Otro “ensayo GAMMA”. La evolución de las pasiones humanas, sus sutiles tramas, el modo como han ido dirigiendo la historia y plasmándose en instituciones me fascina. El domino afectivo que voy a estudiar es universal, permanente y poderoso. Su energía ha determinado nuestro pasado y nuestro presente. Forma parte de nuestra herencia biológica pero las diferentes culturas la han utilizado, expandido, formateado a su manera. Me refiero al caudaloso torrente emocional de la fama, la pertenencia a un grupo, la reputación, la gloria, el honor nacional
Hoy me he puesto a trabajar con la idea de que no podía retrasar más la elaboración de un índice. Es la única forma de comenzar a definir más el “esquema de búsqueda”. Mi experiencia con otros libros me hace pensar que no será el definitivo, pero que será el fundamental.
Algunas agencias estadounidenses dicen que la guerra de Ucrania comenzará mañana. La diplomacia se desmelena. Varios países, entre ellos España, han pedido a sus nacionales que abandonen la nación amenazada.
¿Nacemos con un repertorio de deseos comunes a toda la humanidad? ¿Cuáles son? ¿Han cambiado a lo largo de la historia? Es evidente que la consideración del deseo ha cambiado y también la del “sujeto deseante”.
Ya he hablado en este diario de la venganza. Es un deseo universal, que me brinda la ocasión de mostrar como las grandes pasiones dirigen las acciones humanas, los movimientos sociales, y acaban sedimentándose en las instituciones.
¿Nacemos con un repertorio de deseos comunes a toda la humanidad? ¿Cuáles son? ¿Han cambiado a lo largo de la historia? Es evidente que la consideración del deseo ha cambiado y también la del “sujeto deseante”.
Nadie puede creerse una afirmación suicida. ¿O sí? Su posición me ha recordado la “teoría del loco”, que se atribuye a Richard Nixon.
Es frecuente criticar a los nacionalistas por defender los intereses de su comunidad. Parece una muestra de insolidaridad. Sin embargo, voy a hacer una defensa de ese nacionalismo comparándolo con otro: el emocional.
Ruth Wodak, una lingüista austriaca especializada en el discurso político, ha acuñado la expresión “normalización de la desvergüenza”, para designar una serie de prácticas que están deteriorando el discurso público.