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Muchas voces se quejan de que tenemos una educación deficiente. Mejorarla se convierte en un “problema sistémico”, en el sentido de Heifetz, porque implica a muchos agentes, en coordinaciones complejas, y con intereses diversos. Sin embargo, muchos políticos quieren convertirlo en un “problema técnico”, que se puede arreglar con una ley, es decir, con un algoritmo.

Según han propuesto los “profesores de la Academia”, el paso inicial para encontrar una solución es definir bien el problema. Es fácil decir que nuestro sistema educativo es de mala calidad y más difícil explicarlo. Unos se referirán a que nuestras calificaciones en PISA son mediocres, el abandono escolar es muy alto, así como el número de jóvenes que ni estudian ni trabajan, y añadirán que no cuidamos a los alumnos con necesidades educativas especiales , bien por dificultades de aprendizaje o por altas capacidades. Otros dirán que estamos formando alumnos irresponsables, que no soportan el esfuerzo, que salen del periodo escolar sabiendo muy poco, y últimamente que están demasiado enredados en las redes. Una reciente preocupación es si la educación está aumentando los problemas de salud mental de nuestros niños y jóvenes.

Antes de intentar buscar soluciones, hemos de comprobar si esos problemas son reales, si son universales, cuál es su dimensión y si hay algún factor subyacente a todos ellos. Pondré un ejemplo para mostrar que la identificación del problema puede ser confusa y que, como señala Noveck, un clima hiperpartidista impone una presión constante para rehuir la redefinición de los problemas. Desde la derecha se crítica frecuentemente a nuestra escuela diciendo que no valora el esfuerzo y que es demasiado poco exigente. En España parece que el esfuerzo es un valor de derechas, rechazado por la izquierda. ¿Es que la izquierda piensa que no es necesario esforzarse? No, pero teme que si se pone el énfasis en el esfuerzo se responsabilice al alumno de su fracaso y se exima de culpa al sistema. Al menos, así lo explica José Moya en su libro La ideología del esfuerzo. Al final, un problema real (cómo hacer que los alumnos trabajen, cómo estimular su motivación y también su sentido del deber) se convierte en un conflicto ideológico: ¿es el individuo o la sociedad el responsable de lo que sucede? El planteamiento de la educación en formato conflicto ha hecho imposible la elaboración de un pacto educativo en España. El conflicto escolar entre derechas e izquierdas solo puede resolverse enfocándolo como un problema: ¿Cómo conseguir que nuestros alumnos tengan éxito educativo?

El planteamiento de la educación en formato conflicto ha hecho imposible la elaboración de un pacto educativo en España.

El segundo paso que nos han enseñado nuestros profes es que una vez identificado el problema, hay que convencer a los afectados de la necesidad de resolverlo. Las personas y, como consecuencia las organizaciones y las sociedades, se protegen contra el cambio, a no ser que la situación en que viven se vuelva incomoda o amenazadora. En el sistema educativo hay que fomentar la necesidad de cambio en las familias, en los docentes, y en la sociedad entera que, como indican las encuestas del CIS, nunca ha incluido la educación entre sus principales preocupaciones. Como nos han dicho nuestros profesores, todos estos agentes han de “madurar el problema” y desarrollar el talento colectivo necesario para implementar buenas soluciones. La Gran política debería fomentar que la ciudadanía aprendiera a resolver el problema. Para ello, ante todo hay que crear en torno al alumno un ambiente que fomente el aprendizaje y el esfuerzo, pero teniendo en cuenta la influencia que la procedencia socioeconómica de los alumnos tiene en su rendimiento. Una buena política educativa debe contrarrestar esa influencia de origen.

Por lo tanto, cualquier proyecto educativo tiene que saber conjugar al menos tres elementos: la acción educativa de las familias, la acción educativa de la escuela y la acción educativa de la sociedad (Marina, J.A. “La función educadora de la sociedad”, Educación y Futuro 22, (2010), 41-53.  En España, la colaboración entre escuela y familia no funciona bien, y la colaboración entre centros dentro del Municipio (que debía intervenir como agente educativo de primer orden) tampoco. Cuando lancé el proyecto de MOVILIZACIÓN EDUCATIVA -que fue un rotundo fracaso- y el de CIUDADES CON TALENTO – que también lo fue- pretendía activar la competencia de la sociedad para resolver problemas. La idea era que el Sistema educativo no se reduce al escolar, sino que debe implicar múltiples agentes sociales. Como me gusta repetir, “para educar a un. niño, hace falta la tribu entera” y “para educar bien a un niño, hace falta una buena tribu”.

El “sistema escolar” es muy complejo. Incluye a más de siete millones de alumnos y más de setecientos mil docentes. Una organización de tal categoría necesita gestores extraordinarios para convertirse en una “organización con talento”, en una “organización que aprende”. Es decir, no solo debemos tener docentes de calidad, sino que la propia institución, el modo de relacionarse, de colaborar, de tener metas comunes debe ser también de calidad. La mejora tiene que comenzar en los centros educativos, por lo que es preciso cuidar sus equipos directivos, que son los que pueden impulsar las mejoras.

Otro problema distinto, pero también esencial, es decidir lo que se debe aprender en la escuela. Se repite que debemos enseñar las “competencias del siglo XXI”, pero no se avanza mucho en su precisión. En el año 2000, tras la Cumbre de Lisboa, la Unión europea decidió reformar todos sus sistemas educativos para que educaran las competencias básicas, y se encargó a varios grupos de estudio que investigaran cuales deberían ser. Apareció un problema previo: no podemos seleccionar las competencias si no decidimos primero que tipo de sociedad deseamos construir, porque ese proyecto determina el tipo de ciudadano que debe hacerlo. Es decir, la educación necesitaba un objetivo social claro y bien justificado para poder elaborar los currículos y fijar los objetivos. La Unión europea fijó como objetivo una sociedad con una economía potente basada en el conocimiento y la libertad de mercado, pero sin abandonar su sistema de protección social. La pretensión del ultraliberalismo era eliminar esta última condición, convencido de que el mercado es la solución total, y que la protección social altera su funcionamiento y es perversa porque atenta contra la libertad. La educación pública forma parte de ese sistema de esa injerencia estatal y debe eliminarse. La ideología vuelve a entrometerse en el problema educativo. Sin deslindar bien esta acumulación de problemas, enfoques, e ideologías, es inútil pasar a la siguiente etapa de encontrar soluciones. Patalearemos en la política de la confusión, que se caracteriza por utilizar conceptos confusos para plantear problemas confusos a los que responderán soluciones inútiles. En la Academia necesitamos educar para una política de la claridad y de la precisión.

El problema educativo español no queda definido por lo que he dicho. Este post es solo un ejemplo y, en todo caso, un ejercicio de precalentamiento.