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Leo una entrevista a una chica hija de famosa que enseña el culo y dice “la realidad me aburre, por eso voy a un mundo de perversión y oscuridad”. No sé que me parece más patético, si lo que dice la entrevistada o el papel del periodista que lo publica. Está claro que ninguno de los dos sabe lo que es la perversidad, y, como colegialas, piensan que la perversidad es echar una cana al aire. Termino en estos días una historia de la atrocidad en el siglo XX, y podría enseñarles lo que es la verdadera perversidad. Además, ese intento provocador me parece viejísimo. La perversidad como postureo estuvo de moda en los cincuenta. Era la época en que los intelectuales a la violeta ensalzaban al marqués de Sade como gran filósofo de la libertad, George Bataille pontificaba, Jean Genet en su versión sartriana presumía de transgresor, y aún resonaba el teatro de la crueldad del recién fallecido Antonin Artaud. Todos huelen a alcanfor.

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