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En los post anteriores he descrito dos de los factores que hacen que la industria digital esté rebajando la libertad de sus usuarios: el debilitamiento de la atención y el sistema skinneriano de manipulación. En este, voy a describir un tercero: la facilidad como premio.

Una de las grandes ventajas de las tecnologías de la información es que facilitan mucho la vida. Nos ahorran esfuerzos. ¿Para qué voy a aprender a multiplicar si la máquina lo hace? ¿Para qué voy a aprender Geografía si Google Maps me proporciona todo lo que necesito saber? ¿Para qué voy a tomar yo decisiones si Google sabe mejor que yo lo que me gusta o lo que necesito? Dado que el cerebro humano es un cognitive miser, un ahorrador de esfuerzos, es difícil no rendirse ante la facilidad eficiente. Betty Sparrow estudió lo que llamó “efecto Google”, que puede resumirse como “para qué lo voy a aprender si lo puedo encontrar”. («Google effects on memory: cognitive consequences of having information at our fingertips). Penny Cook (“The brain in your pocket: Evidence that Smartphones are used to supplant thinking”) ha mostrado que quienes usan más el móvil como ayuda para resolver problemas suelen ser los que tienen más dificultad o menos interés en el pensamiento analítico, que es costoso. Nicholas Carr se asustó al descubrir que sufrimos una cierta intoxicación por comodidad. Empezamos a tener dificultad para leer textos largos. Cualquier tecnología o producto que simplifique la realización de una tarea tendrá mucha aceptación. Poder dar una orden a tu servidor para que encienda la luz de la habitación te evita tener que levantarte para hacerlo.

Francis Fukuyama relaciona el éxito tecnológico con una “felicidad blanda y sin libertad” (El fin del hombre, Ediciones B, 2002, p. 445). Mozorov habla del solucionismo, la utopía de que para cada problema hay una aplicación que lo resuelve. Eric Schmitt, presidente ejecutivo de Google, afirma: “En el futuro, las personas no dedicaran tanto tiempo a hacer funcionar la tecnología, porque no tendrá fisuras”. Simplemente estará allí. Como la electricidad. Si lo hacemos bien, creo que podemos solucionar todos los problemas del mundo” (“The world around us”, discurso en la conferencia Xeitgeist, 15.10.2012). Mark Weiser en The Computer for the 21st century, advierte: “Las tecnologías más significativas son aquellas que desaparecen. Las que se entrelazan en el tejido de la vida cotidiana hasta que se hacen indistinguibles de la vida misma. Si disponemos de suficientes aplicaciones, todos los fallos del sistema humano se vuelven superficiales”. El objetivo es que se conviertan en persuasores ocultos e indispensables.

Nick Bostrom, en su libro Superinteligencia se hace una curiosa pregunta. ¿Por qué los grandes empresarios son partidarios de la renta básica universal? Cree que es por dos razones. Porque son conscientes de que la tecnología puede generar muchísimo paro. Esa es la buena razón. La segunda, que Bostrom teme, es que la renta universal produciría una dependencia mucho mayor de la tecnología. Sería un premio más del sistema skinneriano. Colaboraría a ese mundo de “felicidad blanda y sin libertad” del que hablaba Fukuyama. Harari no es más optimista y escribe:” Los humanos nos asemejamos a animales domésticos. Hemos criado vacas dóciles que producen cantidades enormes de leche, pero que en otros aspectos son muy inferiores a sus antepasados salvajes. Son menos agiles, menos curiosas y menos habilidosas. Ahora estamos creando humanos mansos que generan cantidades enormes de datos y funcionan como chips muy eficientes en un enorme mecanismo de procesamiento de datos”. Cree que en el futuro se buscara la “felicidad bioquímica” que es la más sencilla de encontrar (Homo Deus, Debate, 2016, p. 55). El descabello lo da Jaron Lanier, un gran tecnólogo, uno de los inventores de la realidad virtual, cuando habla del “rebaño digital” y nos da “diez razones para borrar tus redes de inmediato. Tim Berner Lee, el creador de la www, cree que la red “se ha convertido en un motor de inequidad y división, dominada por fuerzas poderosas que la utilizan para sus propias agendas”.

Otro modo de suavizar la dureza de las cosas es la gamificación, la conversión de todo en juego. Puede facilitarnos la vida, porque nos introduce en una realidad virtual. Jane McGonigal, diseñadora de juegos, ha escrito un libro de título revelador: Reality Is Broken: Why Games Make Us Better and How They Can Change the World. Su defensa se basa en la idea de que el mundo real es inferior al mundo virtual porque carece de mecanismos lúdicos. “La realidad no nos motiva con tanta eficacia. La realidad no está diseñada para maximizar nuestro potencial. La realidad no fue diseñada para hacernos felices”. Mi memoria y mi Archivo me dicen que parece que he cerrado el círculo que abrí al escribir Elogio y refutación del ingenio, donde describía la utopía ingeniosa. Allí decía, hace treinta años, “Ingenio es el proyecto de la inteligencia para vivir jugando. Su método es una devaluación generalizada de la realidad”. Era el mundo de la filosofía posmoderna, otro de los hilos que tejen el tapiz de la actualidad. Ahora es el Metaverso. Entonces y ahora tuve que hacer un elogio, para después hacer una refutación. Por cierto, la gamificación se basa también en el modelo skinneriano. (Mozorov, p.338)


Me queda un último aspecto para explicar por qué la industria digital debilita la libertad: necesita formar usuarios dóciles, que son los que quieren los clientes que van a comprar la información que obtienen de los usuarios. Para que el mundo de la publicidad o de la política esté dispuesto a pagar mucho dinero tiene que saber que va a ser rentable, porque el sistema se ha encargado de preparar un “rebaño digital”.


A la vista de todo esto, creo que es importante la “rebelión de los que no somos nativos digitales”, de los que aún tenemos recuerdos de la evolución de las culturas, de los que reclamamos la libertad de atención, la necesidad de la memoria, y la afirmación de la autonomía. Los que sabemos que el sistema democrático es un modelo arduo de vida, y que los problemas personales y sociales no se arreglan con una aplicación en el móvil. De lo que sabemos que, si nos refugiamos en el mundo virtual, dejamos el mundo real a merced de cualquier ambicioso. No lo olvidemos: La inteligencia artificial sólo puede tomar decisiones si ha convertido primero en robots a los que tienen que ponerlas en práctica.

 

Únete Un comentario

  • Felicidad dice:

    Es Jaron Lanier, no Jason.
    Voy a hacer uso, con permiso del maestro, de todos estos textos para una campaña contra el uso de móviles y redes en el instituto donde trabajo. Es realmente preocupante la merma de capacidades que se observa en los alumnos más jóvenes.
    Hay otro libro interesante al respecto del neurocientífico Michel Desmurget, «La fábrica de cretinos digitales. Los peligros de las pantallas para nuestro hijos».

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