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Los expertos clasifican las motivaciones atendiendo a las satisfacciones que buscan. Si se encuentra la satisfacción en el propio desarrollo de la actividad, lo llaman “motivación intrínseca”. Jugar, por ejemplo. Si lo que se busca es un premio, se considera una “motivación extrínseca” a la tarea. Juego para ganar dinero. Esa división es un poco tosca. A veces el premio no es extrínseco a la tarea, pero tampoco es la tarea misma. Por ejemplo, alcanzar cumbre para el alpinista. Podemos llamarlas “motivaciones íntimas”. Así sucede con el sentimiento de logro, de haber sido capaz, de orgullo por lo conseguido.  Conviene recordar que las motivaciones humanas no suelen darse aisladas, salvo en casos que rondan lo patológico, como lo sería un individuo cuya motivación fuera exclusivamente el placer sexual. Unido a él pueden ir otras motivaciones añadidas: el sentimiento de poder, de dominación, de venganza, de liberación, de conquista, de amor, etc.

A sabiendas de estas dificultades, suelo organizar las motivaciones alrededor de tres deseos principales. El modo de mezclarlos nos da pistas para entender, por una parte, la personalidad de un individuo, y, por otra, algunas características de su cultura. Esos tres deseos son:

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El deseo de bienestar personal

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El deseo de relacionarse socialmente, formar parte de un grupo o ser aceptado

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El deseo de ampliar las posibilidades de acción

La clasificación falla porque todas las motivaciones buscan una satisfacción personal, y la diferencia es puramente de énfasis. Voy a detallarlos:

El deseo de bienestar personal

Es un deseo hedónico, relacionado con el placer. Alcanzar nuestra meta siempre causa una satisfacción, pero esa satisfacción podemos llamarla hedónica cuando comienza en mi deseo de bienestar y termina en mi deseo de bienestar. La madre o el padre que se levanta a las cuatro de la madrugada para atender a su bebe no está experimentando ningún placer, A lo sumo, está satisfaciendo el anhelo global de que su niño esté bien y de cuidarlo. En cambio, si como una rica comida, disfruto yo; si mantengo relaciones sexuales, disfruto yo; si escucho música, si duermo, soy yo quien lo hace. En el momento de sentirlos estoy encerrado en mí. Otra cosa es que ese deseo y esos placeres puedan mezclarse con otros. Puedo comer con amigos o disfrutar sexualmente con la persona amada. Las variaciones del instinto sexual en los humanos es un claro ejemplo de la arborescencia cultural de nuestros deseos biológicos. Este carácter mestizo, expansivo de nuestras motivaciones básicas protagonizará gran parte de El deseo interminable.
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El deseo de relacionarse socialmente, formar parte de un grupo ser aceptado

Los humanos somos seres sociales. Las piedras coexisten, las personas conviven. La inteligencia humana se ha configurado socialmente, porque gran parte de sus habilidades dependen de la sociedad, por ejemplo, el lenguaje o los mecanismos de control del comportamiento. La necesidad de pertenencia, de cooperación, de sociabilidad son esenciales al ser humano, por eso nada ha temido tanto el hombre como ser excluido, desterrado o despreciado. La aceptación por el grupo, la necesidad de reputación y estatus, la importancia de la gloria como motor de la acción son aspiraciones universales.
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El deseo de ampliar las posibilidades de acción

Es el deseo más específicamente humano, porque es el que nos lanza a metas lejanas, altas, ideales, ilimitadas. Incluye muchos deseos analizados por los psicólogos, pero los unifico porque todos ellos suponen un aumento de las posibilidades del sujeto y una afirmación del propio “yo”.

Se ha llamado de muchas maneras: sentirse competente (Dweck, White, Alonso Tapia), autonomía (Deci, Ryan), controlar el entorno (Dweck, Skinner), logro (McClelland), eficacia (Bandura, Schunck, De Charms, Deci, Ryan), dominio (Harter), defensa de la propia habilidad (Uames, Andermas, Maehr), autorrealización (Maslow), esfuerzo por realizarse, mantener y acrecentar la experiencia (Rogers), competencia, autonomía (Connell, McCombs, Stipek), dotar de significado (Maehrm Frankl), búsqueda del sí mismo ideal (Markus, Nurius), tendencia al progreso (Nuttin), voluntad de poder (Hobbes), deseo de poder y gloria (Russell), causalidad personal (Heider, DeCharms), curiosidad, afán e explorar (Berlyne, Spielberg, Starr), deseo de alcanzar lo difícil (Tomás de Aquino). Nietzsche considero la “voluntad de poder” como “el hecho último al que podemos descender”. La filosofía postmoderna, con Foucault a la cabeza, considera que la estructura básica de la sociedad es la que distingue entre dominadores y dominados. Dentro del psicoanálisis, Jung afirmó que el motivo radical era la búsqueda de la autorrealización, y Adler, el esfuerzo de superación. Norbert Elias señaló el profundo impulso por controlar la naturaleza, a los demás y a uno mismo.

Tal cantidad de denominaciones revela una de las carencias de la Psicología: la ausencia de un sistema conceptual bien establecido. La Psiquiatría, que padecía el mismo problema, lo solucionó con la elaboración del Diagnostic and Statistical Manual of Mental Disorders o DSM), editado por la American Psychiatric Association (APA). La Psicología no ha seguido su ejemplo por ahora.

A pesar de sus imperfecciones, creo que organizar las motivaciones en tres grandes grupos es útil. En El deseo interminable tendré que contar como esos deseos se mezclan e interfieren. Pensemos en la necesidad de ser reconocido, que, para Hegel, Honneth y Fukuyama explica parte de los comportamientos humanos. Deriva del deseo de aceptación social y también del de ampliación de posibilidades, de afirmación del yo. La gloria es un ejemplo claro, de esta mezcla de sociabilidad y de egocentrismo, como estudie en la monografía Fama, gloria y honor.