ronald Syme son dos mártires de este tipo de investigación. Namier estudio las decisiones del Parlamento inglés durante el reinado de Jorge III, analizando la biografía de cada uno de los miembros de la Cámara de los Comunes, incluidos los registros testamentarios y de impuestos, para conocer los intereses de los parlamentarios. Fue admirador y paciente de Freud, y un pionero de la psicohistoria, por lo que le aplaudimos desde el Panóptico. Sir Ronald Syme decidió estudiar la “governing class”, el papel de la clase dominante, pero del Imperio romano. Durante más de sesenta años toda su obra estuvo dedicada a estudiar el comportamiento de la minoría gobernante en Roma, la evaluación de las interrelaciones sociopolíticas de los distintos magnates y sus núcleos familiares. Fascinado por su obra, intenté hacer lo mismo con los personajes que intervinieron en la redacción de la Declaración de los derechos del hombre y del ciudadano”, en 1789. No tuve su espíritu de sacrificio, y quedé como el zorro de la fábula, diciendo: Están verdes. Pero el proyecto es magnífico. Imagínense lo que sería un estudio de la Constitución española de 1978 a partir de la biografía de todos los que intervinieron -directa o indirectamente- en ella. Creo que es el paso al límite de la historia, que acabará siendo posible con las tecnologías Big data. Mientras llega ese momento, tenemos que aprovechar lo que tenemos. Intentando precisar el alcance del poder, Chamberlain estudió 90 importantes proyectos aprobados por el gobierno de Estados Unidos entre 1882 y 1940. En 19 prevaleció el poder presidencial, el del Congreso en 35, el de ambos en 29, y los grupos de presión influyeron en 7. Creo que el estudio simplifica demasiado el asunto, porque las influencias se dan en diferentes niveles, más o menos visibles.

Una de las cuestiones que aparece una y otra vez es si el poder económico es mayor que el político. Las posturas políticas tienen una respuesta prefabricada. Para las izquierdas, el poder económico es mayor; para el liberalismo, lo es el poder del Estado. De puro simplificadoras resultan inutilizables. Los expertos tampoco coinciden. C.Wright Mill y Floyd Hunter consideran que la élite económica ostenta el poder. Pero me interesa más la postura de Arnold Rose en su obra La estructura del poder. Defiende una teoría múltiple del poder, e intenta precisar cuáles son las estrategias concretas mediante las cuales el poder económico puede influir en la política:

1

La corrupción. El dinero puede comprar a los políticos. Es el más elemental
2

Introduciendo representantes de la empresa en los sistemas de gobierno.
3

Amenazando con apoyar o frenar las acciones del gobierno.
4

Ayudando a los partidos en sus campañas políticas.
5

Influyendo en los políticos cuando piensan en su futuro después de la política. El poder de un político es muy intenso, pero en un sistema democrático es normalmente breve. El poder económico puede ser menos intenso, pero de mayor duración. En ese apartado hay que incluir las puertas giratorias.
6

Gestiones internacionales. El mundo económico tiene enlaces que los gobiernos pueden no tener.
7

Hacer creer a los gobiernos que el poder económico es mayor de lo que realmente es.
8

Influir en la opinión pública a través de los medios de comunicación, pagando campañas.
9

Las empresas pueden hacer “huelga política” y no colaborar con medidas del gobierno. Pueden, por ejemplo, amenazar con cambiar la localización de sus empresas, y dirigir sus inversiones a otros países.

Creo que Rose no ha mencionado todas las posibles vías de influencia. Una de ellas es el “déficit cognitivo” de los gobiernos. El mundo económico atrae a los mayores talentos. Las grandes empresas de tecnología pueden disponer de más información que los gobiernos. Hay, además, un “efecto marco” que resulta muy interesante para un observador del triunfo y fracaso de las ideas. El marxismo se empeñó en demostrar que eran los factores económicos los que dirigían todas las actividades humanas. Fracasó, pero fue sustituido por el sistema liberal que afirma que el “homo oeconomicus” es el que dirige el comportamiento de las sociedades. El “homo oeconomicus” se caracteriza por la búsqueda racional del propio interés, con lo que ineluctablemente colabora al bienestar común. Es fácil reconocer las semejanzas. Ambas teorías ponen lo económico en el núcleo de la actividad humana, pero unos ven en ello una fuente de desigualdad e injusticia, y otros una fuente de prosperidad y libertad. El enfrentamiento de las ideologías puede suscitar un escepticismo aquejado de melancolía por las certezas perdidas, pero desde el Panóptico se las contempla de una manera menos sentimental. Todas ellas son exageraciones. La exageración se diferencia del disparate porque tiene una parte de verdad, pero deformada por una mala graduación de las gafas intelectuales.

Han quedado claras las formas en que el poder económico puede influir en el político, pero queda por estudiar las formas en que el poder político puede controlar al económico. Quedará para otra entrada.