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Las religiones panóptico 41 Destacada

Hablar de religión supone volver a escuchar tambores de guerra. ¿Debemos incluir la religión dentro de nuestro sistema educativo? Desde el Panóptico veo dos cosas con claridad: la importancia que todavía tienen las religiones, y la necesidad de acudir a la genealogía para comprender este hecho.

Tanto la aceptación ciega de la religión como el rechazo igualmente ciego de ella son fruto de una pereza crítica. Para no dejarnos llevar por prejuicios, debemos enfrentarnos a una pregunta complicada de responder: en este momento de la historia, ¿se puede tener una inteligencia ilustrada y ser religioso? Parece que no.

Según el esquema del viejo Auguste Comte, que señalaba tres estadios en el progreso de la humanidad -teológico, metafísico y científico- , la religión sería ahora un anacronismo. La religión, además, aparece relacionada con comportamientos detestables: fanatismos, violencias, guerras santas, adoctrinamientos. De hecho, Hans Küng, el maltratado teólogo católico, que dedicó su vida a trabajar por una ética universal, escribió: “No habrá paz en el mundo, mientras no haya paz entre las religiones”. Andy Norman considera que la fe religiosa adormece el sentido crítico y que, por lo tanto, debilita el sistema inmunitario mental (Mental Inmunity, Harper, 2021). Al basarse en la fe, se aparta del saber. Satoshi Kazanawa estudia experimentalmente por qué los liberales y los ateos son más inteligentes, y Richard Lynn y colegas afirman que el cociente intelectual predice el ateísmo en 137 naciones estudiadas. (S.Kazanawa en su estudio “Why liberals and atheist are more intelligent”, Social Psychology Quarterly, nº 73, 2010, 33-57) o Lynn, R., Harvey, J, y Nyborg, H. Average intelligence predicts atheism rates across 137 nations”, Intelligence, nº 37, 2009, 11-15). Steven Pinker, prestigioso psicólogo cognitivo, sostiene en su En defensa de la Ilustración, que los hallazgos de la ciencia implican que los sistemas de creencias de todas las religiones son objetivamente erróneos. “No existen cosas tales como el destino, la providencia, el karma, los hechizos, las maldiciones, los augurios, el castigo divino o las plegarias respondidas” (En defensa de la Ilustración p. 479). Los “nuevos ateos” –Sam Harris, Daniel Dennett, Christopher Hitchens, Richard Dawkins- sostienen que la religión es incompatible con la racionalidad científica. ¿Está el asunto visto para sentencia?

La educación espiritual trata de pensar sobre aquellas preocupaciones consustanciales al ser humano que no encuentran respuesta en las ciencias positivas.

Pues no, porque al mismo tiempo, mucha gente piensa que prescindir de la experiencia religiosa supone un empobrecimiento radical de la cultura y por lo tanto de la vida. Los ingleses, que tienen un gran talento práctico y una tradición empirista y escéptica, consideran que la educación espiritual debe formar parte del currículo educativo, aunque su sistema es completamente laico. Según la Office for Standards in Education del Reino Unido (OFSTED), “el desarrollo espiritual debe promover en los alumnos la reflexión sobre sus propias vidas y la condición humana a través, por ejemplo, de la literatura, la música, el arte, la ciencia, la educación religiosa y la relación con lo sagrado”. La educación espiritual trata de pensar sobre aquellas preocupaciones consustanciales al ser humano que no encuentran respuesta en las ciencias positivas. Así las cosas, pretender enfrentar religión y ciencia es transgredir la frontera entre ambas, porque se mueven en dimensiones diversas. Es la postura defendida por el famoso paleontólogo Stephen Jay Gould en su libro Ciencia versus religión: un falso conflicto. La ciencia -dice- se ocupa del universo empírico, mientras que la religión se ocupa de las cuestiones relativas a la moralidad, el sentido y el valor.

Tiene razón. La modernidad ha “desencantado el mundo” y ha separado dos dominios que tradicionalmente han estado mezclados: el sagrado y el profano. El sagrado, donde están las religiones, tengan como centro a Dios o al Absoluto, afirma de una u otra manera que lo visible es símbolo de lo invisible. Supone una interpretación de lo empírico desde una realidad transcendente, no empírica. Desde el Panóptico se ve que es un fenómeno omnipresente y que ha cumplido siempre cuatro funciones:

  1. Explicar
  2. Ordenar el mundo y los comportamientos
  3. Consolar, dar sentido, proteger y salvar
  4. Cohesionar los grupos humanos.

Su función explicativa es la que resulta más difícil de admitir, porque en muchos casos entra en colisión con la ciencia. Por poner un ejemplo tosco: no es verdad que Dios creara el mundo en siete días, ni son aceptables las explicaciones religiosas de los fenómenos naturales. Pero, ¿qué sucede con las otras funciones? ¿Cómo hay que evaluarlas?

La razón debe descubrir “potenciales de significación encapsulado en la religión”, y la religión aclarar racionalmente sus posiciones

Me ha interesado conocer la respuesta que da a estas preguntas el más importante filósofo europeo vivo: Jürgen Habermas. Para ello he leído con meritoria paciencia las ochocientas páginas de su último libro Auch eine geschichte der philosophie, Suhrkamp Verlag, 2019, una obra que hubiera resultado más clara sin la obsesión enciclopédica de su autor. Su tesis es que las religiones pertenecen a la historia de la razón, sobre todo a partir de la “era axial” (800-200 a.C) en la que aparecieron todas las grandes religiones. Sin su influencia no podemos comprender la historia de la humanidad. Incluso la democracia moderna recurre a fuentes morales y religiosas que ella no ha producido ni sabe fundamentar. La sociedad secular es el resultado de un largo aprendizaje a partir de fundamentos religiosos, que ha olvidado. Por ello recomienda la entrada en un mundo “postsecular” en que activemos un proceso de aprendizaje recíproco entre religiosos y seculares. La razón debe descubrir “potenciales de significación encapsulado en la religión”, y la religión aclarar racionalmente sus posiciones. Esto ha de hacerse en un dialogo multicultural.  Lo que en el fondo preocupa a Habermas es una cuestión práctica. No está seguro de que la razón sea capaz de elaborar una teoría de la justicia aceptada universalmente. Solo la energía emocional de la religión puede enlazar el comportamiento humano con las normas racionalmente pensadas. Esta misma idea la encuentro en Karen Armstrong, a mi juicio la más interesante historiadora de las religiones de este momento. Cree que la compasión universal es el factor común de todas las religiones y el sentimiento que dignifica la convivencia humana, por ello trabaja para expandir una cultura de la compasión. Pero, después de explicar las ventajas de esta actitud, acaba recomendando que cada persona la enlace con su tradición religiosa, con su “mito”, para encontrar en ella la fuerza que la permite ponerla en práctica. Considera, en efecto, que las religiones son “mitos”, modos de entender la realidad que dan sentido a la acción.

La aparición de las religiones fue un paso importante en la humanización de nuestra especie

¿Quién tiene razón? El único modo de saberlo es acudir a la Panóptica, a la Ciencia de la Evolución de las Culturas. Es cierto que la aparición de las religiones fue un paso importante en la humanización de nuestra especie. Nuestros orígenes son humildísimos. Somos unos primates con inteligencia simbólica, es decir, capaz de pensar con signos, lo que nos permite ir más allá de lo percibido.  Podemos imaginar cosas, hacer proyectos, algunos utópicos, y aprestarnos después a hacerlos realidad. Nuestra historia es un enérgico e inconsciente esfuerzo por apartarse de la animalidad, y en esa historia tiene especial relevancia el hecho de que nuestros antepasados pensaran en la existencia de otro mundo, más poderoso, del que el nuestro era solo una imagen o un símbolo. El concepto “Dios” servía para pensar esa realidad distinta, que de rebote daba un nuevo significado a la realidad de aquí. Este es un momento importante de la evolución humana. Hasta tal punto, que podríamos definir al ser humano como el animal que fue capaz de concebir la idea de Dios. Lo cuenta muy bien Harari en ‘Sapiens. De animales a dioses’. Proporcionaba un ideal con el que compararse, al que aspirar, una visión superior con la que podía juzgarse incluso al soberano. Los dioses terribles se hicieron buenos y protegieron a los débiles. Apareció la figura de un legislador universal al que debían someterse los poderes terrenales. Las primeras leyes, por ejemplo, las babilónicas, aparecían siempre fundadas en la autoridad de un dios. De esa genial invención dependemos todos. El hinduismo siguió otro camino. No afirmó la existencia de un dios, sino del Absoluto, de la Conciencia como verdadera realidad. Presentaba también un modo ideal de vivir: conseguir que la propia conciencia se identificara con la Conciencia absoluta. Las religiones chinas siguieron otra vía, que también implicaba una división de la realidad.

Desde el Panóptico se ve que la experiencia moral de la humanidad, el enfrentamiento entre ellas, las nuevas aspiraciones y problemas, fueron refinando los códigos, haciéndolos converger hacia territorios comunes

En su origen, pues, las religiones transformaron una realidad muy pobre, a la que espiritualizaron. Luego, la historia se torció. Su alianza con el poder, la convicción de que cada una poseía la verdad absoluta, que debía imponerse a cualquier precio, hizo que protagonizaran páginas negras de la historia, y que perdiera su prestigio.

Todas las religiones impusieron un modo ideal de vida, una moral. Desde el Panóptico se ve que la experiencia moral de la humanidad, el enfrentamiento entre ellas, las nuevas aspiraciones y problemas, fueron refinando los códigos, haciéndolos converger hacia territorios comunes. De la necesidad de resolver enfrentamientos y divergencias surgió la ética como un código moral con pretensiones universales. La declaración de los Derechos Humanos es un esbozo de ese código. Era la destilación de la dramática experiencia de la humanidad. La razón se aprestó a organizarlos dentro de un modelo coherente. Lo fundó en un concepto básico: la “dignidad” de todos los seres humanos.

Atención: entramos en zona peligrosa. “Dignidad” es un concepto inventado, una ficción salvadora, derivada de la experiencia religiosa. Pero la ética fundada en ella planteó un problema: a pesar de que derivaba de creencias religiosas, reveló que algunas normas religiosas iban en contra de ella. La ética se convirtió en parricida. En la estela de Nietzsche podríamos decir que el cristianismo como dogma acaba siendo suprimido por la moral que produce, basada en la veracidad.

Los hombres de nuestro tiempo se hacen cada vez más conscientes de la dignidad de la persona humana, y aumenta el número de aquellos que exigen que los hombres en su actuación gocen y usen del propio criterio y libertad responsables, guiados por la conciencia del deber y no movidos por la coacción

Esta historia, (que a mí me parece la conmovedora aventura de unos seres inteligentes superados por sus posibilidades, que quieren dar sentido a sus expectativas, lo que sienten) tiene una conclusión: las religiones deben reformarse de acuerdo con la ética que ellas han ayudado a alumbrar. Algunas lo han hecho, aunque con resistencias, y otras se han negado en absoluto. Por ejemplo, la Declaración de Derechos Humanos defiende el derecho a la libertad religiosa, como parte de esa ética universal. La iglesia católica nunca lo había aceptado, pero en el Concilio Vaticano II reconoció que debía atender a normas que procedían de la sociedad. Esto era un cambio inaudito. La Declaración Dignitatis humanae lo reconoce en su comienzo: “Los hombres de nuestro tiempo se hacen cada vez más conscientes de la dignidad de la persona humana, y aumenta el número de aquellos que exigen que los hombres en su actuación gocen y usen del propio criterio y libertad responsables, guiados por la conciencia del deber y no movidos por la coacción”.

Esta es la situación tal como la veo en este momento. Pero dada la complejidad del tema tendré que seguir alerta.

Únete 4 Comments

  • Consuelo Rubio de Marcos dice:

    Quizá en un momento dado las religiones fueron bálsamo, la grasa que aceitaba las relaciones humanas y las “ desasperizaba”. Pero me parece también que no se puede hablar de religiones y ponerlas todas en el mismo montón.
    La verdad es que yo, ahora mismo, no veo la necesidad de tenerlas. Me basta con una profunda creencia humanista, sin necesidad de un Dios justificante, para vivir una vida ética, con compromiso moral y afectivo con los míos y con la comunidad extensa con la que me relaciono

  • Totalmente de acuerdo, los políticos necesitan multitudes tontas, cuanto más analfabetas mejor, los dominan más a su antojo, aunque las religiones parecidas por no decir igual.
    En fin maestro lamentablemente esa es la cuestión y parece que llevan camino de ganar.
    Un saludo, es un placer leer sus artículos.

  • Stephen Jay Gould aclara su idea de la religión o lo religioso, como aquel “discurso moral basado en principios que pueden activar el ideal de camaradería universal entre las personas” .
    Asimismo Harari considera «religiones» al liberalismo, el comunismo, el capitalismo, el humanismo, etc.

  • Francisco José Jiménez dice:

    Ciencia y fe están llamadas a entenderse. Las religiones siguen teniendo su lugar hoy con más fuerza que en otras épocas quizá, porque tienen la obligación de evitar la cosificación del ser humano por el «progreso científico» mal entendido. No obstante, por lo que observo en la gente inquieta que busca la verdad, al menos en nuestra España, estamos en una primavera espiritual que va más allá de los cánones religiosos. Compruebo la tendencia a vivir «las cosas buenas del campo» -compasión, solidaridad, verdad, justicia, etc.- sin ataduras a dogmas y rituales desfasados. La ciencia avanza mucho más rápido que la fe, que se mueve como una apisonadora elefántica. Pero, en plena crisis como estamos, donde casi todo huele a corrupción, existe una no despreciable porción de gente que se vislumbra como candelero para la instauración de una nueva humanidad. Mientras tanto, las religiones pueden seguir ayudando a que no se desate la locura generalizada. Ojalá esa primavera tan deseada llegue más pronto que tarde.
    (Con la inspiración de «Pobre patria», de Franco Battiato.)

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