La pandemia ha puesto bajo el foco el tema de la fiabilidad de la ciencia. Los negacionistas han arremetido contra ella. Una falsa idea de democracia ha provocado un igualitarismo de las opiniones. Se extiende la absurda idea de que todas las opiniones son respetables. No es así.
En realidad, he releído el libro de Samuel P. Huntington titulado El choque de civilizaciones, publicado en 1996. Advertía que el tema fundamental de la política internacional es el choque de civilizaciones.
Las vacaciones era un tiempo libre que se podían permitir los que tenían dinero. El gran paso social se dio cuando se convierten en un “derecho laboral”, es decir, en vacaciones pagadas. Y este es un fenómeno muy tardío. En Europa, aparecieron en Finlandia, Austria y Suecia en los años 20.
A la Historia como ciencia le ha costado mucho trabajo liberarse de la instrumentalización política. Se la ha utilizado para fomentar la lealtad, aumentar la cohesión nacional, inflamar el orgullo patriótico o las pasiones identitarias, o para estimular el ardor bélico contra los enemigos.
Cuando hablamos de China y de su éxito económico y tecnológico, añadimos inmediatamente una crítica ética: es un sistema no democrático y no respeta los derechos humanos. El régimen chino responde acusándonos de adoptar una postura de superioridad moral y de intentar imponer a China unos valores que no son universales, sino exclusivamente occidentales.