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Continúo mi diálogo con periodistas. Amaya Prieto, que dirige un programa titulado “La noche es bella”, en RNE, me hizo una objeción con la que estoy de acuerdo. Al hablar de las fuentes de la felicidad, me dijo, no has hablado de la belleza. Tenía razón, la experiencia estética ha estado siempre relacionada con la felicidad. Todo el mundo conoce la frase de Stendhal: “Lo bello no es sino una promesa de felicidad”. O el verso de Keats: “A thing of beauty is a joy for ever”. Algo bello proporciona una alegría para siempre. Adam Potkay dedica un capítulo de su The Story of Joy a la relación de esta con la estética. Los diccionarios, siguiendo una antigua definición de Locke, dicen que la alegría es un placer producido por la posesión de un bien, real o imaginado.

“Lo bello no es sino una promesa de felicidad” (Stendhal)

Pero Bergson separa el placer de la alegría. “Los filósofos que han subrayado de modo suficiente sobre la significación de la vida y sobre el destino del hombre no han subrayado de modo suficiente que la naturaleza se ha tomado el trabajo de informarnos sobre ello. Nos advierte con un signo preciso que nuestro destino se está realizando. Este signo es la alegría. Digo la alegría, no el placer. El placer no es más que un artificio imaginado por la naturaleza para obtener del ser vivo la continuación de la vida, no indica la dirección en que la vida está lanzada. Pero la alegría anuncia siempre que la vida ha triunfado, que ha ganado terreno que ha conseguido una victoria; toda gran alegría tiene un acento triunfal” (Bergson, H. L’energie spirituel, en Oeuvres, Editions du centenaire, PUF, París, 1963, p. 832).

Con frecuencia, las experiencias afectivas son cócteles emocionales, que mezclan muchos elementos. La Ciencia de la evolución de las culturas es la encargada de descifrar todos sus mensajes ocultos. Podemos comenzar atendiendo al lenguaje, que es un gran analizador de sentimientos. Transcribo un párrafo del Diccionario de los sentimientos:

 

                 “La palabra bello tiene una historia confusa porque procede del latín bellus, que es el diminutivo familiar de bonus, “bien”. Significaba literalmente, “bonito”. Sustituyó popularmente a otras palabras de más empaque, como pulcher y decorus (“la belleza adornada”). Bello forma parte de la representación semántica básica designada por la raíz indoeuropea deu, “manifestar”, enormemente sugestiva. De ella derivan, en efecto, bien y bello, pero también el sánscrito dúvas “regalo” y beato, que significa “feliz”, que tal vez sea el sentimiento apropiado ante la aparición del objeto bello. La lengua griega recoge, aunque por otros caminos, esa misma representación semántica, previa a la distinción entre belleza y bondad.  Se llama kalon aquellas cosas cuyo valor es evidente por sí mismo. Se opone a aisjròn, “feo”, que es lo que no soporta la mirada, El término alemán correspondiente, hässlich, literalmente “odioso”, tiene más fuerza que la traducción española. Es bello, en cambio, aquello que puede verse, lo admirable en el sentido más amplio de la palabra”.

El concepto de lo bello aparece en estrecha relación con el de lo bueno, y, para Platón, el sentimiento correspondiente es el amor. Tiene también un componente de luminosidad, “En lo bello -escribe Gadamer- la belleza aparece como luz, como brillo. La belleza se induce a sí misma a la manifestación”. El sentimiento estético sería entonces el deslumbramiento. “Lo bello lleva en si una evidencia que “salta inmediatamente a la vista” (Marina, J.A. y López Penas, M., Diccionario de los sentimientos, Anagrama, 1999, p.128). Una definición medieval de la belleza es “splendor ordinis”.

La experiencia designada con la raíz due es universal. Me ha llamado la atención la palabra tzamal, usada por los tojolabales, un pueblo maya de los altos de Chiapas. Suele traducirse por “bello”, pero significa  “lo que manifiesta el corazón alegre de las cosas y las personas”. Al menos eso dice Lenkersdorf en su libro Los hombres verdaderos, voces y testimonios tojolabales, siglo XXI, 1996, p.146.

La relación del sentimiento estético con el sentimiento religioso es fácil de comprender. Basta con convertir el Sumo Bien en la Suma Belleza. “Oh belleza infinita, siempre antigua y siempre nueva, ¡cuán tarde te conocí!”, escribe San Agustín en sus Confesiones. Volvamos al lenguaje. Dios procede de la raíz deiw, “brillar”, de donde viene “día” y el griego dêlos,”visible, patente”. Su aparición es la gloria latina, el kabod hebreo, la doxa griega. A su aparición le corresponde la admiración ante la belleza, la iluminación, el éxtasis que, como define Maria Moliner supone “una felicidad inefable”.

Mi Archivo me empuja a explorar el tema en múltiples direcciones. Una de ellas, la relación entre la belleza y el arte. Otra, la felicidad del creador, del intérprete y del espectador. Seguirlas excede la posibilidad de este post. Por eso, me propongo redactar una Monografía sobre el tema.