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A lo largo de la historia ha habido grandes movimientos de poblaciones. Los más constantes y poderosos han sido las conquistas y las migraciones. El método gamma revela las motivaciones individuales que los impulsaron. En el caso de las migraciones, la huida de una situación de peligro o de pobreza, y la búsqueda de seguridad y oportunidades de mejorar de vida. He encontrado en los libros de Thomas Sowell – Conquest and Cultures y Migrations and Culturesmaterial para reflexionar sobre un tema especialmente actual. La invasión rusa de Ucrania, las masas de desplazados que huyen de naciones en guerra, y las diferencias sobre políticas migratorias dentro de la misma Europa son buenos ejemplos.

El miércoles pasado asistí a una mesa redonda organizada por la KARIBU, una ONG dedicada a ayudar a los inmigrantes africanos. Se mencionó varias veces la violación de los derechos humanos de que son víctimas muchas de esas personas. El asunto es trágico desde el punto de vista humano y difícil desde el punto de vista teórico. En la Convención de Viena de 1993, se rompió el consenso sobre derechos humanos, porque el bloque musulmán y oriental consideró que eran eurocéntricos y no respetaban sus culturas. Es posible que el tema de las migraciones rompa el consenso incluso entre los propios europeos.

La actual teoría de los derechos humanos no puede enfrentarse a los problemas migratorios por un defecto de origen: los redactores no tuvieron en cuenta que la universalidad de los derechos humanos chocaba con el concento de soberanía. La Revolución francesa había combinado los derechos del hombre con la soberanía nacional, lo que implicaba una contradicción puesto que la nación estaría sujeta a leyes universales, pero, al ser soberana, no se sometería a nada superior a sí misma. Estamos defendiendo dos conceptos diferentes de derecho. Uno que reconoce derechos a los ciudadanos por el hecho de ser seres humanos. Otro que se los reconoce solo por el hecho de ser nacionales de un Estado. El acceso a los derechos (incluso a los universales) se hace a través de la pertenencia a una nación. El “derecho al trabajo” por ejemplo, es universal, pero en cada nación está limitado por las leyes nacionales. Esto plantea muchos problemas. Hannah Arendt mencionó el tema de los apátridas. “En el momento en que los seres humanos carecen de su propio gobierno y tienen que reclamar sus mínimos derechos no queda ninguna autoridad para protegerles ni ninguna institución que desee garantizarlos”. El choque  de los derechos humanos con la soberanía nacional se planteó ya cuando se discutió el derecho de “intervención humanitaria”, es decir,  “el derecho de los Estados a recurrir a la fuerza sobre el territorio de otro Estado -con o sin el consentimiento del gobierno de ese Estado- con el fin de proteger a las personas que se encuentren en este último de los tratos inhumanos a los que estén sometidas por ese Estado, y que no se pueden evitar más que por un recurso a la fuerza” (Bermejo García, R. El marco jurídico internacional en materia de uso de la fuerza: ambigüedades y límites. Ed. Civitas. Madrid. 1993. Pág. 391).

Los últimos acontecimientos -la pandemia y la guerra de Ucrania, el aumento de los presupuestos militares, la demora en el tratamiento del cambio climático- nos deben hacer meditar sobre las contradicciones de nuestro mundo, que vive una globalización construida sobre provincialismos, una modernidad que recae en lo ancestral cada vez que surge una confrontación de intereses, un progreso amenazado siempre por un colapso cultual y a una regresión.

Otro caso es, precisamente, el de los refugiados y otro el de los migrantes en busca de seguridad o de posibilidades económicas. Las fronteras son una condición indispensable para la soberanía de la nación y, por lo tanto, no están afectadas por los derechos humanos universales.

La gravedad de los problemas, el sufrimiento causado, impide que podamos quedarnos en este statu quo que no resuelve la situación. Pero tampoco sirve proponer soluciones ingenuas e irrealizables, que acaban produciendo desánimo y desconfianza hacia las declaraciones de derechos universales. La creación de las Naciones Unidas animó la esperanza de resolver los problemas globales mediante una organización política también global. El Consejo de Seguridad tiene potestad para tomar decisiones importantes, como por ejemplo las intervenciones humanitarias, pero la organización de ese consejo, con el veto de cinco naciones, impide que tenga la eficacia necesaria.

Los últimos acontecimientos -la pandemia y la guerra de Ucrania, el aumento de los presupuestos militares, la demora en el tratamiento del cambio climático- nos deben hacer meditar sobre las contradicciones de nuestro mundo, que vive una globalización construida sobre provincialismos, una modernidad que recae en lo ancestral cada vez que surge una confrontación de intereses, un progreso amenazado siempre por un colapso cultual y a una regresión civilizatoria.

La historia nos ofrece una enseñanza incuestionable: siempre que se desdeña la ética -y la declaración de los derechos humanos es una propuesta ética- lo que emerge inevitablemente es el HORROR.