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Índice

1.- In partibus infideliume

2.- ¿Por qué he recalado en la Historia?

3.- ¿Qué tipo de historia necesitamos?

4.- El conocimiento de todos los fenómenos vivos ha de ser evolutivo.

5.- La cultura romana forma parte importante de nuestro genoma cultural.

6.- Roma eterna.

7.- Para no perdernos en retórica debemos preguntarnos ¿qué es Roma?

8.- El miedo al poder

9.- La inteligencia romana

10.- Una idea de felicidad

11.- La ciudadanía y la humanitas

12.- Un concepto a repensar: el imperio.

13.- Oh tempora! ¡Oh mores!

14.- Volviendo al genoma


 

         1.- In partibus infideliume

 

         Con frecuencia la defensa de las enseñanzas clásicas es muy débil, porque hablan para convencidos. Por eso yo quiero hablar in partibus infidelium, en tierra de infieles, suponiendo que en vez de hablar a personas que han venido a un curso sobre Grecia y Roma, son ustedes personas a quienes les parece absurdo gastar tiempo en estudiar creaciones tan antiguas. Voy a mencionar tres testimonios de personas que mantienen ese punto de vista. Desde Silicon Valley, Vinod Khosla, fundado de Sun Mycosystem defiende que el estudio de las tecnologías digitales es más importante que el de las humanidades. Aunque los clásicos griegos o romanos, Shakespeare o Jane Austen pueden ser importantes, hay muchas otras cosas que con mucho son más relevantes para formar un ciudadano inteligente, que aprenda continuamente, y a un ser humano más adaptable a un mundo cada vez más complejo, diverso y dinámico”.

El segundo testimonio es más inquietante, porque procede de una de las grandes especialistas en cultura clásica: Mary Beard, premio princesa de Asturias de humanidades. ““Para ser honesta, siempre he creído que los romanos no tienen mucho que enseñarnos directamente. Siempre me ha sorprendido que la gente encuentre lecciones en Marco Aurelio. Fue un conquistador brutal. Es fácil olvidar que la admirada estatua de Marco Aurelio en el Capitolio de Roma es casi seguro que originalmente tenía un bárbaro pisoteado hasta la muerte por el caballo del emperador. Los romanos nos ayudan a pensar más claramente sobre nosotros mismos, pero no nos enseñan”.

El tercer testimonio es muy actual. La cultura de la cancelación piensa que hay que eliminar los estudios clásicos, porque son obra de blancos, machistas y esclavistas. El movimiento woke, presente en las universidades americanas piensa que es necesario descolonizarnos y que eso empieza por desblanquearnos. Es la opinión del profesor de Princeton Daniel Padilla, que niega legitimidad a esa enseñanza, porque la “blanquedad” está en la médula de los textos clásicos. Para desmontar las estructuras de poder- señala- hay que escribir una historia completamente nueva sobre la antigüedad y sobre quienes somos hoy. Si los clásicos no están de acuerdo con él deberían ser destruidos”. En un articulo dedicado a él en el New York Times Magazine, Rachel Poser, editora jefa de Harper, concluye que hay que deshacerse de los clásicos. A esto se une la censura de los textos, que son políticamente incorrectos y pueden herir la sensibilidad del lector. Los estudiantes de la Universidad de Columbia han pedido que se incluyan trigger warnings, que avisen sobre los pasajes ofensivos, por ejemplo, en las Metamorfosis de Ovidio. En alguna escuela de Massachusetts se ha eliminado la Odisea del currículo de las escuelas, porque “solo servía para instilar en la mente de los más pequeños valores pérfidos y venenosos”.

               El objetivo de “descolonizar la Universidad” y eliminar toda influencia blanca supone también excluir la filosofía. El movimiento woke considera evidente que, en las modernas universidades occidentales, la filosofía continúa siendo un bastión del eurocentrismo, la blanqueidad en general y el privilegio estructural blanco, heteronormativo, y machista en particular.

                 

 

                  Estas propuestas han despertado reacciones políticas. El gobernador de Florida Ron deSantis, que aspira a ser candidato a la presidencia de EEUU., enemigo jurado del movimiento woke, quiere hacer obligatorios los estudios clásicos en las Universidades de Florida. En Francia, el presidente Macron considera también que el pensamiento woke es un peligro para la democracia, y su ministro de cultura, Jean Michel Blanquer pretende fomentar los estudios clásicos.

La cultura de la cancelación también afecta a personas, cuya imagen pública debe ser borrada. Eso me recuerda, que los antiguos romanos practicaban la “damnatio memoriae”. Tras la muerte de un emperador, el Senado decidía si su memoria debía conservarse o erradicarse. En este caso se intentaba borrar todas sus huellas.

El mundo de los estudios clásicos está pues muy borrascoso. Al presentarles este panorama espero al menos haberles inquietado. Es el momento de preguntarse qué hemos de hacer con los estudios sobre cultura clásica.

           2.- ¿Por qué he recalado en la Historia?

Antes de intentar responder a esa cuestión quiero explicar por qué no siendo historiador me he dedicado a la historia estos últimos años. Porque necesitamos comprender. Padecemos un déficit de comprensión. Parece que no es necesaria. Con la realidad sucede como con el móvil. No necesito comprender como funciona. Solo necesito saber usarlos. Pero esto no funciona con las personas, ni con las instituciones, ni con la toma de decisiones en general.  Si no comprendo por qué actúo no puedo decir que tomo decisiones responsables. Cuando la crisis financiera del 2008, Allan Greenspan, que había sido presidente de la Reserva Federal y tenía que ser la persona que mejor conocía el sistema monetario internacional, dijo una frase inquietante: “No comprendo lo que ha pasado”. Tomemos el caso de la violencia domestica en España. A pesar de los esfuerzos, no desciende. No entendemos el fenómeno y por lo tanto actuamos a ciegas. Si no comprendo lo que me rodea y lo que hago, mis decisiones serán irresponsables. Si no conozco como funciona el poder, no sabré interpretar el síndrome de la Moncloa. Pero no puedo comprender el presente si no se como hemos llegado hasta él. Por eso, después de un largo paseo por la filosofía, la psicología, la lingüística, la neurología y el derecho, he recalado en la historia. Es la Historia la que puede permitirnos comprender…. pero no cualquier historia.

3.- ¿Qué tipo de historia necesitamos?

               La historia es el sedimento de miríadas de acciones humanas, acciones que están movidas por necesidades, impulsos, deseos, expectativas, sueños. No podemos entenderla si no entendemos las acciones que la originan. Tenemos que aplicar a la Historia lo que sabemos de psicología individual y de psicología social. Necesitamos una PSICOHISTORIA. En el siglo XX lo intentó, por ejemplo, la escuela de Anales, pero no teníamos todavía herramientas psicológicas suficientemente desarrolladas. Ahora podemos hace una historia iluminada con rayos gamma. Tomo esta expresión de una metáfora astronómica. Los astrónomos pueden mirar el universo con telescopios iluminados con luz natural. Entonces ven un mundo ordenado, con planetas girando mansamente en sus órbitas. Pero pueden observarlo también con telescopio de rayos gamma. Estos solo captan ráfagas de energía, explosiones, descargas. Los historiadores ven la historia iluminada con luz natural. La batalla de Waterloo comenzó a una hora y terminó a otra. Lo que pretendo es elaborar una historia iluminada con rayos gamma. Entonces Waterloo es una condensación de voluntades de poder, de miedo, ferocidad, deseos de huir, sangre, sudor y lágrimas.

Atender a las causas psicológicas de los sucesos nos proporciona la enorme ventaja de poder comparar y captar analogías. Tenía razón Spengler cuando en La decadencia de Occidente afirma que el método propio de la historia es la comparación, aunque luego no acaba de acertar al ponerlo en práctica. Iluminada por rayos gamma vemos que la humanidad, impulsada por necesidades, deseos, y emociones comunes, se ha enfrentado a los mismos problemas, aunque cada cultura los ha resuelto de manera diferente. Como escribió Voltaire, “la Historia no se repite nunca. Los seres humanos, siempre”. Al comparar las distintas soluciones a un mismo problema, podemos compararlas y, en algunos casos, seleccionar la mejo solución. Para curar una infección son mejor solución los antibióticos que los rituales mágicos. Esto nos permite evaluar las culturas, cosa que resulta blasfemo para muchos antropólogos decididos a defender la igualdad de todas ellas.

4.- El conocimiento de todos los fenómenos vivos ha de ser evolutivo.

Como dijo el gran genetista Theodosius Dobzhansky, los fenómenos vitales solo podemos entenderlos evolutivamente. Todos nosotros hemos recibido un doble genoma que influye en nuestro modo de ser. El genoma biológico y el genoma cultural. El biológico ha sido descifrado en los últimos años. Ahora deberíamos ocuparnos de nuestro genoma cultural.  Ambos están relacionados a veces, porque la cultura ha provocado cambios genéticos (como, por ejemplo, en la tolerancia de los adultos a la lactosa), pero fundamentalmente voy a referirme al genoma cultural transmitido mediante la educación, las costumbres, las tradiciones, y las instituciones.

 

5.- La cultura romana forma parte importante de nuestro genoma cultural.

Es decir, una parte de cómo pensamos, sentimos y vivimos esta determinado por genes culturales romanos. No hace falta que los conozcamos, como no necesitamos ser genetistas para que los genes de nuestros padres actúen en nosotros. La permanencia de lo romano es por lo demás evidente. Nuestra lengua deriva del latín, nuestras instituciones políticas tienen raigambre latina, y nuestro derecho deriva inequívocamente del derecho romano. En 1937, T.S. Elliot, premio Nobel de Literatura escribió: “Todos seguimos siendo, en la medida en que hemos recibido la cultura europea, ciudadanos romanos”. Tenía razón.

6.- Roma eterna.

 El imperio romano occidental desapareció en el siglo V. San Jerónimo, desde Jerusalén, escribe: “El mundo murió en una ciudad”. Pero el imperio continúa en Bizancio. Los bizantinos se reconocen como romanoi. Los invasores copiaron muchas de las estructuras políticas romanas. En el siglo VII aparece la lex visigotorum claramente influidas por el derecho romano. En el año 800, Carlomagno funda el Sacro Imperio Romano germánico, que dura hasta que lo elimina Napoleón para crear el suyo propio. La republica romana fascinó a los revolucionarios franceses, hasta el punto de que algunos llegaron a cambiarse el nombre y llamarse Bruto, Graco o Caton. Mme. Roland, heroína de la revolución, relata conmovida en sus Mémoires la experiencia de, a la edad de nueve años, llevar por primera vez a Plutarco a la iglesia en lugar del libro de oraciones. Marx conocía bien la historia romana, hizo su tesis sobre Augusto, y la expresión “dictadura del proletariado” es latina. Proletarii era la clase más baja de los hombres libres, los que solo tenían la prole como riqueza. Y lo mismo ocurre con el término “dictador”, que era un modo de conferir el mando a una persona en momentos difíciles. Marx, en una frase brillante dijo que los acontecimientos franceses de la revolución al imperio tuvieron como precedentes la republica romana y el imperio romano. Como ultima referencia, Mussolini quiso recuperar la romanidad. En 1937 escribe: “De Roma trasladamos a nuestro tiempo ciertos valores esenciales: el valor espiritual de la autoridad, la exigencia de la disciplina, de la ley, de las instituciones y la norma, la tendencia a la simplicidad, a la coherencia, a la simetría, a la claridad. Valores que son el sello distintivo de nuestra política frente a la política del resto del mundo”. Fascismo viene de fasces, la insignia de poder del cónsul romano: un hacha entre varas.

 

 

                 7.- Para no perdernos en retórica debemos preguntarnos ¿qué es Roma?

Roma es senatus populusque romanus, la unión del Senado y el pueblo. La dialéctica entre ambos, sus tensiones, su geometría variable, es lo que constituyen ese Estado peculiar que fue Roma. Suele decirse que la historia del pueblo de Israel es la historia de la experiencia religiosa de un pueblo. La historia de Roma es la experiencia del poder. Y es aquí donde interviene la Psicohistoria. El deseo de poder es una de las constantes humanas más fascinantes y oscuras.

Los humanos estamos movidos por tres grandes deseos: el placer, la sociabilidad y la expansión de nuestras posibilidades. Este era el gran deseo romano: expandir el poder, vencerse a sí mismo o vencer a otros. Libido dominandi dijo san Agustín. Esto suponía, por supuesto, aprovecharse de los bienes ajenos. Para el romano antiguo la forma más noble de conseguir un bien era arrebatárselo a otros, cogiéndolo con sus manos. De ahí los términos manucaptum, mancipio, o praedium. El botín -la apropiación violenta- era la propiedad mejor legitimada.  Todos los actos que tenían que ver con la propiedad se hacían bajo la presencia de la lanza (hasta, en latín). De ello queda constancia en la palabra “subasta”, hecho bajo la lanza. El derecho de conquista se ha mantenido hasta recientemente bajo el nombre latino de uti possidetis iuris, que todavía fue usado por la Corte Internacional de Justicia en 1986, en un contencioso entre Burkina Faso y Malí. Era un principio romano que legitimaba la propiedad de un territorio adquirido tras una guerra. Por ejemplo, así se legitimó en 1871 la anexión de Alsacia Lorena por parte del imperio alemán. La conquista -escribe Jones- fue un elemento integral de la idea que los romanos tenían sobre sí mismos” (Jones et alt. World of Rome, p. 7),

Pero el romano no quería sin más ejercer el poder o disfrutar de las riquezas que le procuraba. Esto es lo más peculiar de esta historia. Quería hacer algo más: gobernar, ordenar el mundo, organizarlo. Introducir el orden. Elio Arístides, un escritor de siglo II, que escribió un famoso Elogio de Roma, reconoce que los romanos han superado a los griegos en el arte de la política, en el arte del gobierno. Querían vencer para ordenar. Y ese vencimiento se daba en el ámbito privado y en el público. En este punto también nos ayuda la psicología. Los psicólogos distinguen dos variantes del deseo de ampliar nuestra posibilidad de acción. Lo que llaman motivación de logro, de maestría, que consiste en el dominio de sí mismo, en la capacidad de hacer. Y luego está la motivación de poder, que consiste en dominar a alguien, imponerle su voluntad. El romano, sobre todo en su época creadora, estaba movido por ambas. Tuvo un temple de ánimo duro, austero, militar. El término “vir”, tiene un origen guerrero. La aceptación que tuvo en el mundo romano el estoicismo encuentra aquí su explicación. Además, el estoicismo es una filosofía práctica. De nada sirve la filosofía si no es capaz de curar una enfermedad, de nada vale un conocimiento si no resuelve algún problema. Cicerón escribe: “Existe te lo aseguro una medicina que cura el alma. Es la filosofía”. Las elucubraciones no le atraían. Cuando al final de la Republica Varron se ocupó de fijar la religión romana que se estaba desvaneciendo, dividió las deidades, cuyo servicio celebraba el estado, en di certi y di incerti.

Dioses ciertos e inciertos. Es el colmo del realismo.

                          En sentido amplio, poder es capacidad de realización. “Es la capacidad de producir los efectos deseados”, decía Bertrand Russell. En el poder -escribió Nietzsche. “se experimenta la realidad como libertad, como apertura real de posibilidades, como acontecer real (efectivo), dinámico”. La impotencia se vive en cambio como ausencia de posibilidades, como obturación, como angustia. Este deseo de expansión personal se ha descrito de muchas maneras, Albert Bandura ha estudiado la importancia del sentimiento de la propia eficacia. “Entre los distintos aspectos del conocimiento de sí mismo -escribe- quizás ninguno influya tanto en la vida del hombre como la opinión que tenga de su eficacia personal”. Otros autores mencionan la “motivación de control” y Josep Nuttin -en su Teoría de la motivación humana-  habla del “placer de la causalidad”, que aparece muy pronto en el niño y que se prolonga durante toda la vida: “El ser humano parece estar motivado para realizar cosas que sin su acción no se producirían.  Con frecuencia se identifica con las cosas que podría hacer: su obra es la extensión de sí mismo”. En esos casos, el “poder personal” se manifiesta previamente como una inagotable “pasión de actuar”. En algunas personas, esta pasión de actuar se prolonga en una “pasión de mandar”.

Lo mismo que pasa a las personas puede sucederles a los pueblos: hay pueblos estacionarios y pueblos activos. San Agustín introduce una interesante precisión: los tres grandes deseos del hombre caído, dice, son el amor al dinero, el ansia de poder, y el deseo sexual. Señala que el ansia de poder es la menos perversa cuando se combina con el deseo de honor y gloria. Siglos después, Montesquieu lo corroboraría: impulsados por la búsqueda de la gloria propia, “resulta que cada uno se encamina al bien común cuando cree obrar por sus intereses particulares” (Esprit III, c.VII San Agustín señaló que los romanos “hicieron milagros por su avidez de gloria y su deseo de alabanza” (Haec ergo laudis avidias e cupido gloriae multa illa miranda fecit” (Civ. D, V,12). La “fama” aparece en las sociedades como un elemento de regulación social, para suscitar ciertos comportamientos y disuadir de otros, pero lo hace con la promesa de un modo de felicidad: la gloria. A los seres humanos les mueve el deseo de distinguirse, y de ser reconocido por los demás. Las palabras “honor”, “fama”, “gloria” son romanas. “Honor”, que tiene una historia sorprendente. De ser un premio concedido por una acción loable, pasó a designar uno de los grandes motores de la historia. En latín, la palabra “honor” designaba el premio que recibían los generales vencedores. Podía ser una propiedad material o una dignidad social. La palabra “dignidad” comenzó designando solamente un puesto merecido por el comportamiento y que a su vez merece respeto y consideración social. De ser un premio merecido por el comportamiento, el “honor” pasó a ser una distinción merecida por el hecho de ser persona, una propiedad del alma, que se podía perder por un comportamiento deshonroso. Cuando la idea de honor pierde atractivo es sustituida por otra propiedad intrínseca, la dignidad humana. Otra palabra romana.

8.- El miedo al poder

                  Como buenos conocedores del poder, los romanos lo temían. Cuando hacia el año 510-509 el rey fue expulsado, implantaron un sistema que limitara el poder, El consulado, o la magistratura que sustituyo a la monarquía tenía como principales características; estaba limitado a un año, había dos magistrados con igual imperium, “nunca más volvería a conferirse a un único individuo con poder supremo”- y se establecía la idea de responsabilidad, de tal modo que al final del año se podía pedir al magistrado que rindiera cuentas de sus actos. Con el paso de los tiempos se establecieron más contrapesos. Los magistrados se dividieron entre aquellos que tenían imperium, la capacidad de mandar (cónsules, pretores, dictadores) y los que no lo tenían (cuestores, tribunos de la plebe, ediles encargados de las obras publicas). El senado era un órgano consultivo, pero a los cónsules les resultaba difícil ignorar su consejo.

 

 

 

9.- La inteligencia romana

 

El pueblo romano estuvo impulsado por un afán expansivo de actuar, de ejercer el poder, para ordenar el mundo y resolver problemas. Esta es la capacidad fundamental de la inteligencia. La sabiduría práctica romana se manifiesta en dos grandes creaciones: las obras públicas y el derecho. Ambas tienen muchas cosas en común: resuelven problemas y colaboran al bienestar público. En ambas también esta presente la altanería del poder, su capacidad autocreadora, autopoiética. Julio Cayo Lacer, el arquitecto del puente de Alcántara, dejo en él una inscripción maravillosa. La arquitectura es ars ubi materia vincitur ipsa sua. Es el arte mediante el cual la materia se vence a sí misma. Aprovechando la ley de la gravedad permite la elevación de los arcos. Lo mismo podría decirse del derecho: es el arte mediante el cual el egoísmo humano vence al egoísmo humano. Es una consecuencia de esta tendencia practica, de ese habito de los romanos, que llego a ser para ellos una segunda naturaleza. Ponen toda su fuerza moral e intelectual al servicio de su egoísmo. Así como los griegos encontraban por doquier lo bello, los romanos encontraban lo eficaz, lo útil. No tenían dioses ociosos, sino dioses encargados de una misión. El espíritu romano era buscar su lado práctico en todo lo que surgía. No está interesado por la contemplación, sino por la acción. Cicerón, en De officis, lo dice: “el oficio de la virtud radica todo en la acción”. Watson lo expresa con una frase lapidaria: “La mente romana siempre oponía la utilitas a la voluptas” (Ideas 334).

Este interés por la utilidad se ve con especial claridad en su relación con la justicia. Ambas tienen que ir unidas en el derecho, según Ulpiano, que se sirve de esta distinción para dividir el derecho en ius publicum y ius privatum. El primero es útil para la colectividad, el segundo afectaría a los individuos. (D.1.1.1.2). En cambio, Paulo cree que la utilitas es el fin del ius civile y la iustitia del ius naturale. En su De Inventione, Cicerón vuelve a unir ambas nociones al definir la iustitia de la siguiente manera: iustitia est habitus animi communi utilitate conservata suam cuique tribuens dignitatem (Inv. 2.160).

En suma, con la salvedad de Dion Casio, quien nos presenta las apelaciones al interés general como mero recurso propagandístico para justificar una intervención política, pero quien escribe en fecha muy tardía (Época Severiana), la utilitas publica o utilitas communis aparece como el valor máximo de la Sociedad Romana (Jossa 1963, 398), valor que se traducía en anteponer el interés de la comunidad al individual. Al mismo tiempo, este principio era identificado con la iustitia y con toda una serie de valores morales, convirtiéndose en el supremo modelo de conducta social (JOSSA, G., 1963, «L’utilitas rei publica nel pensiero imperiale dell’epoca classica» en: Studi Romani. Rivista bimestrale dell’instituto di studi romani, 11, 387-405.

1963, 388; 398; 405)

Es Modestino quien apela a la utilitas al hacer referencia a la moderación a la hora de interpretar las leyes. Para este jurisconsulto, las leyes son introducidas para la utilidad de los hombres, para dar solución a los problemas y necesidades que surgen en el seno de las comunidades entre diferentes individuos. Añade Modestino que la interpretación de esas leyes no ha de ser llevada al extremo atentando contra esa misma utilidad y contra la benigna equidad que ha de ser consustancial al derecho.

 

10.- Una idea de felicidad

Para indicar la tensión hacia un fin que tienen nuestras acciones, la motivación de las motivaciones, hemos inventado la palabra Felicidad. La última respuesta a la pregunta “para qué hago esto”. Cada cultura propone una idea de felicidad. Hay una felicidad confuciana, budista, griega. ¿Hay una felicidad romana?

El egoísmo personal del guerrero que lucha por el botín, que desea distinguirse y ser reconocido, que se empeña en resolver problemas, alumbra una singular idea de felicidad: la búsqueda de la felicidad personal exige colaborar a la felicidad pública, que es la condición de la felicidad personal. Buscando el bien propio, acabo colaborando al bien común. Las dos grandes herramientas para conseguirlo fueron el derecho y el concepto relacionado de ciudadanía.

Rufolf Ihering, un apasionado del mundo clásico, que escribió una fascinante y voluminosa obra titulada El espíritu del derecho romano, definía a Roma como el egoísmo nacional sistemático y organizado.  Consiguió convencer al pueblo de que para buscar su felicidad individual tenían que colaborar a la felicidad del Estado. Julio Cesar autorizo la construcción de un templo dedicado a la diosa Felicidad cerca de donde se reunía el Senado romano, subrayando así la proximidad de Felicitas al poder. Y durante el mandato de Galba, en el primer siglo después de Cristo la Felicitas comenzó a aparecer en el reverso de las monedas romanas junto a la imagen del emperador, a menudo con el apelativo Felicitas temporum. En las de Adriano, Felicitas publica. Felicitas significaba paz y prosperidad.  Por cierto, según Gibbon, el gran historiador autor de Auge y caída del imperio romano, escribió: “Si se pidiera a un hombre que señalara un periodo de la historia en que la condición de la raza humana fue feliz y próspera, afirmaría sin vacilar que el que se extiende desde la muerte de Domiciano hasta el ascenso de Comodo”, es decir los reinados de Nerva, Trajano, Adriano y los Antoninos. Pero lo que caracterizaba a estos emperadores es que fueron responsables administradores de las leyes. Conseguir esa pública felicidad que estaba en las monedas romanas, fue el lema de las revoluciones del siglo XIX. En la constitución americana se habla por primera vez del derecho a buscar la felicidad. La obra “Sobre la revolución” de Hannah Arendt, entre muchos aspectos de interés para el estudio del republicanismo y de la teoría política en general, pone de manifiesto que desde la República Romana y hasta el siglo XVIII, la idea de felicidad (“happiness” en la concepción norteamericana) era la propia de la vida pública en contraposición a la personal).

Volvamos a Roma. La relación entre felicidad personal y felicidad política ya la había señalado Aristóteles. La Ética de encarga de la felicidad individual y la Política de la felicidad de la ciudad. Una vez más, Roma hace operativa la teoría. La búsqueda de la felicidad individual conduce al establecimiento de las leyes que permiten la felicidad publica que a su vez revierte en la felicidad de los ciudadanos. Este bucle prodigioso me parece la creación más novedosa del genio romano.

El derecho es un sistema de soluciones, de una sutileza colosal. Permite lo que para mi es una enorme sorpresa: la historia del derecho es nada más y nada menos que la historia de cómo el ser humano se ha redefinido a sí mismo como especie. Con la aparición del derecho privado, la afirmación del individuo se institucionaliza, por supuesto dentro del espacio protector y nutricio que es el Estado. Claudiano, a finales del siglo IV, en su elogio dice que “Roma ha protegido a la raza humana con un nombre común a todos, como una madre y no como una emperatriz”: Ha unido a razas distantes con vínculos afectivos. (Kumar 76). Pero Roma es el Estado Senatus populusque romanus. Y este se constituye en un poder creador de realidad cuya creación es la máxima creación del talento romano: el ciudadano romano. El hombre natural adquiere una segunda naturaleza al convertirse en ciudadano. No es solo un hombre libre, sino que está protegido por las leyes romanas. Cuando san Pablo va a ser juzgado protesta diciendo Civis romanus sum. Tiene derecho a ser juzgado directamente por el emperador. El poder está al servicio del ciudadano, y esto ha calado en la historia. En 1850, el político británico Henry Temple afirmó que todos los súbditos británicos en el mundo debieran ser protegidos por el Imperio británico de la misma forma que un ciudadano romano estaría protegido por el Imperio romano. Durante un viaje a Berlín en plena Guerra Fría, el presidente Kennedy dijo en un famoso discurso: “Hace dos mil años la expresión más orgullosa era Civis romanus sum. Hoy, en el mundo libre la expresión más orgullosa es Ich bin ein berliner. Soy un ciudadano de Berlín”.

 

11.- La ciudadanía y la humanitas

                  Para entender lo que significa “ciudadanía”, tenemos que aprender lo que significa en aquel momento “ciudad”. La etimología nos da muchas indicaciones: de s procede “ciudadano”, y también “civilización”. De urbs, deriva “urbanidad”, el modo de comportarse adecuadamente en sociedad. De polis, “política”. La ciudad ya no es la congregación de seres racionales y libres, como en Aristóteles.   Cicerón se pregunta retóricamente “¿qué es la ciudad sino una sociedad de derecho?” (I, 32). Es el derecho, lo que crea la ciudad y, por lo tanto, al ciudadano.

El ciudadano es una nueva raza. Esto es novedoso. Los romanos en busca de la felicidad crean el derecho, que les impone una serie de deberes: los deberes del buen ciudadano. Hay que aprender a ser ciudadano.  Hay que adquirir la humanitas. Aquí encontramos también un quiebro específicamente romano. Con humanitas pensaban traducir el griego paideia, la educación, el dominio de las bellas artes, de la filosofía, también la actitud que permite dulcificar la aplicación de las leyes, la clementia.  Plinio el Viejo en su Historia natural escribe una frase notable Roma ofreció humanitatem homini. Hizo humano al hombre, pero eso lo hizo incluyéndole en el orbe del derecho, que se configura, así como una segunda naturaleza. Recuerden que la Declaración de derechos de 1789 se titula: declaración de los derechos del hombre y del ciudadano. Son las dos naturalezas.

Los estoicos habían hablado de un derecho común a todos los humanos, del cosmopolitismo, de la ciudadanía universal, pero los romanos se acercan a ese tema desde un enfoque práctico. Antes que una participación del logos divino, las leyes son modos de resolver problemas. Vuelvo a decir que esta es una noción que deberíamos aprender: la inteligencia resuelve problemas. La inteligencia política resuelve problemas políticos. Cuando las matemáticas no tienen medios conceptuales para resolver un problema, crea nuevos conceptos, nuevas herramientas, así apareció el calculo infinitesimal, la geometría analítica, los distintos tipos de infinito, las diferentes clases de números. Los romanos aplicaron este mismo procedimiento al derecho. Cuando no tenían conceptos para resolver un problema creaban uno nuevo. Me parece fascinante, por ejemplo, la creación de la fictio juris, de la ficción jurídica, que seguimos utilizando en la actualidad. No es una mentira, sino una suposición que tomo como verdadera porque eso me va a permitir progresar. Decir que “todos los hombres nacen libres e iguales” es una ficción política. Decir que el Estado nace de un pacto entre los ciudadanos es una ficción jurídica. Decir que una sociedad comerciar tiene personalidad jurídica es una ficción. Esta pasión heurística, solucionadora, es admirable. El ius civile, el derecho civil, resolvía los problemas dentro de la ciudad, pero en Roma había muchos extranjeros. ¿Cómo resolver las disputas entre ellos? El magistrado encargado de impartir justicia era el pretor. Pues bien, en 242 a.C. los romanos crean un pretor peregrinus, un pretor de los extranjeros, para resolver los litigios que no pueden ser resueltos por el derecho civil tradicional. Para ello tenían que acudir a principios comunes a todos los pueblos. Esto es modernísimo. Estaban inventando el ius Gentium. Gayo, el famoso jurisconsulto del siglo II escribió:

«Todos los pueblos se rigen por leyes y costumbres y usan en parte su propio derecho y en parte el derecho común de todos los hombres; pues el derecho que cada pueblo establece para sí, ese es suyo propio, y se llama derecho civil (…); en cambio, el que la razón natural establece entre todos los hombres, ése observa uniformemente entre todos los pueblos y se llama derecho de gentes, como si dijéramos que es el derecho que usan todas las naciones”.

Lo novedoso es que esa apelación a la razón natural no se hace confiando en un saber abstracto, sino en la experiencia de otras naciones. La función de la razón natural es alcanzar la universalidad. No la universalidad de las soberbias ideas platónicas, sino de las humildes ideas inductivas.

La idea de que las naciones tienen sistemas legales diferentes, pero que hay un derecho común a todas ellas, crea una tensión problemática. Ciudadanía significa estar protegidos por el derecho, si todos los hombres están sometidos a un mismo derecho, ¿no habría que pensar en una ciudadanía universal? Ha aparecido la noción de Imperio.

 

 

                  12.- Un concepto a repensar: el imperio.

                 La noción de imperio tiene mala prensa, porque se lo relaciona con el colonialismo y la opresión. Se piensa que es una desmesura del poder. Por eso, mucha gente se extrañó de que Harari en su popular libro Sapiens hiciera un elogio del imperio. La noción antigua de imperio, desde Babilonia, era un Estado archipoderoso. La noción romana es diferente. Se refiere a la unión de la diversidad dentro de una unidad política superior. A lo que más se parece es a la Unión Europea, que es un “imperio a la romana”. La unión de la diversidad gracias a una ley común. La cultura romana consiguió que los individuos se pensaran a sí mismos como “ciudadanos romanos”, fueran hispanos, galos, griegos. ¿Qué les unía? Una ley común.

Es curioso como la noción romana de “imperio” nos ayuda a pensar la Unión Europea. Ihering afirma que la idea de Roma es antinacional, pero inmediatamente se pregunta como eso es posible, dada la profunda identificación con Roma que tienen los romanos. Roma es una nación que se define por su misión, y esa misión es, como Virgilio en la Eneida “imponer paz y moralidad, perdonar a los sometidos y someter a los soberbios”. Eso lo hizo extendiendo un derecho universal. El ius civile romano se convierte en ius gentium por una jugada sorprendente. En el año 212, el emperador Caracalla concede la ciudadanía romana a todos los habitantes del Imperio. El poeta Rutilio, de Toulouse, escribe un poema épico De redito suo que señala este aspecto como el más notable; Una sola patria hiciste de pueblos diversos (…) al compartir tus leyes con los que has vencido/ has hecho una ciudad del mundo entero”. El pueblo guerrero dispuesto a que una ciudad fuera el mundo entero, acaba por conseguirlo por medios menos sangrientos: por el derecho.

Según Arístides, la grandeza de Roma consiste en su generosidad, en una ampliación del derecho de ciudadanía, que “la convirtió en motivo de asombro”: “Habéis conseguido que la palabra “romano” sea la etiqueta no de la pertenencia a una ciudad, sino de una especie de nacionalidad común, y no una más, sino la que equilibra todo el resto.”  Ha convertido la naturaleza en cultura. Pueden viajar por cualquier sitio, como si pasaran de patria a patria”, “porque para sentirse seguro basta con ser ciudadano romano”. El historiador y jurista ingles del XIX James Bryce escribe: “Nada contribuyó más profundamente a la unidad y la fuerza del dominio romano que esta sensación de una nacionalidad imperial (…) En el siglo III un galo, un hispano, un panonio, un bizantino y un sirio se consideraban a si mismos romanos y a efectos prácticos lo era. Los intereses del imperio eran los suyos, su gloria la suya, casi como si hubieran nacido a la sombra del Capitolio”.

         13.- Oh tempora! ¡Oh mores!

En la experiencia de poder que constituye la historia romana, tan aleccionador como el auge de Roma resulta su decadencia. En su primera Catilinaria, Cicerón deplora la perfidia de su tiempo. A comienzos del siglo II, Juvenal escribe una frase terrible. Padecemos los males de una larga paz. Nunc patimur longae pacis mala”. ¡Qué extraño lamento! Su autor, lo explica: “Se nos ha venido encima el lujo, más corrosivo que las armas (…). Ningún crimen ni acción lujuriosa nos falta desde que la austeridad romana desapareció” (Sátira VI, 290-295). La desconfianza hacia la paz es continua. ¿Qué nos pasa? Aristóteles, en su Política (1334a)hace una observación llamativa: “la mayoría de las ciudades se mantienen a salvo mientras luchan, pero en la paz pierden el temple. De esto es responsable el legislador por no haberlos educado para el descanso”.

Siglos después, Kant, que aspiraba a la paz universal, reconocía en su Crítica del juicio que “la guerra misma tiene algo de sublime en sí, y, cuanto mayores son los peligros que ha arrastrado un pueblo, más sublime es su modo de pensar; en cambio, una larga paz suele hacer dominar el mero espíritu de negocio, y con él el bajo provecho propio, la cobardía y la debilidad, rebajando el modo de pensar del pueblo”.

En Roma parece un cansancio nostálgico. “Cuanto más crece el dinero, más crece la codicia y la ansiedad que lo genera”, señala Horacio. Añora “las virtudes de la vida sencilla”, el estilo austero de antaño que según él había constituido la fuerza de los romanos:

Feliz el hombre que, libre de preocupaciones,

Como sus antepasados, trabaja

La tierra que heredó de su padre, con sus propios bueyes,

Y a nadie debe nada,

Y en la Oda II, 29:

Feliz entre todos el hombre

Que es dueño de su presente:

Y que seguro en su interior puede afirmar:

Ya puede el mañana depararme lo peor, porque hoy he vivido.

 

La Roma cansada nos deja en herencia esta nostalgia. Esta apacible vida bucólica, el carpe diem, plantea una cuestión: no resuelve los problemas. Roma necesitaba al año 200.000 toneladas de trigo. Las ciudades necesitaban agua y para proveerla de ella hacia falta proyectar, planificar, construir acueductos. En la actualidad se escucha de nuevo este elogio de la vida rural, de la vida sencilla, y el mensaje romano nos da que pensar.

14.- Volviendo al genoma

                          El genoma cultural está compuesto de las experiencias sedimentadas contenida en las instituciones, costumbres, estilos sentimentales, herramientas que recibimos. Pensemos en el lenguaje. Su historia es la creación de una serie de instrumentos para analizar la realidad, pensar y comunicarnos. Nos aprovechamos o, al contrario, estamos limitados por esa herencia. Hace años, después de haber estudiado lo que la psicología nos dice sobre los sentimientos, estudié lo que el castellano nos dice sobre ellos. Escribí un Diccionario de los sentimientos. Me sorprendió la capacidad de análisis que atesora. La psicología estudia cinco o seis emociones básicas. En el castellano encontré cerca de seiscientas modulaciones afectivas. Donde la psicología habla de tristeza, el diccionario habla de tristeza, nostalgia, melancolía, añoranza, pena, abatimiento, depresión, desolación, y algunas más. Si no tenemos esas herramientas de análisis, seremos incapaces de analizar la realidad, de la misma manera que sin reactivos no podemos realizar análisis químicos. Viviremos en un mundo simple, inarticulado e incomprensible.  La historia, tal como la entiendo, nos ofrece un conjunto de herramientas para comprender el presente.

Comencé hablando de genética, y ahora quiero retomar el tema. El final del siglo XX vio el triunfo de la genética. EL comienzo del XXI ha visto el triunfo de la epigenética. Todos hemos recibimos una herencia genética, pero no todos los genes se activan, se expresan. En la genética cultural sucede lo mismo. Deberíamos pensar qué genes culturales deberíamos activar y que genes deberíamos silenciar.  Así conseguiríamos que, de verdad, la historia pudiera ser magister vitae.

De Roma deberíamos activar su pasión por solucionar problemas públicos, y silenciar la insensibilidad con la que buscó a veces la eficacia. Deberíamos activar la noción de derecho como generadora de una nueva “raza humana”, y también la idea de que esos derechos son “ficciones salvadoras”, que solo se mantienen mientras los mantenemos. Deberíamos activar la noción individualizadora del ius civile, pero también la necesidad de prolongarlo en un ius gentium. Y poner todo esto bajo la protección de la diosa Felicidad.

 

 

 

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