Skip to main content

Mis archivos están llenos de notas sobre el comportamiento de los poderosos, en especial de los políticos. Forman parte del viejo proyecto de descubrir los mecanismos del acceso al poder, su ejercicio y su mantenimiento. Desde Maquiavelo hemos aprendido muchas cosas. Fréderic Encel, politólogo de la Paris School of Business acaba de publicar Les Voies de la puissance. Penser la géopolitique aux XXI siècle. Piensa que Putin ha confundido el poder y la hybris del poder. Este término me interesa. Lord David Owen, político y psicólogo inglés, identificó un “síndrome de hybris” que afecta a muchos líderes políticos. “Hybris” en griego clásico significa una desmedida arrogancia que lleva a sobrepasar los límites impuestos por la naturaleza o por los dioses. Owen y Davidson han identificado 14 síntomas. Entre ellos se cuentan “una tendencia narcisista a ver el mundo como un escenario en el que pueden ejercer el poder y buscar la gloria, y no como un lugar repleto de problemas que hay que solucionar de manera pragmática; la creencia de que no son responsables ante sus colegas, sino ante algo superior, como “la Historia” o “Dios”; y una ausencia de interés por saber lo que podría salir mal, lo que suele llevar a una “incompetencia a la hora de manejar su hybris”. Las campañas rusas de Napoleón y de Hitler son casos evidentes. También aparece la convicción de que están llamados a una misión grandiosa a la que no pueden traicionar. La supuesta altura moral de esta misión justifica todos los medios, una de las repetidas y burdas legitimaciones del horror, como ha expuesto Garzón Valdés en Calamidades (Gedisa). (Owen D, Davidson J. Hubris syndrome: an acquired personality disorder? A study of US presidents and UK prime ministers over the last 100 years. Brain. 2009; 132: 1396-406.)

La hybris suele favorecer la soledad del poderoso y a una mayor dificultad en conectar con la realidad.

Con frecuencia, las víctimas de este síndrome acaban acosados por pensamientos paranoicos, como sucedió a Stalin. En la entrada a este diario del 8.3.2022 hablé del miedo de los tiranos.

Una característica más, señalada por Archy Brown en El mito del líder fuerte, es el miedo de muchos políticos a parecer débiles. Keith Kyle, autor de un gran libro sobre A. Eden y la crisis de Suez, señala que a este primer ministro inglés: ”Le obsesionaba no parecer vacilante” (Kyle, K. Suez. Britain’s End of Empire in the Middle East, 2011). Andrew Rawnsley, periodista británico que ha seguido la carrera de Blair, comentó: “El señor Blair tiene muchos puntos fuertes. Pero una de sus mayores debilidades es su obsesión por no parecer débil”. Neville Chamberlain necesitaba reafirmar su figura. Lyndon Johnson al decidir la escalada en Vietnam tenía presente la debilidad de Chamberlain en Munich. La politóloga Tatiana Stanovaya comenta: ”Putin está habitado por un sentimiento de superioridad, Se ha replegado sobre sí mismo, ve cada vez a menos gente y se siente investido de una misión histórica”. En 2014, después de la invasión de Crimea, Angela Merkel intentó negociar con él inútilmente. “Vive en otro mundo”, dijo a Obama.

De la documentación que tengo se desprende la idea de que el poder se ejerce de acuerdo con pocos guiones conductuales, a pesar de las diferentes personalidades y situaciones.

Pensemos en el modo como los dictadores se hacen con el poder, es decir, en cómo se adueñan de los mecanismos del Estado.

Pueden hacerlo por un golpe de fuerza o por procedimientos más sutiles. David A. Runciman en How Democracy Ends, opina que los golpes de Estado ya no se dan a la vieja usanza, con un golpe militar. Es más verosímil que ocurran minando invisiblemente las democracias desde dentro. Por eso es cada vez más difícil detectar lo que está ocurriendo. Lo mismo opinan Steven Levitsky y Daniel Ziblatt en Cómo mueren las democracias (Ariel). Las democracias pueden terminar de dos maneras: por golpes militares o a manos de líderes electos que subvierten el proceso mismo que les condujo al poder. Esto puede suceder a toda prisa, como hizo Hitler después del incendio del Reichstag en 1933, pero “más a menudo, las democracias se erosionan lentamente, en pasos apenas apreciables”. Los expertos en derecho constitucional Aziz Huq y Tom Ginsburg llaman a esta forma de quiebra democrática “regresión constitucional” (“How to Lose a Constitutional Democracy”, ‘UCLA Law Review’ 65, 2018). Desde finales de la Guerra Fría, la mayoría de las quiebras democráticas no las han provocado militares, sino los propios gobiernos electos. Como Chávez en Venezuela, dirigentes elegidos por la población han subvertido instituciones en Georgia, Hungría, Nicaragua, Perú, Filipinas, Polonia, Rusia, Sri Lanka, Turquía y Ucrania. En la actualidad, el retroceso democrático empieza en las urnas.

En el caso de Putin resulta muy interesante comprobar cómo ha ido jugando con las cuatro herramientas del poder: la concesión de premios, las amenazas y castigos, el cambio de las creencias mediante el control de los medios, y la movilización de las emociones, entre ellas las patrióticas y las de desconfianza hacia Occidente.

¿Nihil novum sub sole?