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Desde el Panóptico se ve el mundo evolucionando a diferentes velocidades. La estructura del cerebro nos proporciona una metáfora sugerente: los núcleos emocionales son muy antiguos y cambian con lentitud, mientras que la corteza cerebral es más moderna y aprende aceleradamente. Las tecnologías evolucionan hipersónicamente mientras que nuestros deseos fundamentales no han cambiado mucho desde los neandertales.

Los sucesos ocurren por una enrevesada red de influencias que resulta muy laborioso desenredar

Durante mucho tiempo, la Historia se ocupó de hablar de los grandes hombres, de los personajes importantes. Como reacción llegó la Historia social de la que los personajes eran meros epifenómenos. Las cosas son más complejas. Los sucesos ocurren por una enrevesada red de influencias que resulta muy laborioso desenredar. El movimiento nazi no es comprensible sin la personalidad de Adolf Hitler, pero la personalidad de Adolf Hitler emerge de la sociedad alemana de después de la Primera Guerra Mundial. Es evidente que una persona sola no puede generar grandes movimientos si no aprovecha fuerzas a su disposición, por ejemplo, la ayuda de un grupo, los mecanismos del Estado, las debilidades del contrincante. En esto consiste el ejercicio del poder, que se manifiesta como la capacidad psicológica de manejar las cinco herramientas de las que he hablado tantas veces: la fuerza, la posibilidad de dar premios, de infligir castigos, de cambiar las creencias y de cambiar los sentimientos. Esto no ha cambiado desde que aparecieron las instituciones de poder.

Lo que me interesa en ese momento es subrayar que quien ejerce el poder cifra en ello su felicidad. Da igual que hable del peso de la púrpura. Ama el poder. Aplicando la óptica Gamma, el juego de obediencia y sumisión debe interpretarse como el resultado de una permanente y masiva búsqueda de la felicidad. El dominador busca la suya y los dominados, también, aunque sea la mínima felicidad de escapar de la persecución, del hambre o de la muerte. Interpretar una situación desde este punto de vista introduce las expectativas individuales en la historia. Decir que todas las personas buscan su felicidad es una verdad que por su vaguedad carece de interés. Lo que hay que explicar es que en cada momento entran en juego miríadas de proyectos de felicidad individual diferentes y, con frecuencia, encontrada. Los deseos básicos que he ido estudiando son universales, pero eso no quiere decir que todo el mundo sienta los mismos y con la misma intensidad. El deseo de poder, de estatus, de jerarquía es uno de esos deseos que en algunas personas se convierte en obsesión y en otras pasa casi desapercibido. Incluso en tribus arcaicas que defienden un igualitarismo acendrado hay individuos con deseos de poder.  Richard Lee, el mejor estudioso de la tribu !kung san cuenta que un influyente miembro de la tribu le dijo: “Cuando un joven caza y consigue mucha carne, empieza a pensar en sí mismo como un jefe u hombre importante, y a pensar en los demás como criados o sus inferiores. No podemos aceptarlo, Rechazamos a los que se vanaglorian, porque algún día su orgullo causará la muerte de alguien. Así que cuando suceda esto, hablamos de su carne como si no tuviera valor. Es la manera de templarle el corazón y hacer que se apacigüe” (Lee, R. The !Kung San: Men, Women and Work in a Foraging Society, 1979, p.246).

Putin quiere imitar a Pedro el Grande

Todo esto es muy viejo, pero sigue actuando. Desde hace más de cien días, el mundo se pregunta qué ha llevado a Putin a la guerra. Acaba de decirlo. Quiere imitar a Pedro el Grande. Quiere ser grande también. La casualidad me ha llevado a recuperar un texto de James Madison, uno de los Padres Fundadores de Estados Unidos, que tenía en mi archivo. Forma parte de una polémica sobre quien debía tener poder de declarar la guerra. Madison sostenía que la parte de la naturaleza humana que alienta la guerra no es una agresividad primitiva, sino un deseo de fama, de gloria. El texto es el siguiente: “En realidad, la guerra es el verdadero alimento de engrandecimiento del ejecutivo. En la guerra se crea una fuerza física, y es la voluntad del ejecutivo quien ha de dirigirla. En la guerra hay que abrir los tesoros púbicos, y es la mano del ejecutivo la que ha de distribuirlos. En la guerra hay que multiplicar los honores y los emolumentos, que habrán de ser disputados como disponga el ejecutivo, Y, por último, en la guerra es donde hay que recoger los laureles que habrá de ceñir la frente del ejecutivo. Las pasiones más fuertes y las más peligrosas flaquezas del ser humano -la ambición, la avaricia, la vanidad, el amor respetable o venal de la fama- conspiran al unísono contra el deseo y las obligaciones de la paz” (Hamilton, A. y Madison J. The Pacificus-Helvidius Debates of 1793-1794: Toward the Completion of he American Foundins, nº4).

Hegel estuvo fascinado por los “grandes hombres”. “He visto al emperador, -“alma del mundo”, escribió. “Es una sensación maravillosa ver a un individuo así que, concentrado en un punto, montado sobre un caballo, se extiende sobre el mundo y lo domina”. Hegel no se engaña: El gran hombre quiere conseguir sus fines personales. Cesar no quería otra cosa que dominar. Encuentra su satisfacción en su mismo papel histórico Es un fin egoísta, de naturaleza política. El amante del poder encuentra en ello su felicidad. (Marmassee, G.”Le grand homme et les passions”).

Ningún amante del poder reconocerá que lo que le produce satisfacción es mandar. Esto forma parte de otra historia: el poderoso ha sentido siempre la necesidad de legitimar su poder. Napoleón, cuya felicidad consistía en mandar, estaba convencido de que solo le preocupaba la felicidad de los franceses. Posiblemente fuera verdad porque salvo en obsesiones patológicas, nuestros motivos de acción suelen estar “sobredeterminados”, es decir, varios motivos distintos pueden intervenir en una misma acción.

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