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La evolución del afán de poder -en especial del Poder político, que escribiré con mayúscula- es una de las grandes fuerzas que definen la historia emocional de la humanidad. Es la pasión que más influencia social ha tenido.  Para comprenderla debemos tener una concepción “nominalista” de la realidad social. Los filósofos medievales discutieron acerca de si los conceptos abstractos representaban entidades reales o solamente colecciones de individuos. En este caso, eran solo “nombres” sin contenido real. A quienes defendían este punto de vista se les llamaba “nominalistas”. A sus contrincantes, “realistas”. Esta distinción tiene enorme transcendencia política. Pensemos en el término “Nación”. Para los “realistas” designa una realidad autónoma. Para los nominalistas, es solo un nombre colectivo, cuya única realidad son los individuos que la componen. Cuando hablamos de economía, de geopolítica, de estrategias nacionales, de lucha de clases, tendemos a movernos en un grado de abstracción que nos impide comprender realmente los sucesos. Entes abstractos -como las naciones o las religiones- luchan con otros entes abstractos. Este enfoque lleva a conductas atroces, como muestra la historia.

Estudiando la Revolución Francesa, Osborne escribe: “Durante el Terror, la preocupación abstracta por la Humanidad ignoró cualquier preocupación por los seres humanos”. Lo mismo sucede con otros movimientos revolucionarios. Resulta llamativo que, en 1729, el ilustrado padre Feijoo arremetiese contra el “amor a la patria”, que en su opinión constituía un “afecto delincuente” dirigido a una deidad imaginaria” y movilizado por “conveniencias imaginadas” que acaban produciendo una mezcla explosiva; la “pasión nacional”. Los totalitarismos -que son “realistas”- llevaron al máximo esta utilización de la abstracción contra el individuo. Para los nazis Du bist nichts, dein Volk is aller: tú no eres nada, tu Pueblo lo es todo (escribo “Pueblo” con mayúscula cuando es una abstracción unificadora, dotada de características personales, y “pueblo” con minúscula para designar la agregación de personas concretas). Mussolini había dicho lo mismo, pero del Estado: “El Estado lo es todo; el individuo, nada”.

Por eso quiero hacer una “historia nominalista de la felicidad”, es decir, dirigida a la felicidad con minúscula, no a una Felicidad abstracta. Este enfoque es válido para estudiar cualquiera de las grandes pulsiones que han movido a la humanidad, como es la del Poder.

Los sapiens aparecieron tras una evolución que había fomentado los vínculos sociales. Los primatólogos saben que nuestros antepasados establecían jerarquías y las respetaban.  Frans de Waal ha descrito las alianzas políticas que urden los chimpancés. La línea evolutiva humana que nos impulsa a vivir en grupo y aceptar las normas, choca con otra línea evolutiva que impulsa a los individuos a pensar en su propio interés o en el de su familia.

Bertrand de Jouvenel explica convincentemente que el Poder es expansivo, porque el afán de poder de ciertos individuos lo es. Elman Service desarrolló una taxonomía de la organización del Poder que voy a utilizar. Distinguió cuatro niveles:

1

Bandas

2

Tribus

3

Sociedades de jefaturas

4

Estados

Las bandas y las tribus se basan en el parentesco y son relativamente igualitarias. Las tribus aparecieron con la agricultura y se basaban en un antepasado común que podía haber vivido muchos años antes. Según la BibliaAbraham engendró a Isaac, que a su vez fue padre de Jacob (Israel), quien tuvo doce hijos. Ellos fueron todos reconocidos como descendientes de los patriarcas y formaron las doce tribus de Israel entre las que Josué repartió la Tierra Prometida, es decir, la tierra de Canaán, tras el regreso de Egipto.

En este panorama igualitario, aparecen personas que tienen desarrollado ese deseo de poder. Puede ir acompañado de un deseo de riquezas, pero también de un afán de gloria. Tácito (s.I a. C) al hablar de las tribus germánicas comenta que los jóvenes querían distinguirse ante el jefe en la batalla. “Los jefes luchan por la victoria. Sus compañeros, por el jefe”. Las grandes formaciones nacionales tuvieron en su origen ambiciones personales. Lo primero que tenían que hacer los obsesos del Poder era someter a los poderes constituidos. En primer lugar, a los familiares. Mientras la obediencia de esos estuviera dirigido a sus jefes familiares, el que deseaba alcanzar un poder superior tenía sus posibilidades muy limitadas.

La aparición del Estado en China sirve de paradigma. La China del periodo Zhou (1200-´770) era una sociedad patrimonial. Todo el país era “propiedad” de una serie de señores locales y de sus familiares. En el siglo tercero (a. C), el reino de Qin se embarcó en un proyecto de modernización cuyo objetivo directo era la destrucción del estado patrimonial. La unidad de China se hizo mediante la guerra y la conquista. No fue una evolución espontánea. Los constructores del reino de Qin vieron con claridad que las redes de grupos familiares eran impedimentos para la acumulación de poder y por eso pusieron en marcha políticas que vinculaban directamente a los súbditos con el Estado. Shan Yang asesor del duque Xiao de Qin desmontó los cargos hereditarios. Obligó a que los hijos vivieran separados de los padres al llegar a cierta edad. Desposeyó de tierras a los terratenientes patrimoniales y entregó las tierras a las familias de campesinos. Socavando el poder y el prestigio de la nobleza hereditaria. “Por muy democráticas que suenen eta reformas, su único propósito era incrementar el poder del Estado Qin y así crear una dictadura despiadada” (Fukuyama. F. Los orígenes del orden político, I, 173). El masivo esfuerzo de ingeniería social de Shang Yang sustituyó el tradicional sistema de autoridad y propiedad de la tierra basado en el parentesco por otra forma de gobierno mucho más impersonal centrada en el Estado. Cuando murió su protector, Shan Yang fue asesinado, pero su herencia la tomaron las escuelas legalistas, que se opusieron a las familiaristas confucianas.

La persona con afán de Poder tiene que eliminar los poderes ya establecidos (los familiares, por ejemplo, o en otros momentos históricos, los feudales, los aristocráticos, los económicos, los sindicales, etc.); para hacerlo tiene que buscar el apoyo de colaboradores, a los que premiará su lealtad. Así aparecieron las sociedades feudales o los oligarcas rusos. Pero los señores volvían a ser los intermediarios entre el monarca y el pueblo, y limitaban mucho el poder del monarca. La solución era eliminar los intermediarios, enlazar directamente con los súbditos, apelar a su lealtad, no a la de los señores. La manera de conseguirlo era concediendo beneficios a la gente. Una medida parecida a la de Shan Yang se dio con la eliminación de los privilegios en la Revolución francesa, y con la expropiación de todos los bienes eclesiásticos, para venderlos al pueblo. Aparece así una condición paradójica del Poder: se expande beneficiando a la gente. Es la teoría del estado providencia. Al crear los sistemas de seguridad social, Bismarck quería solo aumentar el Poder. Beneficia a los súbditos, pero, al mismo tiempo les hace más dependientes del Estado, que adquiere más poder. Uno de los datos que revelan el Poder del Estado es la cantidad de dinero que recauda por los impuestos. El afán de Poder se alía con el deseo de bienestar de los súbditos, que les lleva a aceptar una “servidumbre voluntaria”. Una situación que Wu, Fukuyama Harari y otros autores han denunciado en la actualidad, como expliqué en la entrada del día 9.6.2022.

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