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En la entrada de 14.5.2022 hablé de la alegría. Un texto de Derek Walcott, premio Nobel de Literatura, sobre el poeta polaco Adam Zagajewski, me trae de nuevo al tema y con cierta inquietud, porque distingue entre “alegría” y “felicidad”: “Una vez le pregunté si creía en la felicidad y me contestó que no creía en la felicidad, pero que creía en la alegría. La felicidad es una condición política para la Declaración de independencia, y también un final para las películas. La alegría, por el contrario, es una iluminación, -como en la poesía de Blake, Wordsworth y Rilke-, una bendición, una visitación. En el siglo XX creer en ella no es menos difícil que creen en los ángeles”. (Walcott, D., The Elegist, The New Republic, mayo 20, 2002, p. 32). Me entra la duda de si lo que debería hacer es escribir una “historia de la alegría”.

 

 

En este momento en que la palabra “felicidad” está de moda y lo mismo justifica una cátedra en Harvard que un programa financiado por Coca-Cola, la palabra alegría está casi proscrita. Resulta raro encontrarla en el plano político cuando Hardt y Negri en su oba Imperio defienden una “política de la alegría”, que identifican con un comunismo global, o en el plano ético, en la obra de Fernando Savater. En ambos casos, parece un uso impostado, un poco falso, excesivamente voluntarista, como cuando alguien en una reunión aburrida grita ¡Qué no decaiga la fiesta! Cuando Savater se pregunta “¿Qué es la alegría? Responde “La constatación jubilosa de que lo más grave que podía ocurrimos (digo «grave» no sólo en el sentido de penoso o desdichado, sino también en el de importante, serio e irrevocable) ya nos ha pasado al nacer; por lo tanto, el resto de los incidentes que nos suceden o que nos aguardan no pueden ser para tanto”. En un ambiente spinozista y nietzscheano piensa que alegrarse consiste en afirmar, aceptar y aligerar la existencia humana, negarse a ponerle condiciones, darla por buena. Es la celebración gozosa de la vida como suceso paradójicamente inmortalizador surgido en el ancho campo de la muerte. “Quien tiene el secreto de la alegría trágica, como Shakespeare, puede ser sombrío, pero nunca será deprimente… nos hace más profundos, pero también más ligeros. El lema de esta actitud a la vez misteriosa y tónica nos lo dio, como tantos otros, Montaigne: je ne fais rien sans gáyete. Este es un proyecto voluntarista, cuya dificultad el mismo Savater reconoce: “Sostenerse en la alegría es el equilibrismo más arduo pero el único capaz de conseguir que todas las penas humanas merezcan efectivamente la pena. Suena a lo que actualmente se llama “discurso motivador”, que al final resulta profundamente deprimente porque acaba haciendo responsable a cada sujeto de conseguir su alegría. Quien no está alegre es porque no es capaz de serlo. (Savater, F. Ética de la alegría).

La psicología tampoco utiliza el término “alegría” con un mínimo de profundidad. Según el APA Dictionary of Psychology., la alegría es un sentimiento de extremo deleite y exaltación que viene de una sensación de bienestar. Sin duda es una definición verdadera. ¿pero es suficiente? Buscando respuestas he leído The Story of Joy, de Adam Potkay. También él distingue entre alegría y felicidad. La alegría es una repentina iluminación, un momento cumbre dentro de la historia de una vida. La felicidad ha sido en cambio concebida como firmeza e invulnerabilidad ante los accidentes de la vida y tiene un componente ético del que carece la alegría. La alegría podría ser la felicidad en acto y desbordante. Impulsa a saltar. Laura Cottrell ha revisado bancos de datos para comprobar el uso de ambas palabras. Concluye que ambos son conceptos positivos, pero con algunas diferencias. La alegría es espontanea, repentina y pasajera, asociada con la conexión, la conciencia y la libertad, La felicidad en cambio en un estado mental estable, duradero, buscado, asociado con la virtud y el autocontrol. (Cottrell, L. “Joy and happiness: a simultaneous and evolutionary concept analysis”). La definición de los términos afectivos es muy imprecise, por lo que con frecuencia alegría y felicidad se usan como sinónimos. El asunto se agrava cuando se intenta traducir a otras lenguas. Cuando un alemán hala de Glücklich, un francés de bonheur, un inglés de happiness o un chino de xi, ¿están hablando de lo mismo? La respuesta pueden verla en el estudio de Anne Wierzbicka  “Happiness” in cross-linguistic and cross´cultural perspectiv”.

 

El libro de Potkay señala que puede haber distintos tipos de alegría: religiosa, erótica, estética, ética. Me ha interesado especialmente los capítulos que dedica a la alegría religiosa. Los Upanishad enseñan que la unión del alma (atman) con el Absoluto (Brahma) es la más alta alegría (ananda, en sanscrito). Según el Taittiriya Upanishad, “Brahma es alegría. De la alegría han nacido todos los seres. Por la alegría son mantenidos. En la alegría entran cuando parten” Las Upanishad influyeron en el Bhagavad Gita, que enseña que la disciplina lleva a la total alegría, Esa misma identidad se encuentra en Filon (20 a.C. 50 d.C.) “Solo dios es pura alegría, pero viene al hombre en mística unión con él”.

En el Nuevo Testamento se habla de alegría y no de felicidad. El evangelio de san Juan menciona la chara pepleroméné, la alegría completa. Me ha sorprendido la insistencia con que llama la atención sobre afirma alegría se convierte en una preocupación obsesiva durante la reforma protestante. Para el alma que busca signos de su salvación la alegría es una prueba. Es uno de los tres frutos del espíritu santo en Gatlas 5, 22, con el amor y la paz.

La reforma protestante que suele verse como un hito en la historia de la libertad humana, es en realidad un episodio histórico de miedo espiritual, un renovado sentido de ataduras al pecado, y de estado de deuda. Satán está constantemente presente, el miedo a demonios y brujas, el rechazo del purgatorio lo que supone que no había alternativa entre el infierno y la salvación. Pero al mismo tiempo la reforma tiene un papel importante en la historia de la alegría. ¿Por qué este énfasis? El autor cree que tiene que ver con el rechazo de la teología sacramental, para quien la eucaristía era una anticipación de la alegría celestial.

En este caso, la alegría (el gozo) puede entenderse como la experiencia vivida de lo que abstractamente llamamos felicidad. Algo parecido a lo que Abraham Maslow llamo “peak experiences”, experiencias cumbre.

Mantendré mi proyecto de “historia de la felicidad”, pero prestaré atención al modo de entender la alegría.

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