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PANÓPTICO

El panóptico
José Antonio Marina

En al Panóptico anterior analicé los precedentes históricos de la idea de “nación de naciones”, y prometí estudiar en este la utilización de ese concepto durante la elaboración de la Constitución de 1978. Es una buena ocasión para aplicar el método del Panóptico. Su lectura tiene que ser sistemática, horizontal, como un corpus completo que es. Pero cada uno de sus artículos tiene su propia historia, que conviene conocer.

Un ejemplo claro es el artículo 2:

La Constitución se fundamenta en la indisoluble unidad de la Nación española, patria común e indivisible de todos los españoles, y reconoce y garantiza el derecho a la autonomía de las nacionalidades y regiones que la integran y la solidaridad entre todas ellas

En el debate previo se discutió si debía decir: “la Constitución fundamenta” o “La Constitución se fundamenta”. No era una disquisición gramatical. Se trataba de decidir si la Nación era anterior o posterior a la constitución. Por fin se optó por la versión reflexiva, en que se mantiene el aspecto autoafirmativo de la constitución (su aspecto performativo, diría un lingüista), pero basándose en algo previo. Hay una Nación preconstitucional. Como señaló Peces Barba: la Constitución se basa en el ser histórico del cual deriva el deber ser jurídico. Esa afirmación tan sencilla supone sin embargo meterse en un berenjenal jurídico político. Desde Hume se admite que del “ser” no se pasa al “deber ser”. Pero dejémoslo por ahora.

Hay una historia sobre este artículo que quiero recordar, aunque hay diferentes versiones. Una de ellas dice que un papel con su redacción fue entregado por un mensajero a los miembros de la comisión, que lo aceptaron sin más. Solé Tura creía que había sido redactado por el estamento castrense.

El fondo del asunto era que la Constitución tenía que resolver un viejo enfrentamiento: la tensión entre un nacionalismo centralista y unos nacionalismos periféricos. Un enfrentamiento secular, que -utilizando el modelo interpretativo de El Panóptico-  siempre se había planteado en términos de conflicto, de tal manera que una parte tenía que vencer sobre otra. La decisión de buscar el consenso durante la transición exigió no plantear los enfrentamientos como conflictos que pelear, sino como problemas que resolver. Había que hacer compatibles muchas pretensiones hasta ese momento incompatibles. Lo que estaba en juego no era la división de la nación, sino la división del Estado.  La solución ya intentada de anular los nacionalismos periféricos no había funcionado. El problema, pues, era armonizar el nacionalismo español con los nacionalismos periféricos, dentro de un Estado.

La solución tenía dos partes. La primera, dar un fundamento teórico -jurídico y político- a la solución. La segunda, pasar de la teoría a la práctica.

En el kit de herramientas conceptuales de que disponían nuestros constituyentes para ofrecer una solución teórica estaban: Estado, Nación y pueblo. Y como el comodín en el juego del póker, la soberanía. Todos están aquejados de la misma debilidad: tienen un origen humilde, concreto, empírico, interesado, pero han querido convertirse en conceptos ideales en un mundo platónico. Incluso en divinidades dentro de un imaginario social. Y no dan para tanto. Vuelvo a decir que la historia es una sucesión de chapuzas -útiles como todas las chapuzas- que permitieron seguir adelante con los materiales que se tenían a mano. Pensar que obedecen a una pureza conceptual es un dislate. Recuerden la expresión de Felipe González: Da igual que el gato sea blanco o negro. Lo importante es que cace ratones.

Cada uno de esos conceptos dio origen a relaciones, distinciones, y apaños. En general, son los Estados los que han construido las Naciones, pero con frecuencia para legitimarse pusieron la Nación por encima del Estado. Hannah Arendt ya advirtió que esto había sido el origen de muchas atrocidades, por ejemplo, las nazis. A su vez, la Nación podía desdoblarse en “nación política” y “nación cultural”, lo que más o menos quería decir “naciones con Estado” y “naciones sin Estado”. Otro baile de significados se daba entre “nación” y “pueblo”. ¿Son lo mismo? En la Constitución española ¿quién es el sujeto de la soberanía, la Nación española o el pueblo español? Ortega, cuyas ideas tuvieron mucha influencia en la redacción de la Constitución, distinguía entre ambos e incluso los oponía, siguiendo las ideas hegelianas. Según él, “pueblo” es un concepto social, que designa una colectividad inerte, determinada por el pasado; mientras que “nación” es ante todo un programa de convivencia futura. “El pueblo es lo más contrario posible a la nación”, escribió.  Por su parte, “soberanía” era un concepto acuñado para legitimar el poder absoluto de los soberanos. ¿Tiene sentido mantenerlo? Como procede de una tradición absolutista, rechaza la idea de un “absolutismo compartido”, es decir, de una soberanía compartida. ¿Cómo es posible que todo este jaleo conceptual haya provocado tantos conflictos, guerras, muertes? Como mantengo en este mismo Panóptico, necesitamos una vacuna contra la estupidez.

La idea de “nación de naciones” como propuesta política había tenido un largo recorrido, desde el siglo XIX.

El imperio, como figura política, implicaba la unificación de naciones diferentes, como señaló Francesc Cambo y Batllé en 1935: “Cuando se nos habla a nosotros en nombre de España, yo siento encenderme de ira. ¿Con qué derecho nos hablan a nosotros en nombre de España, si somos nosotros más España que ellos? ¡Si nosotros representamos una nación hispánica, más viva que todas las demás naciones hispánicas! Y España no será nada, y será el país invertebrado, camino de todas las decadencias que describe Ortega y Gasset, mientras que España no vuelva a tener un ideal imperialista, mientras que España no se sienta nación de naciones, mientras que en nombre de España no se sienta envidia por cada manifestación particular española, porque el conjunto de estos particularismos es lo único que puede formar una gran España”.

Las herramientas conceptuales de que disponían nuestros constitucionalistas permitían varias combinaciones para intentar hacer compatibles aspiraciones contrarias: la unidad de España y las aspiraciones de los nacionalismos periféricos

Volvamos a la Constitución. Las herramientas conceptuales de que disponían nuestros constitucionalistas permitían varias combinaciones para intentar hacer compatibles aspiraciones contrarias: la unidad de España y las aspiraciones de los nacionalismos periféricos. Una posibilidad era encargar al Estado la función unificadora: España es un Estado plurinacional. Otra, distinguir entre Nación con mayúscula (la gran nación, que decía Capmany) y las naciones con minúscula. Una tercera, distinguir entre “nación política” (con Estado) y “nación cultural” (sin Estado). Y una cuarta, diferenciar la Nación (española) de los “pueblos” (naciones culturales periféricas). La solución fue un poco sorprendente: se creó otro concepto: nacionalidad. Quedaba poco claro, pero, como escribió Herrero de Miñón, uno de los padres de la Constitución, la ambigüedad de algunos artículos es uno de los grandes logros de la Constitución.

Fraga sostenía que “nación” y “nacionalidad” significaban lo mismo. Roca, que “nacionalidad” significaba “nación sin Estado”. Para Peces Barba, la nación, España, puede comprender en su seno otras naciones o nacionalidades. En su libro La elaboración de la Constitución de 1978, recuerda: “Acepté desde el principio que el término nacionalidades era sinónimo de nación y que, en ese sentido, España era una nación de naciones y regiones, y señalé abundantes ejemplos históricos, claves en la formación del Estado moderno donde la ‘nación’ no había sido relevante” (p. 239). También Solé Tura pensaba que se estaba definiendo a España como una “nación de naciones”.  Herrero de Miñón, más sofisticado, distinguía entre “soberanía”, que solo la tenía la nación española, y la “autoidentificación”, que es lo que se llama “nacionalidad”.  Años después, en un artículo publicado en El País (26.7.2010) Felipe González y Carme Chacón escriben: “la concepción de España como ‘Nación de naciones’ nos fortalece a todos”.) Para muchos, la introducción de esa palabra no resolvía el problema de las tensiones independentistas, sino que lo constitucionalizaba. Ortí Bordás se quejó: “Yo solamente les diría a los miembros de la comisión que no son los problemas los que se constitucionalizan; lo que se constitucionalizan son las soluciones. Y Dios quiera que los constituyentes del 78 no constitucionalicen el problema de las nacionalidades”.

Nación de naciones

Aunque la expresión “nación de naciones” no figura en el anteproyecto de la Ponencia constitucional (Boletín Oficial de las Cortes 5.1.1978) sí apareció en los debates de la Comisión de Asuntos constitucionales. Haré una breve antología:

«Si España comprende todo el actual territorio del Estado, España no es una nación, sino un Estado formado por un conjunto de naciones, ya que el concepto de nación, de nacionalidad, me parece puro artificio verbal.» (Heribert Barrera Costa [1917-2011], Ezquerra Catalana, sesión 2, 8 mayo 1978, DSCD 60:2079.) “.

“Naturalmente que la existencia de diversas naciones o nacionalidades no excluye, sino todo lo contrario, hace mucho más real y más posible la existencia de esa nación que para nosotros es fundamental, que es el conjunto y la absorción de todas las demás y que se llama España.» (Gregorio Peces-Barba Martínez [1938-2012], PSOE, sesión 3, 9 mayo 1978, DSCD 61:2107.)”

«A mí me gusta la expresión “nación de naciones”, soy admirador de don Ramón Lázaro y de don Antonio de Capmany, que escribió en castellano clásico sus magníficos libros sobre Cataluña. Yo afirmo lo que ellos afirmaron en Cádiz: que todas las regiones y provincias españolas tengan el mismo régimen, unas buenas Diputaciones provinciales, aunque si queremos las llamamos “Generalidad”.» (Manuel Fraga Iribarne [1922-2012], Alianza Popular, sesión 3, 9 mayo 1978, DSCD 61:2111.)

«Esto me permite, al hilo de la defensa, y oponiéndome a la enmienda del señor Carro, observar que la existencia de España como nación no excluye la existencia de naciones en el interior de Espada; naciones-comunidades, pero que la existencia de estas naciones-comunidades no debe llevarnos a una aplicación rígida del principio de las nacionalidades tal como se formuló por los liberales en el siglo XIX, de que cada nación debe ser un Estado independiente. Esta formulación, que es, a nuestro juicio, regresiva y anticuada, no debe defenderse, y por eso está perfectamente establecida la comunidad superior, la nación de naciones que es España, que se organiza como un Estado social y democrático de derecho y se produce la vinculación de la comunidad que es España a la sociedad que es el Estado social y democrático de derecho.» (Gregorio Peces-Barba Martínez [1938-2012], PSOE, sesión 4, 11 mayo 1978, DSCD 64:2170.)

«Estas naciones sin Estado es lo que modernamente ha venido en llamarse “nacionalidades”. Cuando en el debate general inicial en esta comisión yo sostenía ya la idea de la nación de naciones y me apoyaba para ello en viejos precedentes que se remontaban incluso a don Antonio de Capmany en 1808 –cita después reproducida en las Cortes Constituyentes de Cádiz–, es evidente que ya se estaba en esta línea de definir un nuevo Estado que haría a su vez, y hoy también ha creado un grado de conciencia colectiva, una identidad, y ésta es la nación-Estado, y se había creado a su vez, y mantenido sobre todo ese concepto de nacionalidades, este concepto de una nación sin Estado como personalidad cultural, histórica y política propia.» (Miquel Roca Junyent [1940], Minoría Catalana, sesión 5, 12 mayo 1978, DSCD 66:2275.)

¿Por qué no se incluyó la expresión en la Constitución? La teoría del “mensajero” que aporta desde fuera el articulo 2 manifiesta las limitaciones con que trabajaron los padres constituyentes. I ”Nación de naciones” era inaceptable porque era fácil deducir que conducía a un Estado federal, lo que en aquel momento era como mentar la bicha. Así lo expresó quien considero el pensador franquista mejor informado: Gonzalo Fernández de la Mora:

Una de las traducciones posibles que puede tener nación de naciones es reino de reinos, que es la figura del imperio, y no creo que realmente éste sea el supuesto en que nosotros configuramos el futuro de España. La segunda traducción jurídico-política que podría tener la expresión sociológica de nación de naciones, podría ser Estado de Estados. Ahora bien, éste es el Estado federal. Y precisamente esto, aunque sí está en el ánimo de algunos legisladores, creo que no está en el ánimo de la Comisión y desde luego no en el de Alianza Popular. Pero si éste fuera el estado de ánimo de la Comisión y de las Cortes, habría que afrontarlo con claridad. Si vamos a una nación de naciones que se va a reflejar en un Estado de Estados, es decir, configurándolo en la Constitución como un Estado federal, al que yo me opondría, por lo menos, ello me parecería valiente, diáfano, transparente, siendo capaces los legisladores de asumir el sentido de responsabilidad que tienen con su pueblo, diciendo claramente a dónde van y qué es lo que claramente desean. (Gonzalo Fernández de la Mora y Mon [1924-2002], Alianza Popular, sesión 5, 12 mayo 1978, DSCD 66:2290.)

Solé Tura se defendió de esta acusación, aunque de modo un poco sibilino. «Por eso entiendo que la fórmula que aducía el señor Fernández de la Mora, cuando hablaba de que forzosamente una nación de naciones culmina en Estado de Estados, es absolutamente impropia. Puede culminar en eso o en otras cosas. Dependerá de la forma de articulación del poder político.» (Jordi Solé Tura [1930-2009], Grupo Parlamentario Comunista, sesión 5, 12 mayo 1978, DSCD 66:2292.)

Lo importante no era el concepto de “nación”. Lo importante era el tema de la “soberanía”

Lo que quedaba claro en esta discusión es una confusión del tema. Lo importante no era el concepto de “nación”. Lo importante era el tema de la “soberanía”. ¿Quién es el sujeto de la soberanía? ¿La nación grande? ¿Las naciones pequeñas? ¿El estado? ¿Los Estados federales? ¿La Nación española? ¿El pueblo español?

En mi intento de tener una idea clara del problema catalán, me voy internando cada vez más en una selva conceptual que, como todas las selvas, crece sin un diseño previo, y donde es fácil perderse. Lo malo es que muchos de esos conceptos confusos despiertan emociones profundas que pueden llevar a comportamientos explosivos. No olvidemos que de buenas emociones puede estar empedrado el camino del infierno.

La selva en la que entraré en el próximo Panóptico, lleva por nombre SOBERANÍA.

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