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En 1549 llegan a Moyobamba trescientos indígenas guaraníes, pertenecientes a la familia tupi, procedentes de Brasil, que habían realizado un viaje de diez años en busca de la Tierra sin Mal, a la que llamaban “el lugar donde no se muere”. Por allí pasa también el navarro Pedro de Ursúa, comisionado para buscar El Dorado, la ciudad de oro. La diferencia entre ambas expediciones es llamativa. Unos buscan la riqueza. Los otros, están movidos por la nostalgia del Paraíso. La Tierra sin Mal, es para los indios Tupís-Guaraníes el mundo perfecto y puro del comienzo, cuando acababa de ser terminado por el Creador y los antepasados de las actuales tribus vivían entre dioses y héroes… Este Paraíso es concebido por los indígenas no como un Más Allá, puramente espiritual, sino como un mundo real transformado por la fe. (Mircea Elíade; “Paraíso y Utopía” en La Búsqueda. Ed. Kairós 1999. p. 146).

En 1812, el etnólogo brasileño Curt Nimuendajú se encontró con un grupo de indios guaraníes, en la costa de Sao Paulo, que se habían detenido allí en su búsqueda del Paraíso Perdido. Bailaban durante varios días sin cansarse, con la esperanza de que mediante el movimiento continuo sus cuerpos se hicieran livianos y fueran capaces de volar al cielo, a la casa de “Nuestra Abuela”. Más tarde Alfred Métaux y Egos Schaden proporcionaron más información. Esta búsqueda se prolongó cuatro siglos. Todavía una tribu guaraní, los mbüás continúan buscándola. Fueron los chamanes quieren pusieron a las tribus en movimiento. Un jesuita del siglo dieciséis escribió acerca de los tupinambás: “Los chamanes convencen a los indios que no salgan a trabajar, que no vayan al campo, y les prometen que las cosechas crecerán solas, que la comida, en vez de escasear, llenará sus chozas, y que las palas removerán la tierra por sí mismas, que las flechas saldrán solas a cazar para sus dueños, y capturarán a muchos enemigos. Predicen que los ancianos se harán jóvenes nuevamente”. Los guaraníes anhelaban vivir en un cosmos puro, nuevo, rico y bienaventurado. El Paraíso que buscaban es el mundo restaurado en su belleza y gloria primitivas. La “Tierra sin mal”, o la “casa de Nandé” (“Nuestra Abuela”) existe aquí, en la Tierra. Posee algunas dimensiones sobrenaturales, como la inmortalidad, pero está en el mundo. Ni siquiera puede decirse que es invisible; simplemente está muy bien escondida.

Se llega a ella en carne y hueso.  La concepción fundamental de la religión de los guaraníes —de la que deriva la convicción de que se puede llegar al Paraíso in concreto — se resume en el vocablo aguydjé. Se puede traducir como “felicidad suprema”, “perfección”, y “victoria”. Alcanzar aguydjé significa conocer de manera concreta la beatitud paradisíaca en un mundo sobrenatural. Se puede acceder a este mundo sobrenatural antes de la muerte, y puede hacerlo cualquier miembro de la tribu. Pero para ello hay que conocer el camino —y este conocimiento se ha perdido casi por completo. Antiguamente se podía encontrar porque la gente confiaba en Nanderykey, el héroe civilizador: éste venía al encuentro de los seres humanos y los guiaba hasta la Isla paradisíaca.  Nadie moría en la Isla. Sin duda era una “tierra santa”.

La imagen y el mito del “camino” —es decir, el pasaje de este mundo al mundo sagrado— desempeña un papel muy importante en la mitología guaraní. El chamán (nanderú) es un especialista en el “camino”: es quien recibe las instrucciones sobrenaturales que le permiten guiar a la tribu prodigiosas peregrinaciones. Todos los pueblos guaraníes se consideran tapédja, es decir, “pueblos de peregrinos y viajeros”. Acompañan las danzas nocturnas con oraciones, y estas plegarias no son más que “caminos” que conducen hacia los dioses. “Sin un camino”, afirmó uno de los informantes de Schaden, “nadie puede llegar al lugar deseado”. Ochoa, que ha investigado a los actuales tupis peruanos, comenta que según sus informadores la Tierra sin Mal es fértil, pacifica, y sin brujería. (Ochoa, J.C. (Mito y chamanismo: el mito de la tierra sin mal en los tupi-cocama de la Amazonía peruana, Tesis presentada en la UB, 2003).

Me siento tentado de honrar a los “guaraníes” nombrándoles paradigma de la “búsqueda de la felicidad”. Se lo merecen por sus cuatro siglos de estar en danza queriendo llegar a ella.

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