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Todas las sociedades se han enfrentado al problema de cómo resolver los conflictos. Llamamos “justicia” a su adecuada resolución. Una de las sorpresas que proporciona El deseo interminable es que muestra que la “búsqueda de la felicidad” se entremezcla con la “búsqueda de la justicia”. Ambas tienen en común ocupar el rango supremo en la jerarquía de valores y ser muy difíciles de definir. Es más fácil definir su ausencia: la desdicha o la injusticia. El tema es fascinante, por lo que estoy escribiendo un Monografía sobre la relación de la felicidad con la justicia.

Psicólogos y antropólogos discuten sobre si el “sentido de la justicia” es innato o aprendido. Los niños desarrollan muy pronto un sentido de lo injusto y, como mostró E. Turiel, saben distinguir lo injusto (porque hace daño) de lo ilegal (porque va en contra del reglamento). Los primatólogos afirman que los chimpancés tienen sentido de la equidad. Protestan si a dos individuos que han hecho el mismo trabajo se les premia de manera diferente (Proctor, D., Williamson, R.A. de Waals, F, Brosnan, S.F., “Chimpanzees play the Ultimatum game”, Proceeding of the Nacional Academy Sciences, 2013).

En los grupos cazadores recolectores el tema del reparto de la caza era llevado con una contabilidad mental muy estricta.  Lo mismo sucede con los regalos. Los psicólogos sociales han llegado a hablar de una «compulsión a devolver». Esta lógica del regalo, del don, tiene una función social de gran importancia. Los !kung del Kalahari mantienen un sistema de intercambios –hxaro– que sirve como red de compromiso y seguridad, puesto que todos están un poco en deuda con todos. Y lo mismo los melanesios estudiados por Malinowski, que tienen un sistema de toma y daca con cálculos mentales que siempre se saldan equitativamente. Hay un sistema de intercambio llamado kula, en que cada parte cuida de que el otro cumpla su compromiso.

¿Qué fuerza hay en lo dado que obliga al receptor a corresponder?

En estrecha relación con esta lógica del regalo hay en todas las culturas un vivo sentimiento de reciprocidad. Quien recibe algo tiene que corresponder. Hace muchos años, Marcel Mauss, un conocido antropólogo, se preguntaba cuál es el principio que hace que en las sociedades arcaicas el don recibido haya de ser compensado obligatoriamente. ¿Qué fuerza hay en lo dado que obliga al receptor a corresponder? Los cabileños estudiados por Pierre Bourdieu tienen tan presente la idea de reciprocidad que hacer un regalo excesivo produce una ofensa tremenda, al no permitir que el otro pueda corresponder. Lo mismo ocurre en Japón. La importancia concedida a la gratitud y a la devolución de la deuda hace que el japonés sea muy receloso respecto a los regalos. No quiere caer en las leyes del don, de la deuda. El lenguaje recoge este recelo ante los favores. Los japoneses usan para dar las gracias la palabra katajikenai, que está escrita con el signo utilizado para expresar «insulto» o «desprestigio». Significa a la vez «me siento insultado» y «estoy agradecido», lo que demuestra la ambivalencia de la situación.

Me gustaría contagiarles el pasmo que me producen estos hechos, el abismo que hay entre los sentimientos de nuestros ancestros y de sus primos animales. Los sapiens se veían urgidos por el sentimiento de “deuda”. Tenían que devolver. ¿Por qué? Porque de lo contrario sería muy difícil mantener la existencia del grupo. Jonathan Haidt, en un espléndido libro La mente de los justos señala que los sapiens son el producto de una evolución individual y de una evolución grupal. Aquella beneficiaba el éxito reproductivo de los genes de un individuo; esta, el éxito del grupo. La justicia es beneficiosa para ambos. Tenía, pues, todas las bazas para ganar en la carrera evolutiva de las culturas. Pero su trayectoria, como veremos en la monografía, está zarandeada por muchos acontecimientos.

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