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Una de las tesis de El deseo interminable es que la cultura en su enorme variedad depende de un reducido grupo de pulsiones básicas (deseos y emociones), ampliadas, polinizadas y moduladas, hasta hacerlas casi irreconocibles, por el pensamiento simbólico a lo largo de la evolución cultural.  Para que una afirmación tan ambiciosa tenga sentido, es preciso explicar cómo se producen esos procesos expansivos. Voy a intentarlo con una de las emociones básicas admitida por casi todos los tratadistas: el asco, un sentimiento de aversión. Ante un objeto, podemos sentirnos atraídos o repelidos. Este impulso puede tener dos formas: separarme de él, huir, (miedo) o rechazarlo, alejarlo, vomitarlo (asco). El asco tiene el interés añadido de que es una emoción muy pegada a la fisiología. Keith Oatley lo define como “la emoción que incluye náusea ante la comida contaminada y que tiene como consecuencia el vómito”. Este esquema biológico se ha ido ampliando, aplicándose metafóricamente a repugnancias psicológicas o mentales.  Flaubert hablando de sí mismo escribe: “Nací con escasa fe en la felicidad. Siendo muy joven tuve un presentimiento completo de la vida. Era como un nauseabundo olor a cocina, que se escapa por un michinal. No hace falta comerla para saber que es vomitiva”. Sartre, en La náusea piensa que Heidegger no tenía razón al decir que la “angustia” era la emoción que nos revelaba la realidad, porque esa función le correspondía al asco, que revela la pasión inútil de la existencia.

El asco es una emoción que a partir de una sensación física ha ido colonizando aspectos cada vez más simbólicos. Es un proceso que contemplamos continuamente en la evolución de las culturas. Es posible que, en este caso, la etapa intermediaria tuviera que ver con la distinción entre “puro” e “impuro”. Conviene hacer zoom sobre estos dos conceptos, porque si los comprendiéramos bien tal vez entendiéramos mejor la incierta aventura humana. ¿Son conceptos biológicos, higiénicos, políticos, morales, religiosos? En este momento hay en España un debate que tiene que ver con la menstruación. No se puede comprender si no se recuerda la relación que secular y casi universalmente tuvo con la dimensión puro-impuro. El asco por lo impuro es ya un sentimiento moralizado. Simbólico en el sentido de que no es una sensación física, sino que está producido por una elaboración conceptual previa.

¿Se puede asignar al asco algún tipo de papel moral?

Tenemos, pues, al asco elevado a la condición de sentimiento moral. Lo han estudiado Paul Rozin y Jonathan Haidt, que consideran que hay tres grupos de emociones morales:

1

Vergüenza y culpa
2

Desprecio, furia y asco
3

Compasión

(Rozin, P., Lowery, L., Imada, S., Haidt, J.: The CAD hypothesis: a mapping between three oral emotions (contempt, anger, disgust) and three moral codes (community, autonomy, divinity”, 1999). Son morales porque están orientados a mantener la cohesión del grupo.

Martha Nussbaum critica con dureza a los que estiman que el “asco” es una emoción que puede servir de criterio moral válido. No creo que nadie pretensa seriamente fundar una ética en esa emoción. Otra cosa es intentar introducir el “asco” como facilitador del comportamiento moral. Samuel Johnson al aconsejar sobre el tratamiento de los vicios en la literatura, advierte: “Los vicios ya que es necesario mostrarlos, siempre deberían dar asco (…) deberían suscitar odio, por la maldad de sus acciones y desprecio por la mezquindad de sus estratagemas “ (Miller,W.I., Anatomía del asco, Taurus, 1997,253). Los predicadores han intentado exponer la repulsión del pecado con una imaginería monstruosa.

El asco no puede ser criterio moral, porque está determinado culturalmente, es decir, en parte se aprende. Hay sociedades que disfrutan comiendo gusanos, de manera parecida a como lo hacemos nosotros comiendo angulas. Hay “objetos repugnantes” innatamente troquelados (como aquellos que son repugnan universalmente al gusto) y otros que son socialmente construidos, para fomentar algún tipo de comportamiento. Así ocurre en la India con la casta de los intocables y sucedió a lo largo de la historia en muchas ocasiones con los judíos. Paul Rozin atribuye esa construcción a un “pensamiento mágico” irracional. Funciona la asociación, el contagio, la semejanza, el falseamiento de la información. Puede aprenderse también por presión social. Durante mucho tiempo se ha pensado que fenómenos como la aracnofobia eran hereditarios dada la frecuencia con que aparece en las familias, pero al parecer se trata de que los niños que ven reaccionar con miedo a sus padres, aprenden a reaccionar de la misma manera.

Una anécdota especialmente escandalosa de esas transferencias irracionales fue la relación medieval de los leprosos, los judíos y las mujeres. En la edad media, escribe Moore, “se consideraba que los judíos se parecían a los leprosos en que se les asociaba con la inmundicia, la pestilencia y la putrefacción “. En la Francia de 1321 se aseguraba que los judíos se habían aliado con los leprosos en una conspiración para envenenar los pozos” (Moore, R.I. The Formation of a Persecuting Socieaty: Power and Deviance in Western Europe, 950-1250, Blacwell, 1987, p.64). Todavía Voltaire escribía que a causa de su falta de higiene “los judíos eran más propensos a la lepra que cualquier otro pueblo”. Hasta tal punto llegaba esa “transposición irracional” que como la menstruación provocaba repugnancia, se la atribuyeron también a los varones judíos. (Gilman, S.L. Sexuality: And Illustrated History,Wiley, 1989, p. 41-42).

Vemos aquí un proceso que se repite continuamente: una emoción básica, con un desencadenante rigurosamente fijado, adquiere flexibilidad al enlazar con el sistema simbólico.

 *Curiosidad lingüística.

La palabra castellana “asco” tiene una etimología rara. Según Corominas, deriva del castellano antiguo usgo, “odio, temor, pero María Moliner supone que se modificaría por influencia de asqueroso, que procede del latín escharosus, “cubierto de costras”).

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