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De los años en que me dediqué a la lingüística para escribir La selva del lenguaje y Diccionario de los sentimientos me ha quedado un interés por los “campos semánticos”, por los dominios de la experiencia que están léxicamente articulados. El diccionario de cualquier lengua guarda una ingente información sobre el mundo, tal como lo concibe esa sociedad. Tras la entrada anterior he sentido curiosidad por saber qué nos enseña el diccionario castellano sobre el dinero.

«El dinero es un objeto de deseo»

Hay, por de pronto, un grupo de sinónimos de la palabra dinero (billetes, moneda, riqueza, parné, pasta, etc.). De esta relación me parece sugerente una expresión un poco anticuada: “tener posibles”, equivale a ser rico. El dinero, en efecto, proporciona muchas posibilidades de acción. Por ello, la acción es la segunda línea de significados: ¿qué se puede hacer con el dinero? En principio, conseguirlo (ganarlo, pedirlo prestado, robarlo, heredarlo) gastarlo (comprar, prestar, regalar), guardarlo (ahorrar, atesorar). De todas estas acciones la de “guardar” ha sido universalmente detestada. La figura del avaro es odiada en todas las culturas.

El dinero es un objeto de deseo. Entramos así en zonas ardientes de la historia. La codicia, la avaricia son deseos exagerados de riqueza. Tucídides -el primero, hasta donde sé, que hizo una interpretación pasional de la guerra civil (stasis)-, tras poner de manifiesto las crueldades que provoca, comenta: “En el origen de todos estos males está el deseo de poder que inspiran la codicia y la ambición personal”. Tenemos unidas tres palabras que designan poderosos motores de la historia; ambición, codicia y voluntad de poder. ¿Cuál es su relación?

Las tres tienen dos elementos comunes, aunque en diferentes dosis: el ansia de dominar y el afán de destacarse, pero en distintas dosis. Son pasiones expansivas del yo. En castellano, la ambición es más amplia. Una persona ambiciosa quiere alcanzar metas altas, que pueden ser muy variadas: triunfar como escritor, ser el mejor jugador del mundo, tener fama, riqueza o poder. En cambio, la codicia es un deseo excesivo de bienes materiales. Cuando esos bienes son propiedad de otro, la codicia puede generar la envidia. No codiciar los bienes ajenos es uno de los diez mandamientos dados a conocer por Moisés. Una variante de la codicia es la avaricia, un ansia de dinero por el placer de tenerlo. Convierte lo que es un medio, en fin, y por eso los moralistas consideraron que era una forma de idolatría.

La voluntad de poder aspira a dominar en sentido amplio, sea la naturaleza, una actividad, a sí mismo, o a los demás. Integra lo que los psicólogos modernos llaman “motivación de logro” y “motivación de poder”. Pero en general se usa para designar el afán de imponer la propia voluntad a otro. Su papel en la historia es innegable. Bertrand Russell escribió: “De los infinitos deseos del hombre, los principales son los deseos de poder y de gloria” (Power: A new Social Analysis, Norton, Nueva York, 1938, p.11). En El deseo interminable he mostrado que esto es solo una parte de la verdad. Hay otros dos deseos -el que he llamado hedónico y el afectivo- igualmente poderosos.

La relación del dinero con los deseos expansivos -ambición, codicia, poder-es evidente. Me interesa insistir en su enlace con el poder político.  John Kenneth Galbraith, en su discurso como presidente de la Asociación Americana de Economistas, titulado “El poder y el economista útil” criticó a la economía neoclásica y keynesiana por haberse apartado de la realidad al excluir de su estudio el tema del poder. No piensa que la economía forme parte de la ciencia política, sino que la política forma parte de la economía. Ambas tienen que ser aclaradas por el “método gamma”.

Las enseñanzas económicas del diccionario no terminan aquí. El modo de gastar el dinero es sometido a escrutinio. Hay un buen uso: esplendidez, generosidad, largueza, liberalidad, munificencia, rumbo. Pero hay también un mal uso, que designa con gran precisión. Puede ser por exceso de gasto (prodigalidad, derroche, despilfarro, dilapidar, malgastar, disipar). Puede ser por defecto de gasto (cicatería, tacañería, roña, cutre).

Y puede ser también por el modo de gastar (ostentación).

El lenguaje nunca me decepciona.

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