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La Semana Santa me ha sorprendido redactando El deseo interminable, una historia de la evolución de las culturas interpretada como historia de la búsqueda de la felicidad. Era inevitable relacionar ambos hechos. Las religiones tienen una especial relación con la búsqueda de la felicidad. Todas ellas ofrecen alguna respuesta a ese problema. Howard Munford Jones en The Pursuit of Happiness escribe: una historia de la felicidad sería “no solo una historia de la humanidad, sino también una historia de la ética, la filosofía y el pensamiento religioso” (p. 63).

En efecto, todas las religiones han indicado un camino para la felicidad. El profeta Isaías atribuye a Yahvé una bellísima promesa:

“Yo voy a crear un cielo nuevo y una tierra nueva. Lo pasado quedará olvidado, nadie se volverá a acordar de ello. Llénense de gozo y alegría para siempre por lo que voy a crear, porque voy a crear una Jerusalén feliz y un pueblo contento que viva en ella. Yo mismo me alegraré por Jerusalén y sentiré gozo por mi pueblo. En ella no se volverá a oír llanto ni gritos de angustia. Allí no habrá niños que mueran a los pocos días, ni ancianos que no completen su vida. Morir a los cien años será morir joven, y no llegar a los cien años será una maldición. La gente construirá casas y vivirá en ellas, sembrará viñedos y comerá sus uvas. No sucederá que uno construya y otro viva allí, o que uno siembre y otro se aproveche. Mi pueblo tendrá una vida larga, como la de un árbol; mis elegidos disfrutarán del trabajo de sus manos. No trabajarán en vano ni tendrán hijos que mueran antes de tiempo, porque ellos son descendientes de los que el Señor ha bendecido, y lo mismo serán sus descendientes. Antes que ellos me llamen, yo les responderé; antes que terminen de hablar, yo los escucharé. El lobo y el cordero comerán juntos, el león comerá pasto, como el buey, y la serpiente se alimentará de tierra. En todo mi monte santo no habrá quien haga ningún daño.» El Señor lo ha dicho. (Is. 65, 17).

En Roma había templos dedicados a la diosa Felicidad. Los cristianos se burlaban de ellos. “Si los ritos paganos fueran verdaderos, -escribe san Agustín- y la felicidad fuera una diosa, ¿por qué no se ha establecido que ella fuera la única adorada, puesto que concede todas las bendiciones, y de esa económica manera llevar a un hombre a la felicidad? ¿Quiere la gente algo por otra razón que alcanzar la felicidad? (Ciudad de Dios, I, lib.4, cap.18-25). Al comentar el heroísmo de los mártires, comenta: “La única razón, creo, por la que todos los mártires sufrieron y confesaron su fe, fue disfrutar de una felicidad perpetua “(Sermón 282).

Las religiones han sido las grandes educadoras afectivas de la humanidad. Han propuesto nuevos valores y generado nuevos sentimientos. Hay un momento decisivo en la historia de la humanidad, que se llama “era axial”, el momento eje en que nuestra especie experimentó un giro.  Aparecieron las grandes religiones que todavía dibujan el mapa de las civilizaciones. Lo más sorprendente es que están relacionadas con nombres propios, con personajes que son, sin ninguna duda, los más influyentes de la historia: Zoroastro, los autores de los Vedas, Mahavira, Buda, Lao Tzu, Confucio, Moisés, los profetas de Israel, Sócrates. Y en la estela de los profetas de Israel, Jesús de Nazaret y Mahoma.  Vivieron en un espacio temporal bastante estrecho y, en cierto sentido, su obra es un ejemplo más de las creaciones en paralelo que se dan en la historia: invención de las herramientas líticas, la cerámica, la metalurgia, la agricultura, las ciudades, la escritura, el dinero, etc.

Tengo la convicción de que asistir a la evolución de las religiones puede fundar una filosofía de la religión más profunda que la que se basa en una religión ya elaborada por los teólogos

Desde el Panóptico, la influencia de estas gigantescas personalidades se convierte en un importante tema de estudio. ¿Cómo actúan en la historia? Hegel decía que el papel de los grandes personajes históricos es decir a los hombres lo que deben querer. Cada uno de los mencionados abrió una corriente de experiencia que continua hasta ahora. Son tradiciones que trabajan sobre sí mismas a lo largo de los siglos, aguzando la sensibilidad, explorando caminos, confundiéndose, acertando, reflexionando sobre su propia tarea. No solo las religiones experimentan ese trabajo interior. Lo mismo sucede en otras poderosas tradiciones culturales, artísticas, ideológicas, poéticas. En el caso de las grandes religiones, cada una de ellas a partir de un hecho fundador abre una corriente de experiencia que va a ser trabajada por sus fieles a lo largo de los siglos. En este sentido son una creación compartida y coral. Wilfred Cantwell Smith, un interesante estudioso de estos temas, escribe: “Buda no produjo la religión budista, que las siguientes generaciones habrían recibido como una entidad o idea fija y autosubsistente. Mas bien la activa y activadora respuesta, la implicación participativa de esas generaciones han construido y continúan construyendo la permanente vitalidad de esa empresa dinámica. Confucio fue, sin duda, un hombre excepcionalmente sabio, pero el confucianismo es el producto de la fe de los chinos que durante veinticinco siglos han encontrado a través de su compromiso con el Ju Chiao, su tradición clásica, la posibilidad de vivir vidas ricas e íntegras y valerosas y alcanzar la armonía social, de una manera que les daba un último significado”. Respecto del cristianismo podríamos decir otro tanto. Gregorio Magno llega a escribir en el siglo VI: “La Sagrada Escritura crece con quien la lee” (Homiliae in Hiezechielem prophetam, I, 3, 18).

Tengo la convicción de que asistir a la evolución de las religiones puede fundar una filosofía de la religión más profunda que la que se basa en una religión ya elaborada por los teólogos. ¿Por qué produjeron nuestros ancestros -con un cerebro todavía en pleno desarrollo- algo parecido a una religión, es decir, la creencia en que había un mundo visible y un mundo invisible? El comienzo de todas las grandes corrientes culturales -la pintura, la música, los mitos, la ciencia, etc.- no fueron buscadas voluntariamente. Non intelligendo humani fit omnia, escribió Vico. Lo humanos han hecho todo sin saber lo que hacían. La gigantesca máquina de producir ocurrencias que es su cerebro produjo lo que llamamos religión. Hay dos modos de estudiar su origen: pensar que encontraron lo sagrado porque estaba fuera de ellos, en la realidad; pensar que crearon lo sagrado porque respondía al propio funcionamiento de su inteligencia. Esta es, por ejemplo, la tesis de E. Fuller Torrey en su libro Evolving Brains Emerging Gods. Early Humans and the origins of religions” (Columbia University, 2017).

Estudiar la evolución de la experiencia religiosa, lo mismo que estudiar la experiencia artística, científica, legislativa, política, moral me parece un camino más interesante que estudiar lo que los expertos han dicho sobre ellas. Esto viene después. La evolución de las culturas aspira a estudiar las experiencias humanas desde dentro, in statu nascendi, siguiendo el azaroso avance de las energías creadoras. La filosofía es una reflexión sobre sí misma de la experiencia filosófica. La filosofía de las religiones debe hacer lo mismo. Recuerdo la convicción con que Mircea Eliade afirmaba que el estudio de la historia de las religiones podía fundar un nuevo humanismo. Creo que exageraba, porque ese nuevo humanismo debe incluir todas las profundas experiencias humanas, pero, sin duda, también la religiosa. De su estudio podemos sacar muchas enseñanzas. En la entrada de mañana voy a aplicar esta tesis a un caso que hará escandalizarse a muchos multiculturalistas precipitados: ¿Hay religiones más perfectas que otras?

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