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La búsqueda de la seguridad es una de nuestras motivaciones básicas, como señaló Maslow. La más fundamental en la pirámide de necesidades, después de las fisiológicas.

Esto hizo pensar a Gugliemo Ferrero, un gran estudioso del poder y sus estrategias, que toda civilización es fruto de una larga lucha contra el miedo. A Lucien Febvre, que había sugerido la necesidad de hacer la historia de ese sentimiento, le pareció sin embargo excesivo hacer de la búsqueda de la seguridad el único motor de la historia (Febvre, L. “Pour l’histoire d’un sentiment: le besoin de securité”, Annales, E.S.C. 1956, p.244).

Febvre tiene razón y lo que intento en El deseo interminable es identificar todas las pasiones que han sido decisivas en nuestra evolución cultural. La pasión por el poder es una de ellas. Otra, los deseos, emociones y proyectos que emergen del complejo sexo-procreación-familia. Un tercer campo emocional está abierto por la aparición de la propiedad y de los deseos y sentimientos relacionados con ella.

Me detendré aquí. De cada uno de esos campos afectivos voy a elaborar una monografía de tanteo. En este momento trabajo en la que se ocupa del deseo de seguridad. De la investigación emerge un guion evolutivo bien definido. La huida del miedo y la búsqueda de seguridad han impulsado el desarrollo de grandes instituciones sociales. Ese tránsito de la psicología a la creación política me parece fascinante. Pensemos en el Estado. Hobbes, un hombre muerto de miedo, subrayó su papel en la historia. Consideraba que la guerra es el estado natural de los hombres, que se enfrentan por tres motivos: la ambición, el miedo y la gloria. “La primera impulsa a los hombres a atacarse para conseguir un beneficio; la segunda, para lograr seguridad; y la tercera, para ganar reputación”. (Esta última ya la estudié en la monografía sobre la fama).

El soberano va a ser el encargado de garantizar la seguridad de sus súbditos, y ese va a ser un lazo fundamental para su obediencia. En Roma, en los tiempos convulsos del fin de la Republica, el emperador se convirtió en juez supremo y en garante de la seguridad de las personas y de las cosas en todo el imperio. Fue una prerrogativa sacralizada, que se incluyó en inscripciones y monedas: Securitas Augusti. Los soberanos europeos heredaron esa función protectora, que fue cambiando según iba cambiando el concepto de poder. Cuando el poder se hizo absoluto, el ciudadano se dio cuenta de que no podía confiar en él como protector, sino que debía protegerse de él.  La forma más elemental de hacerlo era liberándose de su opresión. La seguridad frente al poder se convierte en la esencia de la libertad. En Mes pensées, le baron de La Brède parafrasea a Locke: “La libertad es el bien que permite disfrutar de los otros bienes. La única ventaja que el pueblo libre tiene sobre los demás, es la seguridad que todos tienen de que el capricho de uno sólo no le arrebatará sus bienes o su vida”. Y en el libro XII De L’Esprit des Lois, Montesquieu lo confirma: “La libertad política consiste en la seguridad”.

En el proyecto de Constitución que elabora Lafayette en 1789, se lee: “Los derechos del hombre aseguran su propiedad, su libertad, su honor, su vida”. Es un cambio transcendental: proporcionar seguridad no es ya la función del monarca, sino la del derecho. Condorcet reduce todos los derechos humanos a la seguridad y a la libertad. Al final ambos se incluyeron en la Declaración los derechos imprescriptibles: la libertad, la propiedad, la seguridad y la resistencia a la opresión”. Es un claro ejemplo del paso de un deseo a una institución, un guion evolutivo que se repetirá a lo largo de la historia. La Constitución americana añadió “la búsqueda de la felicidad”. Era lógico: ese múltiple, tenaz y vago deseo está en el origen de todas las grandes instituciones humanas.

La búsqueda de la seguridad, el afán de escapar del miedo, ha sido uno de los grandes motores de la historia

La historia de la búsqueda de la seguridad tiene más ramificaciones, por ejemplo, la creación de los sistemas de seguridad social, o de los sistemas de seguros en general. El papel que el miedo -y el deseo de seguridad—ha tenido en las relaciones internacionales y en el comienzo de las guerras. Es el motivo que Putin ha esgrimido para atacar Ucrania.  La conciencia de que vivimos en una sociedad del riesgo (Ulrich Beck). El papel de las religiones como amortiguadoras de muchos terrores, etcétera. Además, falta estudiar el envés de esta situación: la utilización del miedo como gran herramienta del poder.

No me cabe duda: la búsqueda de la seguridad, el afán de escapar del miedo, ha sido uno de los grandes motores de la historia.