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He interrumpido el trabajo sobre El deseo interminable para preparar una conferencia que pronunciaré esta semana sobre humanismo y medicina. Pero cuando se está trabajando en un proyecto, tenemos desplegadas unas antenas que detectan todo lo que puede tener relación con él. Es un estado de receptividad que siempre me sorprende y encanta. Al comenzar la preparación de la charla recordé a tres médicos humanistas a quienes tuve la suerte de conocer: Gregorio Marañón, Juan Rof Carballo y Pedro Laín Entralgo. Todos estaban preocupados por la relación médico-paciente, que es donde debe manifestarse la humanidad o inhumanidad de la medicina. Laín la estudió a través de la historia en La relación médico enfermo. Teoría y práctica, que proporciona interesante información para el Panóptico. La enfermedad no se ha considerado siempre de la misma manera, ni se ha padecido igual, ni la relación con el médico ha sido la misma. En mi archivo guardo información sobre la diferente forma de sentir el dolor o de interpretarlo. Por ejemplo, en todas las discriminaciones sociales se piensa que las personas a las que se considera inferiores sienten menos el dolor. Es uno de los mecanismos que llevan a la crueldad, como estudié en Biografía de la Inhumanidad.

Diego Gracia, discípulo de Laín, dice con razón que en los últimos años del siglo pasado la relación del paciente y el médico ha cambiado más que en los últimos veinticinco siglos. El tema central fue la concepción del sujeto enfermo.  El progreso de la ciencia y de la tecnología tiende a objetivarlo.

Dos estilos médicos diferentes

Es curioso el enfrentamiento que hubo entre Marañón y Jiménez Díaz acerca de esta cuestión en la década de los cincuenta. Los jóvenes profesionales del momento creían percibir dos estilos médicos diferentes.

Uno, el humanista, representado por Marañón y otro, de corte más científico, encabezado por Jiménez Díaz. Uno de sus biógrafos escribe: En realidad eran dos modos complementarios de ejercer la medicina […] Marañón, ante una creciente tecnificación de la práctica médica, insistía una y otra vez en la importancia de escuchar al enfermo, de conocerle a él y su circunstancia familiar, su psicología y las particularidades de su organismo para, de esta manera, diagnosticarle y tratarle correctamente. Jiménez Díaz, por su parte, puso en marcha y desarrolló un excelente servicio donde se procuraba hacer todo tipo de pruebas al enfermo para, con los resultados en la mano, establecer el tratamiento adecuado”. Una anécdota de aquella época sobre cuál de los dos era mejor médico, concluía: “Jimenez Díaz sabe más medicina que Marañón, pero Marañón cura más que Jiménez Díaz”. Es una frase que me ha dado mucho que pensar.

Sí el modo de concebir la enfermedad y de vivir el dolor ha cambiado a lo largo de la historia, lo mismo ha sucedido con su contrario: la salud. Ha pasado de ser la ausencia de enfermedad, a adquirir un significado positivo muy cercano a la felicidad. La Organización Mundial de la Salud (OMS) en su carta fundacional de 1948 la define como “un estado de completo bienestar físico, mental y social, y no solo la ausencia de enfermedad o dolencia”.  De hecho, la Psicología positiva, que comenzó teniendo como objetivo el estudio de la felicidad, lo ha sustituido por el estudio del well-being, del bienestar. (Seligman, M. Flourish: A visionary, New understanding of the nature of happiness and well-being, 2012).

Lo que les decía al principio: mientras un proyecto está activo acaba trayendo todas las aguas a su molino.

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