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Se ha vuelto un tópico hablar de la ausencia de inteligencia política en nuestra nación, pero sin aclarar por qué se dice. Como estudioso de la inteligencia y de su pedagogía el tema me parece esencial. Necesitamos desarrollarla, pero ¿cómo?

El texto de Taine que cité ayer:

La esperanza abre sus enormes alas; todos los obstáculos parecen desaparecer: Se piensa que ella sola, y por su propia fuerza, la teoría engendra la práctica

Hippolyte Taine

me ha hecho recordar su extraordinaria prosa y he revisado su libro Les origines de la France Contemporaine, (1875). En él encuentro ideas que están en el origen de El Panóptico. Tal vez las tomé de él, pero había olvidado su procedencia. Nuestra memoria es una hábil plagiadora. Los philosophes, afirma, despreciaban la historia. Oponen la razón a la tradición. «Carecían de imaginación simpática; no sabían salir de sí mismo, transportarse a distintos puntos de vista», «figurarse los momentos en que el espíritu humano da a luz una institución, una religión, un Estado.»

El Panóptico intenta no caer en esa trampa, averiguando como la racionalidad emerge de la historia. Taine hace una segunda crítica a la Revolución. Su racionalismo pierde de vista el individuo concreto, el hombre viviente en su situación real.

La filosofía de la época todo lo reduce a fórmulas, lo uniformiza todo, lo diluye todo en vagas abstracciones. En consecuencia, la política habrá de organizase teniendo como materia prima estos seres abstractos, sobre el modelo de las matemáticas. “Se da por supuestos a unos hombres nacidos a los veintiún años, sin padres, sin pasado, sin tradición, sin obligaciones, sin patria, y que, reunidos en asamblea por primera vez, se disponen a pactar entre ellos”. Hannah Arendt identificó este mismo mecanismo hacia el horror en el régimen nazi.

De esas ideas, Taine saca consecuencias sobre la inteligencia política. Todo hombre de Estado -piensa- tiene que contar con ideas generales y principios abstractos. ¿Qué hará con ellos el político? Los utilizará a beneficio de inventario, pensando en las consecuencias que acarrearía su aplicación; en caso de decidirse a obrar con arreglo a tal principio, procederá siempre con la debida cautela, en virtud de la delicadeza y fragilidad del ser humano a quien sus actos van destinados. El político sagaz prevé, calcula, está dispuesto a corregir y a enmendar sus resoluciones según la experiencia práctica lo aconseje, sabe muy bien que es preciso proceder gradualmente, sin apresuramiento, por la vía de ensayo y del tanteo, pero siempre pensando en los seres vivos reales con quienes hay que tratar y a quienes hay que representarse como sujetos de necesidades concretas siempre variables”. En muchos nacionalismos se ve esa dependencia de principios abstractos, y el convencimiento, señalado por Taine, de que la voluntad puede conseguirlo todo.

Desde el Panóptico este texto se une a una larga tradición para quien la principal virtud del político era la prudencia, que no se definía como cautela o precaución, sino como “el talento para aplicar principios generales a casos particulares”. Por cierto, es la definición que daba Bergson de la “energía intelectual”. Estoy de acuerdo.

Problema práctico: ¿Puedo escribir una “historia emocional”, sin descender a casos concretos? ¿Puedo escribir una “historia emocional” sin que los casos individuales impidan ver las grandes dinámicas? Ya veremos.

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