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Vivimos una “democracia de crédulos”, que es a la vez una “democracia desconfiada”. Quien cree en poderes ocultos se agarra a una pata de conejo. La creencia en conspiraciones falsas, eliminando el pensamiento crítico, favorece las conspiraciones verdaderas. La obsesión por una conspiración judía impidió a los alemanes ver la real conspiración nazi. Cuando Trump devaluaba la información rigurosa, estaba favoreciendo los intereses amenazados por el cambio climático. Sus referencias a un “Estado profundo” de pederastas y traficantes sexuales, ha ridiculizado esa idea, útil para analizar los poderes que desde dentro del Estado frenan la tarea del gobierno. En Francia, Macron la utiliza señalando al Ministerio de Exteriores, la Administración y los “enarcas”. En otros países, son los servicios de inteligencia, la colusión ejercito-industria, las direcciones de los partidos. La curia siempre ha sido un “Vaticano profundo”. Los conspiranoicos acaban ayudando a las conspiraciones. Vacuna: Información y crítica.

El artículo inicial de este Panóptico se publicó en El Mundo el día  31 de enero  de 2021.

EL PANÓPTICO 23

Ante los bulos y las teorías de la conspiración que han proliferado durante la pandemia, la Comisión Europea ha publicado un documento – Reconocer las teorías conspiratorias–  en el que resume los rasgos de ese pensamiento. Los conspiranoicos creen firmemente en:

(1) Un plan secreto

(2) Un grupo de conspiradores

(3) Unas “pruebas” que parecen apoyar la teoría de la conspiración

(4) La convicción de que nada sucede por casualidad, de que no hay coincidencias, y de que todo esta conectado.

(5) La división de los humanos en buenos y malos. (6) La necesidad de buscar un chivo expiatorio a quien culpar de todo lo malo que sucede.

La descripción es exacta, pero me gustaría ir más allá. ¿Por qué resultan tan atractivas las teorías de la conspiración? Conspiraciones han existido siempre, pero las que atraen al público son las más gigantescas, improbables o imposibles, las que tienen que ver con adueñarse del mundo, de las mentes, de la voluntad de todos, con la emergencia de un poder mundial. Suelen ser tan disparatadas y variadas que casi nadie se toma el trabajo de refutarlas, entre otras cosas porque no van a hacer cambiar de idea a los conspirómanos, con lo que estos se expanden a sus anchas. Consideran esas críticas como una muestra más de la conspiración. Me recuerdan aquel chiste de un individuo que ve a un amigo suyo que va dando palmadas y gritos por la calle. “¿Por qué haces eso?”, le pregunta. “Para ahuyentar a los elefantes”. “Pero si aquí no hay elefantes”. “¡Lo ves como funciona!”.

El tema es importante porque los acontecimientos de Estados Unidos han corroborado la idea, ya mostrada por el triunfo de la “posverdad”, de que vivimos en una “democracia crédula”, que al mismo tiempo es desconfiada. ¿Cómo pueden ser compatibles posturas tan opuestas? Porque no lo son en realidad. La desconfianza generalizada anima a aferrarse a cualquiera que prometa certeza y seguridad. Resulta muy interesante releer un libro que tuvo una enorme influencia en la primera mitad del siglo pasado: Los protocolos de los sabios de Sion. Es un libro publicado en Rusia en 1905, que contiene las supuestas actas de las reuniones de autoridades judías conspirando para adueñarse del mundo. Fue muy utilizado por los nazis, y en España por el régimen de Franco, para apoyar la idea de una conspiración judeo masónica. Yo lo leí cuando estudiaba bachillerato, porque estaban en la biblioteca de mi colegio. Es un refrito de escritos antijudíos de distinta procedencia, completamente desacreditados por la crítica seria. En ellos se atribuye a los judíos la idea de un gobierno internacional (protocolo 5), de crear “monopolios” (prot.6), apoyarse en “las logias masónicas” (prot.15) “idiotizar y corromper a la juventud de los no-judíos” (prot.9), aniquilar “la familia” (prot.10), “distraer a las masas con diversiones, juegos, pasatiempos, pasiones” (prot.13), eliminar “la libertad de enseñanza” (prot.16) e incluso “destruir todas las otras religiones” (prot.14). Afirman que los judíos están libres de las enfermedades que causan a los no judíos mediante la inoculación de bacilos” (prot.10, 25). Incluso atribuyen a la conspiración la construcción del metro: “Pronto se habrán construido en todas las capitales “trenes subterráneos”; partiendo de los mismos volaremos por los aires todas las ciudades junto con todas sus instalaciones y documentos”. (prot.9).

Vivimos una “democracia de crédulos”, que es a la vez una “democracia desconfiada”

Aparte de estos detalles apocalípticos, me interesan unos párrafos en que los conspiradores antisemitas que escribieron el libro, descubren su método al describir el de los conspiradores que están inventando. En vez de una novela dentro de una novela, es una conspiración dentro de una conspiración. Los sabios de Sion afirman la “importancia de debilitar el espíritu público”, “haciéndole perder el espíritu de reflexión”. También piensan que deben favorecerse las opiniones personales, porque así se acabará admitiendo que todas valen lo mismo, lo que las devalúa a todas. Una desconfianza en el poder del conocimiento provoca una glorificación de la opinión personal y el aumento de la credulidad. Reconozco estas características en la “democracia crédula”.

La “democracia crédula” es una de las manifestaciones de lo que llamo “democracia fácil”. La credulidad no es un vicio: es el estado natural de la inteligencia humana. Los niños son crédulos. Los simples son crédulos. El pensamiento inerte es crédulo. Nuestro cerebro tiende a aceptar como real lo que ve -por ejemplo, que el sol se mueve en el cielo, o que la Tierra es plana-, lo que se le afirma suficiente número de veces, y también lo que le dice la autoridad. Tiende también, por un mecanismo automático, a intentar explicar las cosas. En algunos casos es fácil hacerlo. Si doy un golpe, el tambor suena. Si inclino el jarro, el agua se vierte. ¿Qué sucede entonces con fenómenos como el trueno y la lluvia? ¿Quién los ha causado? Algún ser invisible. Ese afán de buscar la explicación de lo visible, dio origen a las religiones, a la magia y también a la ciencia. Eso explica nuestros comportamientos contradictorios.

A mi juicio, estas características naturales de nuestra inteligencia, hacen que seamos todos crédulos por naturaleza. El pensamiento crítico, en cambio, no es natural. Es aprendido, y aprendido con esfuerzo. La curiosidad es espontánea; el estudio, disciplinado. Por eso, la democracia crédula es una democracia fácil. La democracia crítica es una democracia difícil. La credulidad es un fenómeno regresivo, en el que todos podemos caer si no estamos alerta. Además, en este momento, los medios informáticos favorecen la facilidad y la difusión. EL historiador Robert Goldberg, autor de Enemies Within: The Culture of Conspiracy in Modern America (2001), menciona a los “empresarios de la conspiración”, como Alex Jones y su web InfoWars, seguida por millones de personas. Su negocio está montado en una producción continua de supuestas conspiraciones. “Una vez que ha acabado de explotar el filón de una teoría del complot, pasa a otra e intenta conectarlas para mantener al lector en suspenso con nuevos detalles y nuevas conjeturas”.

Los debates sobre el “Estado profundo” ofrecen un buen ejemplo para aplicar estas ideas. Donald Trump se ha referido a él en muchas ocasiones, permitiendo que se relacionara con una escandalosa macro conspiración de pederastas y traficantes sexuales denunciada sin prueba alguna por el movimiento QAnon. Con ello ha desprestigiado el concepto “Estado profundo”, que es útil para el análisis del poder. Pierre Guerlain, en una entrevista en la revista Marianne, lo explica muy bien. “Todo lo que afirman los demagogos tendemos a pensar que es falso”. Es verdad que en Estados Unidos la coalición del ejército y la industria se ha podido considerar un “Deep state”, pero no es un concepto esencialmente conspirativo.

“Estado profundo” significa un poder dentro del mismo poder. Una parte del poder del Estado puede boicotear la acción del gobierno. El presidente Macron ha utilizado varias veces la expresión para referirse al Quai d’Orsey (Ministerio de Asuntos Exteriores), a la Administración o a los “enarcas” (los diplomados del ENA, Escuela Nacional de la Administración). En el caso americano, Steve Bannon, el ideólogo del primer Trump, reconoció que una meta de su gobierno era la «deconstrucción del Estado administrativo», que a su entender fue montado por la izquierda para defender sus intereses mediante regulaciones burocráticas, pero que solo los imbéciles podían pensar que era un Estado oculto, porque estaba bien a la vista.

El problema está en que estamos expandiendo la desconfianza en la capacidad de la inteligencia humana para descubrir la verdad, incluso la desconfianza en la verdad en sí.

Mientras que la investigación del ejercicio real del poder es un asunto de gran importancia, las grandes teorías conspiratorias, las que piensan que un grupo de gente tiene un plan malvado para hacerse con el poder mundial, apoderarse de las almas, y esclavizar a la Humanidad, labor atribuida al grupo Bilderberg, a la Trilateral, a la masonería, o a Soros, a los judíos o a los illuminati, despiertan la credulidad y apartan la atención de las verdaderas influencias ocultas, que son con frecuencia mera convergencia de intereses. No creo que los GAFA (Google, Apple, Facebook, Amazon) sean un grupo que diseña hacerse con el poder mundial. Lo que pretenden es hacerse con el negocio mundial de la información o del comercio o de la banca. Y estudiar su poder me parece necesario.

El problema está en que estamos expandiendo la desconfianza en la capacidad de la inteligencia humana para descubrir la verdad, incluso la desconfianza en la verdad en sí. Estamos fomentando las democracias fáciles, en lo que colaboran todos los populismos, y, de paso, estamos admitiendo la incapacidad del estado democrático para contener esos poderes ocultos. Nada de esto se resuelve con teorías conspiratorias, sino con la confianza en la investigación minuciosa, corroborada, tenaz, y en la participación ciudadana en las tareas políticas. En resumen, la solución está en una “democracia difícil”. Pero ¿interesa realmente el esfuerzo?

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