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PANÓPTICO

El panóptico

La historia nos da algunas sorpresas. He leído el libro de un reputado profesor de Harvard, Michel Sandel, titulado La tiranía del mérito. Según él, la ideología meritocrática defiende la libertad y afirma la capacidad de controlar el destino. Hace a la persona responsable de sus éxitos o fracasos. Esto parece loable, pero según Sandel, está provocando serias disfunciones sociales. Cuanto más nos vemos como seres hechos a sí mismos y autosuficientes, menos probable resulta que nos preocupemos por la suerte de quienes son menos afortunados que nosotros. Si mi éxito es obra mía, su fracaso debe ser culpa suya. Esto hace, concluye Sandel, que la meritocracia sea corrosiva para la comunidad. Tener un título universitario o no tenerlo equivale a ser considerado ganador o perdedor. Estos perdedores están llenos de resentimiento e indignación y votaron a Trump porque supo conectar con ellos.

En un sentido parecido, The Economist recordaba hace unos meses (30.10.2020) que hace diez años Peter Turchin, de la Universidad de Connecicut, hizo una sorprendente predicción en Nature; Es probable que la próxima década sea un periodo de creciente inestabilidad en Estados Unidor y Europa Occidental”, y lo atribuyó a la “sobreproducción de jóvenes graduados con títulos avanzados”.

El posterior auge del populismo en Europa, los inesperados votos de 2016 en favor del Brexit y luego de Donald Trump en Estados Unidos, así como unas oleadas de protestas que van desde los chalecos amarillos hasta el movimiento Black Lives Matter, han hecho que Turchin se convierta en una celebridad en ciertos círculos. Los historiadores consideran que “el problema del exceso de personas muy formadas” contribuyó a las revoluciones europeas de 1848. La sobreproducción de élites también puede ayudar a explicar el malestar que atenaza al mundo rico en los últimos tiempos. Para un joven, se ha vuelto dificilísimo llegar a formar parte de la élite, aunque se esfuerce mucho y vaya a la mejor universidad. Los precios de las viviendas son tan elevados que sólo quienes las heredan tienen la oportunidad de emular las condiciones de vida de sus padres. El poder de unas pocas empresas “superestrellas” significa que hay pocos empleos realmente prestigiosos. Turchin calcula que cada año Estados Unidos produce unos 25.000 abogados “sobrantes”. Más del 30% de los graduados británicos están “sobreformados” en relación con sus empleos. Todo esto explica en cierta medida una tendencia en apariencia desconcertante: por qué unas personas aparentemente acomodadas se sienten atraídas por el radicalismo. El panorama en España es aún peor, y conviene tener en cuenta estos comentarios.

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Pero estas noticias me han hecho recordar un fragmento de nuestra historia lejana. Geoffrey Parker, en su libro sobre el siglo XVII, comenta que “en la década de 1630, quizás asistieron a la universidad uno de cada cuarenta jóvenes ingleses y uno de cada veinte castellanos, proporciones que no se superarían hasta finales de siglo XX”. En esa década tal vez salieran de Oxford y Cambridge trescientos licenciados al año para dedicarse a la iglesia y 200 para dedicarse a la práctica médica o jurídica, más otros 700 sin empleo asegurado. Como dijo un juez inglés: “el conocimiento sin ocupación solo puede engendrar traidores”. Quevedo, licenciado de la Universidad complutense afirmaba: “Las monarquías, con las costumbres que se fabrican se mantienen. Siempre las han adquirido capitanes, siempre las han corrompido bachilleres”.” Las batallas dan reyes y coronas; las letras, grados y borlas”.  Thomas Hobbes en Behemoth, reconoce que Oxford y Cambridge han sido para esta nación como el caballo de madera fue para los troyanos” porque de las universidades salieron todos esos predicadores que enseñaron la resistencia, y nuestros rebeldes aprendieron públicamente la rebelión en los púlpitos”.

Tal vez temiendo estos efectos, la Junta de Reformación pidió a Felipe IV que “en   pueblos y lugares pequeños donde en fechas recientes se han instalado estudios de gramática que se supriman porque con la facilidad que su proximidad permite, muchos labradores envían a ellos a sus hijos y los sacan de sus ocupaciones, en la cuales nacieron y se criaron y  a la cuales deben destinarse” (957) Richelieu quiso hacer lo mismo, y lo mismo pensaba el erudito francés Gabriel Naudé, que pronosticaba en 1639 que “el gran número de colegios, seminarios y escuelas aumentaría la frecuencia de las revoluciones de Estado” . William Berkeley, gobernador monárquico de Virginia, se mostraba de acuerdo: “La instrucción, lamentaba en 1676, ha traído al mundo desobediencia, herejías y sectas, y la imprenta las ha divulgado y también libelos contra el mejor gobierno. ¡Dios nos libre de ambas cosas!”.

La solución que propone Sandel es dignificar más todos los trabajos, y derivar parte de la ayuda que tienen las universidades a una formación profesional de calidad. Eso coincide con mi propuesta de que se debería considerar “Formación profesional” toda la educación posterior a la básica y obligatoria, y que debería organizarse en tres niveles: Formación profesional de primer nivel (escuelas de formación profesional), Formación profesional de segundo nivel (grados universitarios), y Formación profesional de tercer nivel (estudios de postgrado). No tengo ninguna esperanza de que se acepte esta propuesta que expliqué en este artículo.

Únete 2 Comments

  • En relación con este asunto, a mí me preocupa la constante consideración (a uno mismo u otras personas que dan consejos) como «coach» que se puede observar en internet y TV. Un esfuerzo de homologación y acreditación nacional e internacional de las profesiones y formaciones sería necesario para evitar caer en intrusismos, pseudociencias, timos, abusos de confianza y negligencias, que van todos ellos en aumento constante y detrimento de todos.

  • jose antonio marina dice:

    Estoy de acuerdo con usted de que hay una proliferacion de «consejeros», «entrenadores», sin cualificacion profesional ni acreditación conocida. Esto es especialmente grave en psicologia y pedagogía, temas en los que el intrusismo es peligroso.

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