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Con la edad ha aumentado mi interés teórico y práctico por la memoria. Al fin y al cabo, es la materia con que trabaja la inteligencia. Por ello me interesa saber cómo puedo facilitar que la mía siga funcionando bien. Cada memoria individual está guardada en dos formatos: uno neuronal y otro externo. El neuronal tiene una gigantesca capacidad de síntesis. Relaciona cosas sin que sepamos por qué y nos proporciona respuestas sin que tengamos tiempo de buscarlas. La memoria externa es plural. Se guarda en agendas, archivos, documentos y también en la memoria de los demás. En mi caso, por lo que se refiere a mi trabajo, se centra en el Archivo que construyo desde hace muchos años, y donde se guardan las referencias de casi todo lo que escribo.

En las entrevistas periodísticas que he realizado estos días he contestado a muchas preguntas. Como es natural lo he hecho “de memoria”. Al revisarlas me ha interesado explicarme a mí mismo y a los lectores por qué dije lo que dije. En EL MUNDO, Olga R. Sanmartin titula: ”José Antonio Marina: “La izquierda está más preocupada por la identidad que por la igualdad”. ¿Es verdad o es una exageración por mi parte?  Para buscar en qué baso esa afirmación, he acudido a mi Archivo, donde he encontrado una tupida red de relaciones, que solo puedo mencionar brevemente.

Francis Fukuyama en Identidad (Deusto, 2019, p. 105) ha detectado el desplazamiento del interés de todo el espectro político hacia la identidad. La izquierda -dice- se ha centrado en defender la identidad de grupos percibidos como marginados, y la derecha la identidad nacional. “La agenda de la izquierda giró hacia lo cultural: lo que había que derribar no era un orden político que explotaba a la clase trabajadora sino la hegemonía de la cultura y los valores occidentales, que reprimían a las minorías en el propio país y en los países en desarrollo” (p. 128). Stéphanie Roza se queja de que las políticas identitarias han relegado a un segundo plano el tema de la pobreza, que es transversal (Roza, S., La gauche contre les lumiéres?, 2020, p. 104). Pierre Rosanvallon atribuye este desinterés a que la desigualdad económica se trata en términos estadísticos -por ejemplo, en el libro de Thomas Piketty– y los números son demasiado fríos para movilizar. En una encuesta en Francia (2010) aunque había un consenso general en que las desigualdades debían reducirse, el 55% afirmaba que las desigualdades eran el precio a pagar por una economía dinámica, y el 85% que las diferencias en los ingresos son aceptables si van relacionadas con el mérito. (Rosenvallon, P., Les épreuves de la vie, 2021, p. 65). La consecuencia es que “aunque se habla mucho de ella, la desigualdad ha dejado de ser un tema políticamente interesante.” Douglas Murray, desde un punto de vista conservador, ha criticado tanto estas políticas en su libro La masa enfurecida (Península) que la edición española lleva como subtítulo Cómo las políticas de identidad llevaron al mundo a la locura.

Pero me interesa más mencionar las críticas de una parte de la izquierda, en especial de raigambre marxista, que considera que con ese giro se devalúa su energía liberadora e igualitaria. Para ella, la clase proletaria es el sujeto político por excelencia.

Eliminar las desigualdades impuestas por el capitalismo era su objetivo. Pensadores de izquierda, como Laclau y Mouffe, por el contrario, han defendido que la noción de clase debe ser modificada “si queremos abordar los nuevos sujetos políticos -las mujeres, las minorías nacionales, raciales y sexuales- cuyo carácter es netamente anticapitalista, pero cuya identidad no está construida en torno a intereses de clase específicos” (Laclau, E. y Mouffe, C., Hegemonía y estrategia socialista, 1985).

Este rechazo al universalismo y su substitución por políticas identitarias fue ya criticada por algunos autores a principios de este siglo. Hobsbaw pensaba que era un riesgo porque no pueden “subordinarse intereses universales (la igualdad) a las exigencias de grupos de presión minoritarios” (Hobsbawn, E. “La izquierda y la política de las identidades” en New Left Review, ed.cast. 114-125). Consideran que un sector de la izquierda se equivoca al renunciar al universalismo esencial de la lucha de clases.

Lo mismo piensan otros pensadores. “Si no podemos aspirar a una representación unificada del mundo ni a una concepción que tome en cuenta en cuenta su carácter de totalidad (…) ¿cómo aspiraríamos a actuar en forma coherente en relación al mundo?” (Harvey, D. La condición de la posmodernidad, 1998, p.63)). “La sustitución de la política de clase por la de multitud de identidades, deja intacta la homogeneidad de base del sistema capitalista mundial” (Grüner, E. El fin de las pequeñas historias, 2002, p.82). Las políticas identitarias representan “la legitimación metafísica de la impotencia política”. El capitalismo puede asumir perfectamente las pluralidades y las diferencias (Kohan.  N. Nuestro Marx, p.36). El elogio de la diversidad escamaba a algunos sociólogos que veían analogías entre las “políticas de la diferencia” y “los intentos del neoliberalismo por difuminar la clase en un magma de consumidores “diversos” cuya identidad se relaciona con estilos de vida, sustituyendo las políticas de distribución por las de representación” (Erice, F. En defensa de la razón, Siglo XXI, 2020, p. 468). Sólo la noción de clase resulta inasimilable por el sistema. Esta es la razón de la desconfianza de muchos pensadores de izquierdas hacia las políticas identitarias. Para Terry Eagleton clase, raza y género no funcionan al mismo nivel. La clase es una categoría social abarcadora, las otras dos son diferenciadoras. Nancy Fraser, feminista socialista escribió: “Es inverosímil que las luchas de los gays y las lesbianas amenacen al capitalismo en su forma histórica actual”.

En un reciente libro –  Generación ofendida: de la policía de la cultura a la policía del pensamiento- Caroline Fourest ha lanzado una voz de alarma frente a la izquierda identitaria: “de tanto defender la censura, la etnia, la religión y el particularismo, le está cediendo a la derecha el bello rol de defender la libertad”. «Las soluciones políticas -comenta Félix Ovejero-no se vertebran en torno al ideal de igualdad, sino al de diferencia. No se busca asegurar que todos comiencen la carrera en las mismas condiciones, sino crear una carrera a medida de cada cual” (Ovejero, F. La deriva reaccionaria de la izquierda, 2018). El énfasis en la identidad se opone al universalismo, fundamental para la defensa de los derechos humanos. El historiador Arthur Schlesinger Jr. discutió sobre política identitaria en su libro The Disuniting of America: Reflections on a Multicultural Society (1991). Consideraba que la defensa de los derechos de las minorías oprimidas se hacía mejor desde la óptica de los derechos humanos universales.

Stéphanie Roza, en el libro que mencioné antes, menciona que la izquierda identitaria repite los argumentos del pensamiento reaccionario, por ejemplo, de Edmund Burke. La defensa de las identidades acaba negando la universalidad de los derechos humanos, en beneficio de unos “derechos a la diferencia”, que se quedan así sin fundamentación. Las minorías quedan mejor protegidas mediante un derecho universal a no ser discriminadas. Pero ya tendré ocasión de hablar de ello. Mi excursión al Archivo ha terminado por hoy.

 

Únete Un comentario

  • Manuel Bollaín dice:

    Estimado José María:
    Soy un humilde doctor ingeniero en informática al que le gusta bucear por temas filosóficos como complemento a mi formación tecnológica y te acabo de describir. No se si es porque tu discurso encaja con mis pensamientos, pero me gusta mucho tu estilo accesible y sencillo. Voy a seguirte en la medida de lo posible para disfrutar de tus escritos, tal vez no muy refrescantes (no está la cosa para refrescos y alivios) pero muy bien amueblados bajo mi juicio.

    Recibe un cordial saludo.

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