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La mejor manera de definir al ser humano es describiendo lo que hace: piensa, inventa, dirige su propio comportamiento, ha hecho ciencia, arte, construido ciudades y muchas cosas más. Creo que los sistemas normativos –la moral y el derecho– ocupan el nivel más alto de esas creaciones.  Esta afirmación, que veo con claridad, al mismo tiempo me desasosiega. La norma parece una reminiscencia arcaica en un mundo libre y creativo. Cuando escribí Teoría de la inteligencia creadora, no se me ocurrió incluir la ética dentro de sus actividades. Además, la ciencia o el arte son creaciones maravillosas ¿por qué no las sitúo en la cima de la inteligencia humana en vez de poner algo tan seco y coactivo como la moral o el derecho? Mi respuesta es: porque pienso que estas son las creaciones que colaboran más eficazmente a la felicidad de los humanos. Y lo hacen con una propuesta extraordinariamente novedosa: redefinirnos como especie. En realidad, somos primates evolucionados, más listos que los demás. Eso es lo que la ciencia dice. Pero impulsados por nuestra persistente búsqueda de la felicidad hemos llegado a la conclusión de que sería bueno que nos consideráramos intrínsecamente valiosos por el hecho de existir, un bien protegible. Eso es lo que designamos por el término dignidad, que supone un salto desde la naturaleza biológicamente recibida a la naturaleza culturalmente inventada, sobre la que intentamos crear nuestro modo de vida. Por eso suelo decir que la evolución humana es una aventura metafísica. Se trata, eso sí, de un proyecto voluntarista, no realizado del todo, y precario. La historia nos advierte de que cada vez que lo rechazamos lo que aparece no es una libertad dichosa, sino la atrocidad.

La Ciencia de la evolución de las culturas me hace pensar que la asunción de normas ha sido esencial para el proceso de humanización, lo que incluye el desarrollo de la inteligencia

La norma tiene mala prensa en una cultura que valora la libertad sobre todas las cosas. Me parece un error conceptual, porque ese desprecio se basa en la idea de que la esencia de la libertad es la espontaneidad. Pero espontáneo es lo que se hace inmediatamente, sin deliberación, lo que supone convertir la impulsividad en la esencia de la libertad. La libertad comienza cuando puedo dirigir mis comportamientos por impulsos o por valores pensados.  Norma es un enunciado simbólico que impone o prohíbe un determinado comportamiento, y que puedo obedecer o no.

La Ciencia de la evolución de las culturas me hace pensar que la asunción de normas ha sido esencial para el proceso de humanización, lo que incluye el desarrollo de la inteligencia. Todos los cerebros tienen implementadas reglas automáticas de funcionamiento. Lo que diferencia al cerebro humano es que esas reglas neuronales pueden ser suplementadas, ampliadas, dirigidas, por reglas simbólicas. Las buenas decisiones matemáticas exigen someterse a las normas matemáticas. Así pues, los que creen que la gran creación humana es la libertad olvidan que la libertad emergió de la obediencia y es fruto de un aprendizaje. Esto lo he explicado en la monografía Materiales para la historia de la obediencia. La obediencia fue necesaria para que los sapiens aprendieran a controlar sus propios impulsos, y gracias a ello alcanzar la libertad como capacidad de dirigir el propio comportamiento.  Esto puede resultar extraño. A mi también me lo pareció cuando oí a Daniel Wegner decir que la libertad consistía en poder obedecer a otro. Entonces no entendí que eso significaba poder controlar la propia impulsividad. Una vez que se ha aprendido a obedecer las órdenes de otro, el siguiente paso es obedecer las órdenes que uno mismo se da. En eso consiste, incluso etimológicamente, la “autonomía”. Yo soy mi propio legislador. La historia de libertad, que tendré que contar en El deseo interminable expone la marcha de la espontaneidad a la autonomía, con los frecuentes intentos de volver atrás.

La Psicología evolucionista confirma estas conclusiones. Heinrich en The secret of our success atribuye este éxito a nuestra capacidad de aprender normas. Tomasello atribuye la ultrasociabilidad de los sapiens a su capacidad de aprender y ajustarse a normas sociales. Richerson y Boyd lo explican así: “Tales entornos favorecieron la evolución de un conjunto de nuevos instintos sociales adaptados a la vida de dichos grupos, incluida una psicología que “espera” que la vida esté estructurada en normas morales y esté diseñada para aprender a interiorizar tales normas; nuevas emociones, como la vergüenza y la culpa, que favorecen el cumplimiento de las normas. Hayek fue más radical: lo que llamamos razón fue un resultado del aprendizaje de normas, en este caso, de normas lógicas.

La noción de norma es correlativa a la de deber. Hay, al menos, cuatro tipos de normas:

1

Derivadas de la costumbre o de la presión social

2

Normas coactivas impuestas por la autoridad

3

Normas derivadas de un contrato


4

Normas derivadas de un proyecto

Estas son las más interesantes.

Son normas condicionales: Si quieres conseguir A tendrás que hacer B, C, D, etc. Si quieres convivir en paz, tendrás que respetar las normas de convivencia.

Últimamente se usa constantemente el término “algoritmo”. Los juristas empiezan a percatarse de su carácter de norma. ”Cada vez más, el verdadero alcance de los derechos de los ciudadanos va a depender en mayor medida de los códigos de programación a partir de los cuales se articula el funcionamiento de todo tipo de aplicaciones informáticas que de los mismísimos códigos jurídicos tradicionales que tanto veneramos los juristas” (Lessig, L., Code version 2.0, Basic books, 2006). Me ha sido muy útil la revisión que hace Andrés Boix Palop en su artículo “Los algoritmos son reglamentos: la necesidad de extenderlas garantías propias de las normas reglamentarias a los programas empleados por la Administración para la adopción de decisiones” (Revista de Derecho Público: teoría y métodos, 1, 2020).

Tomasello, un gran experto en evolución de la inteligencia, piensa que el paso a la ultrasociabilidad se dio en varios pasos: la posibilidad de una intencionalidad competida, la mentalidad de grupo, la capacidad de ajustarse a normas sociales, sentir y compartir emociones grupales, y crear y obedecer instituciones sociales, incluida la religión. Al aparecer, transformaron el curso de la evolución humana. Richerson y Boyd piensan que esos entornos sociales “favorecieron la evolución de un conjunto de nuevos instintos sociales, adaptados a la vida de dichos grupos, incluida una psicología que “espera” que la vida esté estructurada en normas morales y esté diseñada para aprender e interiorizar tales normas. Nuevas emociones como la vergüenza o la culpa favorecieron el cumplimiento de las normas”.

Las normas morales son las más importantes para El deseo interminable. Por eso hablaré de ellas en la próxima entrega.

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