Skip to main content

Para comprender la vida política hay que comprender los deseos y emociones que la mueven. A partir de la obra de David McClelland se considera que hay tres grandes motivaciones sociales: el deseo de afiliación, el deseo de logro, y el deseo de poder. El primero tiene como objetivo ser aceptado por los demás, pertenecer a un grupo; el segundo, dominar una actividad, alcanzar la excelencia; y el tercero, imponerse a los demás, dominar. En la fuente de estas dos últimas motivaciones encontramos una energía común: el afán de control. En un caso, se trata de controlar la propia conducta o las propias actividades; en el otro, la conducta de los demás. En ambos casos, el sujeto desea ampliar sus posibilidades de acción, que es uno de los componentes de la felicidad.

La tipología de McClelland deja fuera una pasión especial, que es la propia del gobernante: la de mandar. Se puede amar el poder sin disfrutar con el mando.  Es un asunto que me interesa desde que en mi juventud leí la biografía del conde duque de Olivares escrita por mi vecino Gregorio Marañón, cuyo subtítulo es precisamente “la pasión de mandar”. Después, tal vez por carecer de esa competencia, me ha interesado mucho observar a las personas que saben ejercerla, y siempre me ha parecido una habilidad complejísima. Por eso es tan difícil gobernar. Muchos piensan que para hacerlo basta con ocupar el cargo, pero no es verdad. Kissinger comentó en uno de sus libros que Nixon mandaba mal, que no le gustaba dar órdenes directas y a veces sus subordinados tenían que adivinar cuales eran.

En la Academia del Talento Político nos interesa sobre todo la función de “gobernar”, que es “mandar desde un puesto de gobierno”

Es evidente que “mandar” es una actividad que se da en muchos niveles. Tienen que mandar los padres a los hijos, los maestros a los alumnos, los capataces a los obreros, los jefes a sus tropas, los directivos a sus empleados, y cada caso tiene sus peculiares dificultades. Pero en la Academia del Talento Político nos interesa sobre todo la función de “gobernar”, que es “mandar desde un puesto de gobierno”. Etimológicamente significa “llevar el timón de una nave”, mantener el rumbo adecuado contra viento y marea. Se relaciona, pero no se confunde, con “liderar”, que es solo una de las formas de mandar, la que actúa movilizando las emociones de los seguidores. También se solapa con “organizar”, un difícil talento, imprescindible para el gobernante porque la organización es una de las más poderosas fuentes del poder.  La equivocidad de la palabra castellana “ordenar” es muy instructiva, Significa “dar órdenes” e “introducir orden en el caos”. El gobernante, como señaló Ortega, es ante todo un “hombre de acción”, y este carácter activo lo relaciona con “gestionar”, que es “llevar a cabo una cosa”, y con “emprender”, el impulso a iniciar proyectos. Joseph Nuttin, un gran experto en motivación, hablaba del “placer de la causalidad”. Las personas no se interesan solo por los cambios que se producen alrededor suyo. Quieren producirlos.

El programa de la Academia del Talento Político empieza a delinearse. Después de un curso general -para todos los ciudadanos- sobre el poder, los que aspiren a ser gobernantes, tendrán uno monográfico sobre: Qué es mandar bien. El curso tendría las siguientes lecciones:

1

La inteligencia del gobernante

La identificación de prioridades. Un modo especial de contemplar el panorama social, que la psicología popular llama “intuición política”. Permite la identificación de los problemas y de las oportunidades.
2

La creatividad del gobernante

La búsqueda de soluciones.
3

El paso a la acción

Mandar. La elección de estrategias: de la coacción a la persuasión.
4

La evaluación de los resultados

La flexibilidad táctica, el cambio de estrategias. Saber reconocer los fracasos.

Sobre el papel, el curso parece interesante. Sólo hace falta llenarlo de contenido. Iré haciéndolo poco a poco.