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Buscando información sobre el modo en que los humanos han pensado la felicidad, he dedicado estos últimos días documentándome sobre el modo como han entendido la felicidad perfecta, es decir, la vida en el Paraíso o en el Cielo. He encontrado dos tipos de información. Una, procedente de filósofos y teólogos, proponían una idea abstracta y conceptual de la felicidad. Por ejemplo, la contemplación de la esencia divina. La otra, intentaba describir los goces celestiales. Esta me interesa más para El deseo interminable, porque los informantes, con el pretexto de estar imaginando la felicidad en el más allá, estaban en realidad imaginando la felicidad en el más acá. En 1983, la revista U. S. Catholic publicó una encuesta sobre el Cielo. A pesar de que uno de los lectores afirmaba que “es infantil imaginarse el Cielo como un súper-centro de vacaciones”; la mayoría de los encuestados no tenían problemas a la hora de describir el Cielo como un lugar donde se juega mucho al béisbol. No hay que escandalizarse: los franceses del siglo XVIII pensaban que en el Cielo se organizaban grandes representaciones teatrales y buenas tertulias. Y el malévolo Oscar Wilde decía que los ingleses buenos cuando mueren donde quieren ir es a París. No es de extrañar que, en 1979, la Congregación para la Doctrina de la Fe, de la iglesia católica advirtiera que “al tratar de la situación del hombre tras la muerte hay que ser especialmente precavidos ante las representaciones imaginativas y arbitrarias; el exceso en este aspecto es una de las grandes dificultades con que se encuentra la fe cristiana”.

Una de las lecturas que me ha absorbido estos días es la Historia del Cielo, de Colleen McDonnell y Bernhard Lang. Hacía mucho tiempo que un libro no me impresionaba tanto. Estudian el tema desde los autores bíblicos hasta nuestros días, y, por ejemplo, me parece conmovedora la crónica de los esfuerzos que hicieron por decir algo coherente sobre el tema cuatro grandes teólogos que conozco bien: Tillich, Bultman, Barth y Rahner.

Ahora he cambiado de registro. Vuelvo a un gigantesco libro que he utilizado desde hace años, pero a trozos. Ahora pienso hacerlo de manera exhaustiva. Me refiero a Histoire des passion françaises 1848-1945, de Théodore Zeldin. “Estudio la historia de las pasiones -escribe- de los deseos, odios y miedos, porque creo que la vida de la gente ordinaria que se las arregla como puede no se puede resumir en la búsqueda de la justicia, la gloria o no importa qué otro ideal”. Pretende estudiar el envés emocional de los sucesos. Es una historia bajo rayos gamma. Por ejemplo, no le interesa hablar de la guerra desde fuera. Prefiere examinar los sentimientos de los soldados, explicar cómo aceptaban las reglas de la jerarquía, las crueldades, la violencia, y comprender el papel que tenían en la sociedad.

En la próxima entrada comentaré un tema importante para El deseo interminable: las ambiciones de cada sector social, la historia de las actitudes con relación al éxito. Su relación con la felicidad es evidente.

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