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El modo de descansar y de evaluar el descanso ha variado a lo largo de los siglos, en parte de forma paralela a la evolución del cansancio. Como se trata de una necesidad básica proporciona una de las imágenes de la felicidad. En el Apocalipsis se lee:

“Y oí una voz del cielo que decía: “Escribe: «Bienaventurados los muertos que de aquí en adelante mueren en el Señor». Sí —dice el Espíritu— para que descansen de sus trabajos, porque sus obras van con ellos.” (Apoc.14, 13).

Requiescat in pace sigue siendo la fórmula con que la iglesia despide a los difuntos. El Cielo aparece como un lugar de reposo.

La teología imagina la felicidad como un tipo de quietud, por influencia de los místicos. Teresa de Jesús considera que la quietud es un don que Dios concede en el segundo grado de oración. Es un estado de plenitud, pero que no llega todavía a. la “felicidad del alma” que experimentará después. “El deber del alma mientras dura esa quietud, es de hacerlo todo con dulzura y sin ruido, escribe, “Dejad al alma reposar en su reposo”. Francisco de Sales describe ese estado con más detenimiento:

Este reposo pasa a veces tan adelante en su tranquilidad que toda el alma y todas sus potencias permanecen como dormidas, sin hacer ningún movimiento ni acción, sino solo la voluntad, que no hace sino recibir con gusto la satisfacción que la presencia del Bien amado le da.

Lo mismo dice la leyenda del abad Virila, que se recuerda en el monasterio de Leyre. Pasó cien años extasiado sin sentir el paso del tiempo escuchando a un pájaro celestial. Pero este quietismo levanta mucha oposición. Bossuet considera que el ensueño del descanso solo lleva a un “adormecimiento del alma”. No es un premio, sino una peligrosa tentación. “Hay en nosotros, una parte lánguida que está siempre dispuesta a dormirse, siempre fatigada, siempre abrumada, que solo busca dejarse ir a reposar”. ”Esta parte languideciente, le dice al fiel, para invitarle al descanso: todo está en calma, las pasiones están vencidas, los vientos se han calmado, las tempestades apaciguadas, el cielo está sereno, la mar está en calma, y el barco avanza solo. ¿No queréis descansar un poco?”

El análisis que Pascal hace del descanso nos sirve para profundizar en la búsqueda de la felicidad. Los humanos lo buscan, pero cuando lo consiguen se sienten decepcionados. “Nada le es más insoportable al ser humano -escribe- que estar en un completo reposo, sin pasiones, sin trabajo, sin diversión, sin tareas”.  En ese momento, el hombre “siente su nada, su abandono, su insuficiencia, su dependencia, su impotencia, su vacío”. En el descanso completo “surgirá en el fondo de su corazón, de su alma, l’ennui, el aburrimiento, la negrura, la tristeza, la desesperación”. El aburrimiento tiene, en su corazón, “raíces naturales”. Llena el espíritu con su veneno, (Oeuvres completes, Gallimard 1954, 1140)

Amenazado por el tedio el hombre no cesa de defenderse de él mediante la diversión, es decir, por el movimiento, la agitación, la alteración, el ruido, el juego, que le permiten olvidarse de su desdichada condición. La ausencia de diversión vuelve al hombre desdichado. Concluye con una frase lapidaria: “He descubierto que todas las desgracias de los hombres tienen una sola causa: no saber permanecer en reposo en una habitación”.

La diversión: otra imagen de la felicidad que tengo que estudiar en El deseo infinito. Para Ortega, el hombre está colocado frente a dos repertorios opuestos de ocupaciones: las trabajosas y las felicitarías. Estas últimas son las que proporcionan diversión. Como era muy sensible a la esencia histórica del ser humano creía necesario plantearse varias preguntas, ¿Qué figura de existencia venturosa ha procurado hacer el hombre en cuanto las circunstancias lo permitían? ¿Cuáles han sido las formas de la vida feliz? La cosa tiene importancia porque en las ocupaciones felicitarías, dice, se revela la vocación del hombre. Concluye, sorprendido y decepcionado: ”Aunque parezca mentira, falta por completo una historia de la imagen que los hombres se han forjado de la felicidad” (Obras completa, VI, p.424).  El deseo Infinito intenta llenar esa carencia.

Con el romanticismo aparece una fatiga diferente, más existencial, que busca de nuevo el descanso. Alain Corbin en su Histoire du repos recuerda la ensoñación de Jean Jacques Rousseau: “Solo en medio del lago “me tumbaba en el barco, los ojos hacia el cielo y me dejaba ir y derivar lentamente a merced del agua algunas veces durante varias horas” La situación bastaba “para hacerme sentir con placer mi existencia, sin darme el trabajo de pensar”.  “Es un estado simple y permanente, que no tiene nada vivo en sí mismo, pero cuya duración aumenta el encanto hasta el punto de encontrar al fondo la suprema felicidad” (Reveries du promeneur solitaire).  Para mi proyecto es interesante que los diccionarios franceses del siglo XIX (por ejemplo, el de Beschelle, de 1861) hablen del “repos politique”. El tiempo ideal sería aquel en que el país disfrute de “un repos complete, absolu”. El descanso es un refugio en el que es un placer estar.

La industrialización provocó de nuevo una fatiga fundamentalmente física. La necesidad de descanso es origen de movimientos obreros. Lo que en su origen era una necesidad y un deseo acaba convirtiéndose en un derecho: las vacaciones son un periodo de descanso reconocido por la ley. Este proceso de legitimación de los deseos es una constante en la evolución de las culturas.

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