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Uno de los efectos beneficiosos de la Inteligencia Artificial (IA) es que nos ha permitido conocer mejor la inteligencia humana. El gran parón que se dio en los sesenta (el invierno de la IA) nos descubrió que algo tan aparentemente sencillo como leer una carta manuscrita exigía una capacidad de computación que los ordenadores de entonces no eran capaces de ejecutar. El último gran salto en IA lo han dado los programas capaces de aprender, el llamado “Deep learning”. Lo verdaderamente eficaz no es dotar a los programas de lógicas formales poderosísimas, sino de un sistema de aprendizaje por ensayo y error a altísimas velocidades. El sistema AlphaZero aprende a jugar al ajedrez a un alto nivel en seis horas, jugando y aprendiendo de los errores. Lo que pretendo en El deseo interminable es convertir la historia de la humanidad en un programa AlphaZero vital que nosotros recibimos compilado, y por eso ni lo entendemos ni lo valoramos.

Solo en los libros de psicología existe la inteligencia como facultad individual. En la realidad sólo hay inteligencias que se desarrollan en un entorno que las estimula o las deprime. Por eso es tan importante vivir entornos inteligentes. En los años cincuenta, Arthur Samuel, un diseñador informático de IBM, diseñó un programa que aprendía a jugar a las damas lo suficientemente bien como para derrotar a jugadores expertos. Pero Samuel comprobó que su nivel mejoraba cuando competía con jugadores de gran nivel y empeoraba cuando lo hacía con jugadores mediocres. En 2015, Microsoft lanzó el programa Tay, diseñado para aprender a mantener en redes sociales una conversación informal y divertida con usuarios entre 18 y 24 años. A las 24 horas fue retirado porque lo que había aprendido en esa conversación eran contenidos machistas, xenófobos y violentos. En la vida política sucede algo parecido: si la oposición es inteligente obligará al gobierno a elevar su inteligencia. Si la oposición es torpe, acabará por convertirse en torpe, o viceversa.

La inevitable influencia mutua que se da en la interacción puede producir una regresión inhumana o un progreso humano.

Respecto de la sociedad civil sucede lo mismo. Si su conversación interna no es inteligente, generará una clase política no inteligente. Otro ejemplo más: la política internacional. Tener que “conversar” con un dictador con influencia transnacional como Putin obliga al resto de participantes a ponerse a su altura.  Si apela a la violencia para hacerse oír, nos condena a todos a aumentar el gasto en armamento., y es inútil pensar que es un desperdicio de dinero y de talento. Si se empeña en hacernos regresar a la selva, acabaríamos regresando.

La inevitable influencia mutua que se da en la interacción puede producir una regresión inhumana o un progreso humano. Podemos vivir en una sociedad inteligente o en una sociedad estúpida. Movidos por corrientes ascendentes o por corrientes descendentes. Por eso es tan importante no solo cuidar la educación propia sino también la educación de los demás. Creo que este mecanismo evolutivo implacable, que nos aboca a la atrocidad o a la grandeza, debería enseñarse en todas las escuelas, como se enseñan la fisiología humana, las patologías y las normas higiénicas de prevención. En eso estoy.