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Descansar es un deseo universal en el tiempo y en el espacio. Por ello, no parece que se pueda escribir su historia. Sería como hacerlo sobre el respirar. Esto no es verdad ni desde el punto de vista psicológico ni desde el punto de vista sociológico. Ni en todas las épocas se ha querido descansar de lo mismo, ni en todas las épocas de ha querido descansar de la misma manera. Esta variedad está relacionada con la idea que se tenga del trabajo, por ejemplo. Este es, pues, un interesante capítulo de la historia de los deseos humanos y, a partir de ellos, de la historia de la felicidad. Es un tema relacionados con muchos otros. Por ejemplo, en la monografía sobre el Paraíso podemos comprobar que en ciertos momentos la bienaventuranza que se esperaba alcanzar consistía en descansar y en otros, no. Y en los funerales religiosos se sigue pidiendo que los muertos descansen en paz.

En su libro Histoire de la fatigue. Du Moyen Âge à nos jours, Georges Vigarello se hace dos preguntas: ¿Qué nos dice el cansancio acerca de la sociedad? ¿Qué es lo que la sociedad hace con el cansancio? Por mi parte, añado una tercera pregunta: ¿Qué relación tiene el descanso con la búsqueda de la felicidad? Vigarello reconoce que la fatiga del trabajador solo adquiere importancia en la sociedad industrial. En la Edad Media, se habla de la fatiga de tres tipos de actores: los guerreros, los que se viajan, y los religiosos. Al resto de cansancios no se les da importancia. No son más que herencia del pecado de nuestros primeros padres que tras su pecado fueron condenados a ganarse el pan con el sudor de su frente. Los combatientes tienen que soportar el cansancio de las largas peleas. Los que viajan son los predicadores, los gobernantes, los comerciantes. En la Edad Media el espacio no es una posibilidad, como para nosotros, sino un obstáculo, un riesgo, un peligro. La fatiga religiosa es, por una parte, la de los peregrinos, pero por otra la de un ascetismo espeluznante. Santa Douceline, en el siglo XIII, para poder dedicar más tiempo a su hospicio y alcanzar la perfección, instala en su celda un sistema que la despierta en cuanto se queda adormilada. Busca la perfección mediante una fatiga consentida.

La modernidad trae otras fatigas

En 1645, en una carta dirigida a Elizabeth de Bohemia, Descartes habla de una “fatigue d’esprit” que puede padecer si dedica demasiado esfuerzo a la metafísica. En los monasterios y en los colegios jesuitas se reconoce la importancia de la recreación. Demasiada concentración perturba. En 1686, en su Traité des jeux, Jean Baptiste Thiers sostiene que el juego es indispensable porque es necesario divertirse para evitar una sobrecarga mental, aunque advierte cautelosamente que el juego provoca pasiones. Lo cierto es que en los diccionarios aparece, junto con la “fatiga corporal”, la “fatiga mental”, lo que manifiesta el interés por la vida interior en la sociedad occidental. Los individuos se interrogan sobre ellos mismos, se escuchan atentamente. Madame du Deffand constata su cansancio, un “empequeñecimiento” (amoindrissement) una pesadez irremediable de gestos y posibilidades de acción. Madame d’Épinay no comprende el origen de una debilidad sorda, opaca, que la invade regularmente. En el siglo XVIII aparece el “individuo sensible”, pendiente de lo que siente. Aparece la expresión «sentiment de l’existence», en las Rêveries du promeneur solitaire de Rousseau.

Todo cambia con la sociedad industrial y su búsqueda de la eficiencia. La fábrica produce sus fatigas específicas. Como lo muestra en 1840 Louis-René Villermé, en su Tableau de l’état physique et moral des ouvriers.

Disminuye el esfuerzo físico, pero empeoran las condiciones de trabajo: largas jornadas, bajos salarios, alimentación precaria, desplazamientos agotadores hasta domicilios lejanos, etc. La fatiga del trabajador va a atravesar todo el siglo XIX.

El mundo, escribe Vigarello, se enriquece con fatigas nuevas y con nuevas respuestas a esas fatigas

El mundo romántico manifiesta nuevas fatigas psicológicas. La decepción de 1830 da lugar a una nueva fatiga moral, ligada a la falta de desarrollo personal, expresado sobre todo por Alfredo de Musset. Se inventan prácticas para resistir a esa fatiga y reencontrarse a sí mismo: los baños, las termas. El mundo, escribe Vigarello, se enriquece con fatigas nuevas y con nuevas respuestas a esas fatigas.

El siglo XX también produce las suyas. Podemos tener el sentimiento de que los cambios tecnológicos nos desbordan. Además, la posibilidad de elegir somete también a presión al individuo. Alain Ehrenberg habla de los individuos empujados a definirse indefinidamente por sí mismos, inexorablemente responsables, inexorablemente indeterminados, agotados por asegurar su camino. “A eso se añade, según Vigarello, la apertura aparentemente inconmensurable del consumo. Les Choses (1965), la novela de Georges Perec, ilustra bien el hecho de estar enfrentados a una posible falta de límites. No sabemos ya objetivar lo que podría bastar o no bastar, lo que podría convenir o no convenir, mientras le arrastra un “siempre más” orquestado por la publicidadSe trata de un “estar mejor” agotador, según la expresión de Perec. Por último, el sentimiento de una autonomización extrema, asociada a la democracia, a la psicologización y a la afirmación de los individuos por el consumo y los placeres, crea tensiones inesperadas. Por ejemplo, el rechazo de todo lo que pueda parecer intromisión ajena, un sentimiento de acoso permanente genera una nueva forma de cansancio.

Iba a hablar del “deseo de descansar”, pero solo he mencionado uno de sus desencadenantes: la fatiga. Seguiré explorando el tema, porque de la misma manera que hay una historia del cansancio, hay una historia del reposo.

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