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Pierre Ansart, en su libro La gestion des passions politiques, dedica un capítulo al “amor al rey” y se centra en los fastos celebrados el 26 de agosto de 1660 para la fiesta de la “Entrada triunfal” de Luis XIV en París. Toda la ciudad fue transformada, para inflamar los sentimientos monárquicos. La sociedad francesa estaba dividida, desgarrada por enormes desigualdades. Por eso se emprende una campaña para inculcar “buenos sentimientos políticos”, en esencia, el amor al rey y a la “gloria” del monarca. A partir de 1660 se tomaron muchas iniciativas. Colbert reorganiza las academias artísticas para difundir el mensaje monárquico, el pintor Le Brun define el papel de la nueva pintura; buscar el bien y la gloria del Estado. La poesía deberá cantar “las maravillas que su Majestad ha hecho” y la historia será escrita para dedicarle las alabanzas que merece.

Luis XIV era muy consciente de la importancia de ese programa de seducción. Escribe a los miembros de la Academia: “Os confío la cosa del mundo que me es más preciosa: mi gloria”. Lo que pretende es la obediencia. “Obtener la obediencia por el apego a la persona del rey-escribe Ansart- constituye un tema familiar y claramente expuesto”. Luis XIV vuelve a ello repetidas veces en sus Memorias, como uno de los principios de su política. Se trate de los nobles (de los que escribe que hace falta “tocarlos”, “encantarlos”), se trate de gentes del pueblo (de los que escribe en varias ocasiones que se trata de complacerlos, de apoderarse de su espíritu y su corazón), la política se dedica esencialmente al control de los comportamientos, al mantenimiento de la obediencia. El “corazón” como símbolo amoroso se introduce tradicionalmente en la relación de dependencia política. Caso paradigmático era el compromiso del vasallo de entregar su corazón al señor feudal. (Nagle, Jean, La civilisation du coeur. Histoire du sentiment politique en France du XIIe au XIXe siècle, París, Fayard, 1998).

El trabajo de producción mensajes emotivos encargados de repetir la grandeza y la gloria de rey se insertan lúcidamente en una estrategia de mantenimiento de la conformidad política” (p. 36). Por eso Luis XIV recomienda a su hijo “saber manejar los grandes resortes; el apego, la fidelidad, el temor, la esperanza. Es preciso, escribe, estar pendiente de mantener en los súbditos la fidelidad y la voluntad de complacer al rey. “La ambición de complacerle les obliga a vigilarse a ellos mismos continuamente”. El sentimiento cala en las clases populares. En enero de 1789 un colectivo de mujeres francesas muestra su amor al rey. ”Cuando podemos ver a su augusta persona, las lágrimas se escapan de nuestros ojos, la idea de Majestad se desvanece y no vemos en vos más que un padre tierno por el cual daríamos mil veces la vida”.

Debo a los magníficos estudios de José Antonio Jara Fuente información preciosa para entender las emociones políticas y, en especial, la que estoy mencionando ahora: el amor al rey. (Jara Fuente, J.A. “Emociones políticas: un estado de la cuestión (con especial referencia a la Edad Media”, en Jara Fuente (coord.) Las emociones en la historia. Una propuesta de divulgación, Universidad de Castilla-La Mancha, Cuenca, 2020; Jara Fuente, J.A. (coord.) Emociones políticas y políticas de la emoción. Las sociedades urbanas en la Baja Edad Media, Madrid, Dykinson, 2021). En la Edad media las emociones políticas giran alrededor de la monarquía, en dos dimensiones distintas: las emociones vinculadas al arte de gobernar y las emociones ligadas a las relaciones políticas que se establecen entre rey y súbditos. Son relaciones de “miedo” y “amor” que manifiestan la “veneración tóxica” de la que hablé en la entrada anterior. Resulta difícil comprender la relación entre ambas que se expresa en las Siete Partidas de Alfonso X el Sabio, donde se lee: “temer es cosa que se tiene con el amor que es verdadero, ca ningún home nos puede amar sinon teme”. Supongo que esta contradicción tiene un origen religioso, porque en la Biblia se valora mucho el “temor de Dios”. En Deut 10,12-13 se lee:” Y ahora, Israel, ¿qué te pide tu Dios, sino que temas a Yahveh tu Dios, que sigas todos sus caminos, que le ames, que sirvas a Yahveh tu Dios con todo tu corazón y con toda tu alma, que guardes los mandamientos de Yahveh y sus preceptos que yo te prescribo hoy para que seas feliz?”. Esta relación de los sentimientos hacia Dios y hacia el rey es un lugar común literario. El infante don Juan Manuel escribe: «E pues los Reyes tienen lugar de Dios en la tierra, deben ser muy amados et muy temidos de los suyos» (“Libro Enfenido”, Don Juan Manuel, Obras, Barcelona, 1955, pág. 106; Bermejo, J.L. “Amor y temor al Rey (Evolución histórica de un tópico político”, Revista de Estudios Políticos, nº 192, 1973, pp. 107-128).

“La fascinación por el poder es una de las pasiones políticas de las que nadie está libre y que, por lo tanto, conviene vigilar más”

 La “veneración tóxica” es una constante humana poco agradable. En plena Revolución francesa, una viuda de Nantes pide a Robespierre que se case con ella: “Eres mi divinidad suprema y no conozco ninguna otra en la tierra”. Es cierto que fueron tiempos extremadamente emocionales. En 1793, Charlotte Corday, la asesina de Marat, se convierte en un ídolo. Viéndola pasar camino del patíbulo, el diputado Adam Lux pide que le guillotinen en su honor, lo que acabó sucediendo poco después. La “veneración tóxica” que se profesó a Hitler, Stalin o Mao Zedong fueron extremas.  La fascinación por el poder es una de las pasiones políticas de las que nadie está libre y que, por lo tanto, conviene vigilar más. Esta entrada ha comenzado recordando un gran espectáculo, dedicado a glorificar a Luis XIV. La teatralización ha sido siempre un instrumento usado por el poder (en especial el político y el religioso), por eso dedicaré la próxima entrada a la relación entre el espectáculo y la política.

 

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