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“Pasión” es un término equívoco.  Su historia es confusa. Pathos significaba en griego lo que afecta al ser humano, lo que se padece. Durante siglos fue el término más general para designar el mundo emocional. Covarrubias (1611) lo define como “perturbación del ánimo que Cicerón llama afecto”. Cuando Descartes escribe su Tratado de las pasiones, lo vació de pasión, haciendo un mapa del mundo de los sentimientos. Después en el romanticismo la pasión se convierte en “Sturm und Drang”, “tormenta e ímpetu”, olvidando que etimológicamente la pasión es “pasiva”. La Pasión de Jesús fue el sufrimiento que soportó. Desde el punto de vista psicológico, acabó designando un mundo oscuro, hasta tal punto que la palabra “patología”, que significa etimológicamente tratado de los afectos, significa en realidad tratado de las enfermedades. Para evitar confusiones, he propuesto la siguiente definición:

Pasión es una conmoción afectiva vehemente, intensa, con gran capacidad movilizadora que se adueña tiránicamente de la conciencia y hace perder al sujeto el control de su conducta.

Pueden derivar de deseos, como la pasión sexual, o de emociones, como la pasión vengativa.

Las potencias de las pasiones, o que las hace ser “energúmeno”, superenérgicas, las convierte en poderosas impulsoras de las sociedades. Como dice Silvia Vegetti, “el cambio de pasiones podía constituir el hilo rojo de nuestra historia” (Historia de las pasiones,2009). Con Adam Smith, que en esto seguía a Tácito, creo que los hechos históricos solo se comprenden atendiendo a the feeling and agitations of mind”.

La pasión amorosa, la pasión del poder, la pasión del dinero, la pasión creadora, impulsan a actuar tenaz y obsesivamente.

Paul Ricoeur hace un comentario muy adecuado para mi proyecto. Cree que en la pasión late una intención transcendente que solo puede proceder de la atracción infinita de la felicidad, “Solo un objeto capaz de simbolizar la totalidad de la felicidad puede extraer tanta energía, elevar al hombre por encima de sus capacidades ordinarias”. La pasión amorosa, la pasión del poder, la pasión del dinero, la pasión creadora, impulsan a actuar tenaz y obsesivamente.  Por eso tenía razón Hegel al decir: “Jamás se hizo ni puede hacerse nada grande sin las pasiones. El moralismo que condena la pasión por el mero hecho de ser pasión es un moralismo muerto y en muchas ocasiones hipócrita”.

Pero la pasión plantea un problema: se salta todos los controles. “Es un movimiento poderosísimo, que nos arrastra violentamente a la acción” (Stoicorum veterum frgmenta, IIII,390) Al menos desde el estoico Crisipo se repiten dos imágenes de la pasión; la falta de freno (y por lo tanto la imagen de caballos desbocados) y el oleaje. Con una metáfora bellísima, Séneca dice que quien está arrebatado por una pasión “cabalga sobre una ola que nadie sabe dónde va a romper” (Medea 392). De aquí nace la desconfianza hacia la pasión. “Son cánceres de la razón -dice Kant- y las más de las veces incurables, porque el enfermo no quiere curarse”.

Una pesimista idea del ser humano hizo que en Europa la pasión cayera en el lado del Mal. Dio origen a un minucioso análisis de las pasiones, a una psicología de las fuerzas oscuras, a un canon de la perversidad. Me refiero a la tradición transmitida y elaborada durante siglos de los “pecados capitales”, de los que eran cabeza -origen- de todos los demás. Estaban provocados por una pasión: soberbia, avaricia, lujuria, ira, gula, envidia, pereza. Me pareció que esos estudios contenían una profunda experiencia psicológica y moral acumulada durante siglos de observación y confesionario, y los estudié en Pequeño tratado de los grandes vicios. Hacía más de diez años que escribí ese libro, creí que lo había olvidado, pero al releerlo compruebo, por decirlo con una expresión que puede chocarles: yo lo había olvidado, pero mi cerebro no.

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