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PANÓPTICO

El panóptico
arís, 1919. Seis meses que cambiaron el mundo Cover

«París, 1919» se trata de una apasionante crónica de la Conferencia de Paz que se celebró en París -desde el 18 de enero hasta el 28 de junio- para diseñar el mundo tras la derrota de Alemania.

La organizaron las potencias aliadas, y estuvo dirigida por sus gobernantes: Wilson, Clemenceau, Lloyd George y Orlando, en especial por los tres primeros.

Cuatro grandes imperios se habían desmoronado, el alemán, el austrohúngaro, el otomano y el ruso y tuvieron que debatir sobre la aparición de nuevas naciones, el trazado de fronteras, el reparto de las colonias de los vencidos, las reivindicaciones de los nacionalismos, el cálculo de las indemnizaciones y las medidas para que Alemania nunca volviera a ser una amenaza. Todo esto durante un armisticio que se prorrogaba mes a mes y con la preocupación de que Alemania -que no participaba en las discusiones- no firmara el tratado resultante.

Margaret MacMillan describe con brillantez literaria el complejo y a veces arbitrario juego de intereses, recelos, ambiciones, resentimientos y esperanzas. Hace perspicaces retratos de los grandes protagonistas. Resulta especialmente interesante la figura de Woodrow Wilson, cuya figura es relevante para el Panóptico sobre todo por dos iniciativas suyas: la Sociedad de Naciones, en la que confiaba para que no hubiera más guerras, y la defensa del “derecho de autodeterminación, que consideraba esencial a la democracia. Este último sigue presente en la vida política española, y por eso conviene conocer sus orígenes. Wilson estaba movido por buenas intenciones: extender la democracia, establecer la justicia y mantener la paz. Sabía que la desaparición de los imperios iba a provocar la aparición de nuevos Estados, y quería que se formaran por la voluntad de quienes quisieran formar parte de ellos.

De todas las ideas que Wilson trajo a Europa -escribe la autora- el concepto de autodeterminación era, y ha seguido siendo, uno de los más opacos y controvertidos

De la Casa Blanca habían salido frases inspiradoras para muchos pueblos:

La cuestión sobre la soberanía debe resolverse sobre la base de la libre aceptación de ese acuerdo por el pueblo inmediatamente interesado”, “el derecho de quienes se someten a la autoridad a tener voz en sus propios gobiernos”, “los derechos y las libertades de las naciones pequeñas”, “un mundo seguro para todas las naciones amantes de la paz que, como la nuestra deseen vivir su propia vida, decidir sobre sus propias instituciones”.

Pero ¿qué significaban? ¿Se refería Wilson, como a veces parecía, tan solo a una extensión del autogobierno democrático? ¿Quería decir realmente que cualquier pueblo que se considerara nación podía tener su propio Estado? En una declaración que redactó pero que nunca publicó, afirmó:

Decimos que todas esas personas tienen derecho a vivir su propia vida bajo los gobiernos que ellas mismas elijan formar. Ese es el principio estadounidense”.

Pero cuando en París nacionalistas irlandeses le pidieron ayuda para liberarse de la dominación británica, contestó que “los irlandeses vivían en un país democrático y podían resolver las cosas por medios democráticos”. Es decir, parecía admitir que los pueblos democráticos ya habían conseguido su autodeterminación. Lansing, su Secretario de Estado se preguntaba.

“Cuándo el presidente habla de “autodeterminación”, ¿en qué piensa? ¿Se refiere a una raza, a un territorio, una comunidad?”.

Consideraba que era una desdicha que a Wilson se le hubiera ocurrido esa idea:

Infundirá esperanzas que nunca podrán cumplirse. Me temo que costará miles de vidas”. “Tal como se preguntó Lansing -comenta Margaret MacMillan- ¿qué constituía una nación?” (p. 39)

En febrero de 1918, Wilson había dicho en el Congreso que solo debían apoyarse “las aspiraciones nacionales bien definidas”, pero no explicó lo que esto quería decir. ¿Qué era un nacionalismo bien definido? El polaco, por supuesto, pero ¿y el ucraniano, y el eslovaco, y el de los polacos protestantes? La solución parecía ser que los ciudadanos lo decidieran mediante un plebiscito, pero Wilson no lo veía claro, ¿Quién debía votar? A finales de 1919 Wilson, escarmentado, dijo al Congreso:

Cuando pronuncié aquellas palabras (“que todas las naciones tenían derecho a la autodeterminación”) fue sin saber que existían las nacionalidades, las cuales acuden a nosotros día a día”.

Ciertamente, el haber defendido un derecho sin precisar quién era el sujeto de ese derecho, ha provocado muchas confusiones. En el #Diario de Catalunya volvemos a hablar de la historia del derecho a la autodeterminación.

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