Ya en 2009, Robert Skidelsky, uno de los mejores conocedores de la obra de Keynes, anunció el retorno de Keynes. Sostenía que en momentos de crisis económica todos los economistas se vuelven keynesianos. La crisis actual lo ha puesto de manifiesto. No puede salirse de ella sin la ayuda del Estado. Resulta por ello muy oportuna la publicación de la obra de Zachary D. Carter El precio de la paz, Dinero, democracia y la vida de John Maynard Keynes (Paidós, 2021). He alternado su lectura con la del libro de Margaret MacMillan que comento en este mismo Panóptico. Keynes fue uno de los asesores que participaron en la Conferencia de Paz de 1919, en especial para estudiar las indemnizaciones que había que pedir a Alemania. Su plan no fue aceptado y consideró que las cantidades reclamadas eran injustas, imposibles de satisfacer, y económicamente desastrosas para todos. Para explicar su desacuerdo con el Tratado de Versalles escribió Las consecuencias económicas de la paz, título al que hace referencia el del libro de Carter que comento. Es una prueba del talento de Keynes para comprender los movimientos históricos, no solo económicos. Es lo que le hace tan interesante para el Panóptico. El siguiente texto es un buen ejemplo: “Si aspiramos deliberadamente al empobrecimiento de la Europa central (es lo que hacía el Tratado de Versalles), me atrevo a predecir que la venganza no tardará”. El estallido de la II Guerra Mundial le dio la razón. Keynes se alejaba así tanto del liberalismo austero imperante como del comunismo, y establecía un camino por el cual era posible conservar la vitalidad de la sociedad occidental y su deseo de libertad, pero al mismo tiempo arreglar problemas serios, como la desigualdad, y más en tiempos de la Gran Depresión. Y tenía razón, en la medida en que personas como él tejieron el New Deal, así como el capitalismo fordista que reinó tras la II Guerra Mundial. Ese camino, insiste Carter, debería ser explorado y utilizado de nuevo en nuestro tiempo, cuando es tan necesario o más que entonces.
El G7 Y LA OCDE se han puesto de acuerdo para establecer un impuesto mundial, una fiscalidad globalizada para las grandes empresas. El impuesto será del 15% de los beneficios, y se repartirá entre todos los países donde esas empresas hagan negocios. Para Brigitte Alepin, fundadora de la ONG Tax Coop, es una decisión esperanzadora y gradual. Gabriel Zucman, director del Observatorio Fiscal de la UE, lo considera un “acuerdo histórico, insuficiente y prometedor. Sí, todo a la vez”. Joseph Stiglitz y Thomas Piketty han sido críticos sobre su alcance. El Informe Justice Fiscale: État des lieux, de Global Alliance for Tax Justice y Tax Justice Network revela que los abusos fiscales internacionales suponen al año unos 359.0000 de euros. El acuerdo solo supondrá unos ingresos de 72.000 millones. Insuficiente, pero es un gran paso. La globalización financiera y tecnológica debe completarse con una globalización fiscal, y de derechos laborales. Cualquier avance en esta dirección es beneficioso.
Se trata de una apasionante crónica de la Conferencia de Paz que se celebró en París -desde el 18 de enero hasta el 28 de junio- para diseñar el mundo tras la derrota de Alemania. La organizaron las potencias aliadas, y estuvo dirigida por
El baile de leyes educativas se agrava con el baile de las personas encargadas en su implementación y puesta en práctica. La impresión de falta de seriedad, de improvisación y precariedad es desoladora.
Desde el Panóptico, desde la altura histórica, se perciben relaciones que inmersos en la algarabía del presente pueden quedar ocultas. Una de ellas es la que existe entre las nuevas tecnologías, la economía de los datos, el capitalismo de la vigilancia, las democracias no liberales, el crédito social chino y la psicología conductista. Lo que enlaza todos estos fenómenos es que suponen una cierta devaluación de la libertad, que ya no parece tan importante como solía.
Hay una polémica sobre si se debe hablar de “lengua castellana” o de “lengua española”. Sin dudarlo, prefiero la denominación “lengua castellana”. Es la que permite comprender mejor su historia. Es también la recogida en el artículo 3 de la Constitución Española, que me parece especialmente acertado