Skip to main content

En los años sesenta, George M. Foster lanzó la hipótesis de que algunos grupos sociales podían tener “mentalidad de suma cero”, es decir, que dieran por hecho que así funcionaba la sociedad, y actuaran en consecuencia (Foster, George M., “Peasant Society and the Image of Limited Good”, American Anthropologist, 1965, 67 (2), 293–315). En este breve artículo defendía que el comportamiento de los miembros de una cultura depende de unos modelos (creencias, supuestos) no conscientes, a partir de los cuales la conducta visible puede resultar racional. En otros escritos los he denominado “sistemas ocultos”. Margaret Mead ya había advertido que los mundugumor enseñaban a   los niños a ser violentos, porque creían que el mundo era un lugar hostil y tenían que estar preparados para ello. Al estudiar el modo de actuar de pueblos campesinos, Foster descubrió que deriva de una “imagen de bienes limitados”. Conciben su vida social, económica y natural -como un universo en el que las tierras, la riqueza, la salud, la amistad y el amor, el honor, el respeto y el estatus, el poder y la influencia, existen en una cantidad fija, y además escasa por lo que concierne al campesino, que no tiene medio de aumentarla. Esto hace que ante cualquier conflicto la única solución sea la victoria. “Victoria o muerte” podría ser el lema de las soluciones de suma cero llevada a la exageración.

Ese modelo arcaico no ha desaparecido. La idea de que los bienes son limitados, que el pastel a repartir es inmutable, que la interacción social es un juego de suma cero se ajusta bien a la mentalidad de los votantes del partido demócrata en EEUU y de los partidos de izquierdas en el resto del mundo. La lucha de clases es un claro ejemplo de suma cero. Las izquierdas piensan que, sin el control estatal, el egoísmo básico fomenta las desigualdades, el capital se enriquece a costa del trabajo, el rico vive a costa del pobre. Por eso, la única solución debe ser impuesta desde fuera, mediante políticas de redistribución y de discriminación positiva. Hay que luchar contra el statu quo.

En cambio, los republicanos americanos, o los conservadores de otros países, profesan un “pensamiento de suma positiva”, critican la “mentalidad de bienes limitados” que tienen los progresistas porque les impide reconocer la capacidad de crear riqueza, de aumentar la tarta, les hace desconfiar de todo crecimiento y olvidar que, cuando el capital gana, también ganan los obreros. No admiten que la creación de riqueza produce “externalidades positivas” que mejoran la vida de todo el mundo. Los problemas sociales tienen, pues, “soluciones de suma positiva”, que no necesitan de intervenciones externas. El propio sistema (de competencia y mercado libre) las genera. Hay que defender el statu quo, sobre todo contra el Estado, que debe reducirse al mínimo. Como decía Reagan: “Las ocho palabras más terroríficas de la lengua inglesa son: ‘Soy del gobierno y estoy aquí para ayudarle”.

A esto, los partidos progresistas de suma cero responden que el mercado no es capaz de autorregularse. La gran recesión de 1929, la crisis del 2008, y el gran parón de la pandemia demostraron la necesidad de contar con el Estado como última solución.  Además, el mercado puede aumentar la riqueza, pero también la desigualdad, lo que constituye la máxima injusticia. Lo que ocurre, dicen, es que los conservadores no creen en la “justicia social”. Basta leer a Hayek para comprenderlos.

Los partidos conservadores de suma positiva contestan que la búsqueda de la igualdad va en contra de la eficiencia económica y por lo tanto en contra de la verdadera justicia. Era la tesis del influyente libro de Arthur Okun Igualdad y eficiencia: La gran disyuntiva (1975). Piensan que cierta desigualdad es esencial para el funcionamiento eficaz de una economía de mercado y para incentivar la inversión y el crecimiento. La búsqueda prioritaria de la igualdad supone eliminar los incentivos y rechazar el mérito que, si es justamente reconocido, lleva a la desigualdad

Los progresistas, como por ejemplo Michael Sandel, objetan que la meritocracia ha aumentado la brecha social y la desigualdad. En España, esa dicotomía hace que en educación la derecha insista en la calidad y el mérito, y la izquierda en la equidad.  Según la lógica meritocrática, acorde con la mentalidad de suma positiva, el único culpable de la pobreza es el pobre, e intentar resolver su situación con subsidios supone incentivar la pasividad.  Según la lógica socialista, la responsable es la sociedad y solo medidas sociales pueden dar la solución.

La oposición de los modelos se manifiesta de muchas maneras. Para el conservadurismo, la competencia es el motor del progreso. Para el progresismo, el motor ideal sería la colaboración. Un enfrentamiento completo no está libre de contradicciones. El conservadurismo -partidario de la mentalidad de suma positiva- sin embargo, admite como mecanismo la competencia, que es una solución de suma cero. En la competición, unos ganan y otros pierden. En el libre mercado se aspira a tener éxito, a desbancar al competidor, a soñar con el monopolio como gran triunfo. La historia de las modernas empresas de tecnología digital son un buen ejemplo. Para evitar que el mercado libre se devore a sí mismo, el Estado tiene que intervenir para proteger la libre competencia. La inmigración también delata incoherencias. Teóricamente, los partidos progresistas deberían estar en contra, porque al tener que dividir la misma tarta entre más, todos saldrían perjudicados. Sin embargo, suelen proteger la inmigración. En cambio, los republicanos y conservadores deberían ser partidarios de la inmigración, porque haría aumentar la tarta, pero suelen estar en contra.

Creo que oponer como modelos cerrados el pensamiento de suma cero y el pensamiento de suma positiva es una equivocación, porque no se oponen, sino que son evolutivamente diferentes. Uno es más arcaico y otro más moderno. En Economía, las soluciones de suma positiva solo han sido reconocidas a partir de la escuela austriaca –Mises y Hayek– y de economistas en su estela como como Kirzner, Rothbard, Schumpeter, KIrzman. El empresario se convierte en pieza esencial de la economía por su capacidad de crear nuevas fuentes de riqueza.

Los estudios actuales indican que el pensamiento de suma cero aparece en épocas de escasez o de limitación de bienes, que debió de ser la situación habitual de nuestros ancestros. La reciprocidad, que tanta importancia tuvo en las sociedades arcaicas, se basa en esa mentalidad. Quien recibe un regalo queda en deuda y el desequilibrio solo se recuperará con la devolución. El trueque pertenece a esa misma mentalidad. En cambio, el dinero o el préstamo con interés pertenece a la mentalidad de suma positiva. La propiedad pertenece al esquema antiguo, el concepto de “capital”, como conjunto de recursos a invertir, al moderno. La antigüedad del modelo de suma cero podemos detectarla en algo tan natural como el celo por el nuevo hermanito. El niño tiene un concepto del amor maternal de suma cero. Si quieren al recién nacido, no le quieren a él.

El pensamiento de suma cero aparece también en épocas de violencia, en el que rige la ley de la fuerza. Albert Hirschman, en su famoso libro Las pasiones y los intereses: argumentos políticos a favor del capitalismo antes de su triunfo (1977), señaló que las decisiones se toman de diferente manera cuando están movidas por pasiones violentas y cuando lo están por la “doux passion” del comercio, que busca soluciones de suma positiva.

Los dos modelos pueden convivir o alternarse. Davidai piensa que el “pensamiento de suma cero” es usado por conservadores y progresistas cuando les conviene. (Davidai, S. y Ongis, M. “The Politics of Zero-sum Thinking: The Relationship Between Political Ideology and the Belief that Life is a Zero-sum Game,” Science Advances, 2019, 5 (12)). En el post anterior mencioné las posturas de Trump (republicano partidario de soluciones de suma cero) y Bill Clinton (demócrata partidario de soluciones win-win). A comienzos del siglo XX el mundo vivía una mentalidad de suma positiva, que hacía pensar que la guerra era imposible al estar todas las naciones relacionadas por tupidos intereses económicos. Sin embargo, en 1914 estalló la primera guerra mundial que impone una lógica de suma cero y tiene como consecuencias una suma negativa. La “política ancestral” se impuso. Y volvió a hacerlo en numerosas ocasiones a lo largo del siglo XX, mientras, paradójicamente, mejoraban soluciones beneficiosas para todos, win-win, como la democracia, los derechos humanos, y una prolongada etapa de prosperidad. Atendiendo a la historia, podemos que este es un camino de progreso, pero que por razones que me gustaría comprender, resulta extraordinariamente frágil.

 

Únete Un comentario

Deja tu comentario