Me gustaría poder medir la “felicidad pública” a lo largo de la historia. Creo que intentar medir la felicidad subjetiva es inútil, pero que, en cambio es posible hacerlo con la “felicidad objetiva”, lo que los ilustrados llamaban “felicidad pública” o “felicidad política”.
¿Cómo se pueden prevenir los problemas de la depresión, el abuso de drogas, o la esquizofrenia en los jóvenes que son genéticamente vulnerables o que viven en entornos que facilitan la aparición de esos trastornos?
¿Puedo reducir la historia de la búsqueda de la felicidad a una historia del consumo? Creo que no, pero tendré que asegurarme.
Mi propósito al escribir El deseo interminable es contar la historia de la humanidad iluminada con rayos gamma, es decir, atendiendo a las fuerzas psicológicas que la originan. Daniel Lord Smail, historiador de Harvard, defiende una tesis parecida. Aspira a hacer una “Deep history”, aprovechando los conocimientos de las neurociencias. En vez de hablar de “rayos gamma” habla de “visión psicotrópica de la historia”.
Todos los deseos están dirigidos a un fin, e introducen la teleología en la historia humana. No porque la historia tenga un fin, sino porque las miríadas de acciones que la constituyen sí lo tienen.
La coeducación, es decir, que chicos y chicas estudien juntos, forma parte esencial de nuestro sistema educativo. Después de una larga historia de segregación, de marginación educativa de las chicas, de políticas de “entre santa y santo, pared de cal y canto”, la coeducación, nos parece un logro liberador.
Me gustan los mapas. Comprendo que en el siglo XVII los holandeses decoraran con ellos sus casas. Así se ve en los cuadros de Vermeer “Soldado y muchacha sonriente”, “El arte de la pintura”, “Mujer leyendo una carta”, o en “Los músicos” de Jacob Ochtervelt.