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El comienzo de año es un buen pretexto para reflexionar acerca de si el mundo progresa o retrocede; si la historia sigue una dirección o, usando palabras de Shakespeare, es un cuento absurdo contado por un payaso sin gracia, lleno de ruido y furia. El estudio de la evolución de las culturas me lleva a la conclusión de que la historia tiene un sentido, afirmación que parecerá trasnochada a muchos. Han pasado ya los tiempos en que se atribuía una finalidad al Universo y a la Humanidad. No tenemos un destino que cumplir. Sin embargo, aunque sea cierto que la Humanidad no está diseñada para dirigirse a una meta, los seres humanos en su vida diaria sí lo hacen, lo que da un cierto orden a la historia y permite comprenderla, puesto que es la agregación e interacción de acciones individuales. En El deseo interminable he reunido todas las motivaciones humanas bajo el amplio concepto “búsqueda de la felicidad” porque una de las tesis fundamentales de la Ciencia de la evolución de las culturas es que esa búsqueda permite explicar tres características de la evolución histórica:

 (1) las invenciones en paralelo,

(2) la diversidad de las soluciones y

(3) la evolución convergente.

 Las primeras derivan de la universalidad de las necesidades y expectativas. La segunda, del cerebro humano, que es un incansable generador de posibilidades. La tercera, del hecho de que las mejores soluciones se imponen a las peores, si no lo impide alguna injerencia perversa.

Los casos de invenciones paralelas son frecuentes. La agricultura apareció al menos en seis lugares de modo independiente, a partir de los vegetales que espontáneamente brotaban en cada zona: cereales y lentejas en Mesopotamia (11.000 a.C.), arroz, mijo, soja en China (9.000), maíz y alubias en México (6.000), boniato, patata en América del Sur (5.000), sorgo, mijo, arroz en África subsahariana (5.000). En el sureste de Asia, se cultivó el ñame, la caña de azúcar, el coco, cítricos y arroz, desde una fecha no bien determinada. Ese mismo paralelismo lo vemos en la invención de la cerámica, la decoración, la escritura, las religiones, las organizaciones políticas, etc.

Las invenciones en paralelo se dan también en la naturaleza. La evolución biológica ha resuelto un mismo problema de variadas maneras, y debemos aprender de esos procesos. Por ejemplo, la necesidad de captar información del entorno ha provocado el desarrollo de distintos sistemas sensoriales, desde los humanos a la radiofrecuencia de los murciélagos, la magnetopercepción de algunas aves, o la electropercepción de algunos peces. El ojo fue inventado, al menos, siete veces. Los quitones, o cucarachas de mar, tienen miles de ojos en su caparazón. ¿Qué será “ver” como un quitón? El problema de la dispersión de las semillas, o de la necesidad de fecundación de las flores también ha producido variadas y creativas soluciones. Antes he dicho que la necesidad de resolver un problema ha estimulado esa inventiva. Es una interpretación falsa por antropocéntrica. La naturaleza no resuelve ningún problema, porque eso supondría una capacidad de planteárselos, cosa que excede a sus capacidades. La formulación adecuada es: aquellos organismos que desarrollaron determinadas funciones -sin saber, por supuesto, lo que hacían-, sobrevivieron. Sólo el ser humano -hasta donde sabemos- es capaz de anticipar un fin y enfrentarse al problema de alcanzarlo.

Esas soluciones humanas paralelas son muy diferentes, como lo son las naturales. Felipe Fernández-Armesto ha escrito un libro sobre las civilizaciones, a partir de los distintos entornos a los que se tuvieron que amoldar. Pero las diferencias del entorno no explican el incansable afán de cambio de los humanos. “Cuando varias comunidades ocupan entornos idénticos o casi idénticos, cada una responde de forma completamente distinta, diseñando diferentes soluciones a los mismos problemas, pese a contar con los mismos recursos, el mismo clima, la misma topografía, la misma hidrografía, las mismas enfermedades y las mismas tierras de cultivo” (Fernández- Armesto, F., Civilizaciones,  Taurus, 2002, p. 17) Nueva Guinea es una isla de unos ochocientos mil kilómetros cuadrados, en la que se hablan ochocientos idiomas diferentes. En la isla de Gaua, de unos trescientos kilómetros cuadrados –un diámetro de veinte kilómetros- se hablan cinco lenguas: el lakon, el olrat, el koro, el dorig y el nume (Pagel, M., Conectados por la cultura, RBA, 2013, p.76). Según Don Kulick los inventaron para separarse de otros grupos, para favorecer la identidad, porque distinguirse es una pasión universal. Pertenecer a un grupo y diferenciarse de otros es una constante humana que va desde las tribus prehistóricas hasta los nacionalismos actuales.

En el caso humano, las distintas soluciones en paralelo pueden mantenerse mientras se mantienen aisladas físicamente o mediante sistemas ideológicos de censura y blindajes ortodoxos. Cuando sin esas restricciones mentales entran en contacto con otras soluciones, acaban triunfando las soluciones más eficaces. La ciencia se impone a la mitología, las técnicas más eficientes a las más costosas, algún tipo de legislación al mero empleo de la fuerza, y el poder político restringido al poder absoluto. Según Sahlins y Service, “la gran diversidad de formas sociales es el resultado de lo que denominaron “evolución específica”, a medida que los grupos humanos se adaptaban a la infinidad de nichos ideológicos que acabaron ocupando. No obstante, estaba claro que también existía una “evolución general” convergente, ya que distintas sociedades llegaban a soluciones parecidas ante problemas comunes de organización social”.  (Sahlins, M.D. y Service, E.R., Evolution and Culture, The University Michigan Press, 1960, c.9). Esta evolución diversificadora y convergente explica gran parte de la historia. Hace unos años, Francis Fukuyama fue muy criticado al anunciar “el fin de la historia”, por decir que con las democracias liberales la humanidad había alcanzado su meta ideal. Cinco años después reconoció que se había equivocado al diagnosticar el final, pero no en su idea de que había un proceso de convergencia histórica.

La hipótesis central de la Ciencia de la evolución de las culturas es que, si la inteligencia humana no es obstaculizada, acabará descubriendo las mejores soluciones, y que cada vez que esa búsqueda sea bloqueada se producirá un colapso civilizatorio.

También Yuval Harari considera que las culturas humanas se hallan en perpetuo flujo pero que la historia tiene una dirección.  Se desplaza implacablemente hacia la unidad. Hoy día, casi todos los humanos comparten el mismo sistema geopolítico (todo el planeta está dividido en estados reconocidos internacionalmente); el mismo sistema económico (las capitalistas del mercado modelan incluso los rincones más remotos del planeta); el mismo sistema legal (los derechos humanos y la ley internacional son válidos en todas partes, al menos teóricamente y el mismo sistema científico” (Harari, Y.N. Sapiens, Debate, 2011, p.192). En el terreno económico el nexo de unión fue el dinero, en lo político el imperio, en lo espiritual las religiones universales.

La hipótesis central de la Ciencia de la evolución de las culturas es que, si la inteligencia humana no es obstaculizada, acabará descubriendo las mejores soluciones, y que cada vez que esa búsqueda sea bloqueada se producirá un colapso civilizatorio. Por ejemplo, no es aventurado prever que la humanidad acabará siendo alfabetizada, porque es mejor solución que el analfabetismo.

Y tampoco lo es que cada vez que se instaura en el poder un régimen que impone el miedo y fomenta la ignorancia y el dogmatismo, aparecerá la atrocidad. Podemos considerar que las guerras que hay en la actualidad son procesos descivilizatorios, regresivos. Una vuelta atrás.

Este enfoque permite admitir que ha habido un progreso no sólo material sino ético en la historia de la humanidad, pero que es incompleto y precario. Y plantea una pregunta: ¿cómo podríamos hacer que ese progreso aumentara y se eliminaran los colapsos civilizatorios? He defendido que la inteligencia humana está en buenas condiciones para progresar cuando se libera de cinco obstáculos: la pobreza extrema, la ignorancia, el fanatismo tribal, el miedo al poder, y la insensibilidad ante el dolor ajeno.

¿Es verdad que podemos confiar tanto en la inteligencia? La respuesta quedará para un próximo post.

 

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