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Para redactar el deseo interminable, trabajo con una tesis. Los deseos humanos están organizados en tres grandes grupos:

Supervivencia y bienestar

Relaciones afectivas

Afirmación de sí y de las propias posibilidades

El primer grupo incluye todos los deseos egocéntricos: la satisfacción de las necesidades fisiológicas y los placeres físicos. También el descanso y sus delicias, que he estudiado en otra entrada.  Pero encuentro en las historias de la felicidad pocas menciones a la comodidad. Entendemos por comodidad un modo de estar o de actuar agradable, fácil, blando, que no exige esfuerzo, sino que se amolda a nuestro gusto. No es nada esencial y aparece cuando otras necesidades están satisfechas. Para la persona agotada cualquier jergón será bueno para dormir. En cambio, la princesa insomne notará el guisante debajo de siete colchones.

La comodidad es la fuerza más subestimada y menos comprendida del mundo actual

Tim Wu

Acostumbrado a la falta de estudios sobre la comodidad, me llamó la atención un artículo publicado hace tiempo por Tim Wu, autor de un libro de éxito titulado Comerciantes de atención. Wu comenta que la comodidad “es la fuerza más subestimada y menos comprendida del mundo actual”, a pesar de que modela nuestras vidas y nuestras economías (Wu, T. The Tyranny of convenience, The New York Times, 2018) Estoy de acuerdo y por ello he empezado a recoger materiales para una “historia de la comodidad”, que será un capítulo importante -aunque aparentemente de tono menor- de la búsqueda de la felicidad. Uno de los deseos humanos más pertinaces es vivir confortablemente.

La Bruyêre hizo el retrato de Hermippe, obsesionado con la búsqueda de la comodidad. No se esfuerza nunca. Come cuando tiene hambre y bebe cuando tiene sed. Rara vez sale de su casa. Necesitaba dar diez pasos para llegar de la cama al armario. Consigue hacerlo en nueve. El siglo XVIII conoce la expansión de esas “petites commodités”. La historia del mueble muestra esa búsqueda, como ha recordado Georges Vigarello en su perspicaz historia del sillón. La comodidad busca adaptar el mueble a un cuerpo que no necesita descansar, sino abandonarse al descanso, disfrutar de él. Las sillas anteriores con su respaldo vertical obligaban a mantener las piernas verticales, y una cierta rigidez. (Vigarello, G. “Le fauteil”, en Pierre  Singaravélu y Sylvain Venayre, Histoire du monde au XIX siècle, Pluriel, 2019, p. 644 ss) En La ceremonia del adiós, Simone de Beauvoir cuenta que a Sartre no le gustaba sentarse en sillones mullidos porque le parecía que era una abdicación de su libertad. Se sentía deglutido por ellos.

Vigarello describe las etapas del triunfo de la molicie, de la blandura, que provoca nuevos deseos corporales, nuevas posturas. Mademoiselle Clairon, actriz, se presenta perezosamente extendida sobre una silla “duchesse”, que le permite extender las piernas, prolongando el asiento con un respaldo un poco inclinado. Alain Corbin en su Histoire du repos, indica que el descanso se muestra de una manera nueva al espectador, como un abandono corporal que se hace visible (p. 74).

La búsqueda de la comodidad no se detiene ahí. Aparece la mecedora, cuyo balanceo confiere al descanso nuevos sensaciones placenteras, que van aumentando al almohadillar asiento, respaldo y brazos. Además, a todos estos muebles se le añaden cojines, que buscan que el usuario se hunda en esa materia acogedora. Era esa experiencia la que aterraba a Sartre. Ahora debería contar como los cojines y las almohadas se han ido haciendo también más blandas, con el paso de los siglos o la influencia de las muelles costumbres orientales en muebles como la “otomana” o el “diván”. Una anécdota curiosa. El rey Enrique VIII prohibió que se utilizaran almohadas, salvo las mujeres encintas.

Esta búsqueda de la comodidad tiene un lado sombrío, comenta Tim Wu. “Con su promesa de eficacia dulce y sin esfuerzo, amenaza con borrar el género de luchas y desafíos que ayudan a dar un sentido a la vida. Creada para liberarnos, puede acabar coaccionando lo que estamos dispuestos a hacer y así, de una manera sutil, esclavizarnos”.

Wu no es el único en estar preocupado por esta cuestión. Una de las grandes ventajas de las tecnologías de la información es que facilitan mucho la vida. Nos ahorran esfuerzos. ¿Para qué voy a aprender a multiplicar si la maquina lo hace? ¿Para qué voy a aprender geografía si Google Maps me proporciona todo lo que debo saber? ¿Para qué voy a tomar decisiones si Google sabe mejor que yo lo que me gusta o lo que necesito? Dado que el cerebro humano es un cognitive miser, un ahorrador de esfuerzos, es difícil no rendirse ante la facilidad eficiente. Betsy Sparrow estudió lo que llamó “efecto Google”, que puede resumirse como “para que lo voy a aprender si lo puedo encontrar”. Nicholas Carr se asustó ante una cierta intoxicación por comodidad. Empezamos a tener dificultades para leer textos largos. Cualquier tecnología o producto que simplifique la realización de una tarea tendrá mucha aceptación. Poder dar una orden a tu servidor para que encienda la luz de la habitación te evita tener que levantarte para hacerlo. Francis Fukuyama relaciona el éxito tecnológico con una felicidad blanda y sin libertad (El fin del hombre, 2002, p.445). Morozov habla de solucionismo: esperamos que todo lo resuelva una aplicación. Harari tampoco es optimista: “Los humanos -escribe-nos asemejamos a animales domésticos. Hemos criado vacas dóciles que producen cantidades enormes de leche, pero que en otros aspectos son muy inferiores a sus antepasados salvajes. Son menos ágiles, menos curiosas y menos habilidosas. Ahora estamos creando humanos mansos que generan cantidades enormes de datos y funcionan como chips muy eficientes en un enorme mecanismo de procesamiento de datos, pero esos daos-vaca en absoluto maximizan el potencial humano. De hecho, no tenemos ni idea de cuál es el potencial humano completo, porque sabemos poco de la mente humana, y en cambio nos concentramos en aumentar la velocidad de nuestra conexión a internet”.

El consumo de drogas se mueve también en esta onda. Es un atajo, una forma aparentemente fácil de conseguir el bienestar.

La historia de la comodidad puede proporcionarnos muchas sorpresas.

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