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El movimiento woke es uno de los temas que aparecen periódicamente en este Diario porque creo que forma parte de nuestra situación cultural. Hoy vuelto a tratarlo porque el aspirante a la Presidencia de EEUU Ron DeSantis ha dicho que en caso de ser presidente continuará la cruzada contra el progresismo y la “turba woke” que, y comenzó como gobernador de Florida con la Ley Stop Woke, que prohíbe enseñar en la escuela la “teoría crítica de la raza” y hablar de diversidades sexuales. (Por cierto, el presidente Macron también se ha posicionado contra la cultura woke).

Además, he recibido dos libros sobre el tema. Déconstruire, Reconstruire. La quereelle du Woke, de Philippe Forest (Gallimard) y El yo soberano, de Elisabeth Roudinesco (Debate), que, aunque no menciona la palabra “woke” estudia lo que denomina “deriva identitaria” que constituye su núcleo. Como historiadora describe la evolución de la obsesión identitaria, los estudios postcoloniales, la interseccionalidad, la racialización, los “subaltern studies”, el postfeminismo. Me tranquiliza que afirme que estos movimientos, nacidos en las universidades estadounidenses, utilicen un “neolenguaje” de difícil comprensión, un “habla oscura”, caracterizada por “el uso de unas proposiciones tan alambicadas que dicen una cosa y la contraria, de modo que ningún estudio crítico puede refutarlas” (p. 115). Un ejemplo es la misma noción de “identidad”, que ha conducido a una negación de la identidad, sustituida por un estado de flujo no definido en la variante “queer”. Para intentar aclararme, he redactado un Diccionario woke que pueden consultar en esta web.

«Tanto lo “woke” como lo “queer” me parecen reivindicaciones justas en su origen. Pero pierden la razón por los excesos a que les lleva una mala filosofía»

Esta ideología entra dentro del grupo que merecen un “elogio y una refutación”. En sus comienzos es una llamada de alerta (Woke, ¡despertaos!) contra la dominación, la violencia, la discriminación, nacida de la lucha afroamericana por los derechos civiles. A ese movimiento se unieron otras minorías maltratadas. En las universidades se defendió la necesidad de hacer una “historia desde el punto de vista de las víctimas”. En este punto comenzó la “deriva identitaria” de la que habla Roudinesco.

De la experiencia de las víctimas solo podían hablar las víctimas. De la experiencia de la negritud solo podían hablar los negros. No había posibilidad de un saber compartido.

Esto produjo un efecto paradójico. Los movimientos reivindicativos de los derechos civiles de los negros -desde Aimé Cesare, Frantz Fanon o Martin Luther King- lo que reclamaban es que la raza no fuera un elemento determinante. Aspiraban a la universalidad de los derechos, en la mejor línea de la Ilustración. En ese contexto, la palabra racializar significaba “discriminar por la raza”, y era el enemigo a batir.

Pero la “deriva identitaria” se opone a la “universalidad”, que considera una invención blanca, en cuyo nombre se han destruido muchas culturas, y se ha justificado la colonización. La “pesada carga del hombre blanco” (Kipling) era civilizar a los salvajes. Recordando esa triste historia, los negros no querían confundirse con los blancos, fuente del imperialismo. Querían afirmar su identidad negra. Lo mismo ocurría a todos los dominados. El objetivo era “despertar la conciencia de la propia identidad”, de manera parecida a como el objetivo del Partido comunista era “despertar la conciencia de clase”. Los woke no quieren identificarse con los dominadores, porque sería contaminarse. Esos dominadores eran blancos, patriarcales y heterosexuales. Había que separarse de ellos, obligarles a purificarse de sus pasiones destructivas, que tal vez ya no eran conscientes. La “blanqueidad”, el “privilegio blanco” está ya tan interiorizado en la cultura occidental, que produce una culpabilidad inconsciente. Para hacerla visible, para permitir una “universalidad” desde las víctimas, se instaura una “cultura de la cancelación”. Hay que devaluar todo lo que ha sido creado por esa mentalidad perversa. Se considera que la filosofía moderna comienza con la afirmación cartesiana: “Pienso, luego existo”. Pero esa afirmación no tiene ningún valor, porque expresada por un hombre blanco heterosexual.

En este planteamiento, la raza se utiliza como afirmación de la identidad.

No debe intentar eliminarse, sino, al contrario, reafirmarse. La racialización se convierte así en un deber, en un motivo de orgullo. La palabra se hace equívoca.

Aparecen más equivocidades y contradicciones. Roudinesco señala que fue un avance en la comprensión del feminismo la distinción entre “sexo” y “género”, pero que la “deriva identitaria” la ha rechazado. Todo es género. Todo es construcción social, incluso la biología. No hay realidad fuera de la cultura y, por lo tanto, la única verdad es la experiencia individual. Esto me recuerda uno de los pasajes más curiosos de la teología tomista. Según ella, la individualidad de los ángeles era tan poderosa que cada uno constituía una especie entera. Reducida la realidad a la experiencia privada, cada sujeto se convierte en una especie humana diferente, individual. La obsesión por la identidad anula toda identidad compartida. Cada hombre es una isla. La proliferación de identidades sexuales es una muestra. La archidiversificación de las corrientes feministas, otra. A eso se refiere el título de la obra de Rudinesco: El yo soberano, es decir, el yo como autonomía absoluta, como definidor de la realidad, como “absuelto” (en el sentido de “soberano Ab-soluto) de toda norma.

En este Diario he afirmado en varias ocasiones que el “movimiento woke” es un buen proyecto malogrado por una mala filosofía -la filosofía posmoderna-. Su negación de la realidad, de la posibilidad de verdad, su negación de la universalidad, la afirmación tenaz de la incomunicación de las experiencias, de la imposibilidad de comprender las experiencias ajenas, conduce a una humanidad fragmentada hasta la insolidaridad, y, por supuesto, con un mal pronóstico.

¿Tiene entonces razón Ron DeSantis en proseguir su campaña anti woke? No, porque lo hace también movido por una mala filosofía, antiilustrada, falta de pensamiento crítico, dogmática y reaccionaria. La postura antiwoke de DeSantis no es la misma que la de Macron. Éste la funda en el universalismo ilustrado. Aquel en la lucha contra la ilustración.

Nota.-

Cuando ya había publicado este post recibo el libro Le wokisme serait-il un totalitarisme (Albin Michel) escrito por la socióloga Nathalie Heinich. Sostiene que el movimiento woke comparte tres elementos con el totalitarismo. La obsesión identitaria, que reduce la persona a su identificación con un grupo (todos los blancos son imperialistas), la ideologización, que prefiere la ideología a la ciencia, y la censura, que pretende eliminar toda opinión contraria. El tratamiento que hace de este último tema me interesa porque la Fundación Canal me ha pedido que pronuncie una conferencia sobre ”Cancelación cultural y arte» a finales de este mes.

Únete 2 Comments

  • PTC dice:

    Gracias por las reflexiones y las citas.
    Una mínima precisión. El término woke no es un imperativo de wake. O sea, no significa realmente o literalmente «despertaos» (algo próximo al (Indignez-vous! francés). Es un participio no estandarizado que solía aparecer en expresiones como «stay woke». Sería como stay awake, pero con un tinte de orgullo afro-americano.

  • jose antonio marina dice:

    Tiene usted toda la razón. La expresion originaria era «stay woke», estad despiertos, manteneos alerta. Tambien tiene razón en que la palabra «woke» que se uso peyorativamente contra el movimiento de reivindicacion afroamericano, ahora ha sido adoptado por este como un timbre de gloria. Gracias su comentario.

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