Mañana 23 de febrero participo en “Las tres puertas”, un programa de “conversación serena” dirigido por María Casado en La1 de RTVE. En este momento se insiste en la necesidad de enriquecer el espacio público introduciendo los temas verdaderamente importantes en la “conversación política”.
Continuamente recibimos más información de la que podemos utilizar o incluso registrar. Por eso, una de las tareas más complicadas y necesarias de la inteligencia es “identificar la información relevante”. En términos castizos, separar el grano de la paja.
Los mecanismos emocionales tienen esa finalidad, pero con frecuencia nos engañan.
La democracia fácil es la que no desarrolla el pensamiento crítico y es por lo tanto una “democracia crédula”. Es también la que se basa solo en derechos y no en los correspondientes deberes, la democracia de la queja y la reclamación, pero no de la participación y es también la “democracia de las preferencias”. El problema está en que una democracia basada en las preferencias no puede proporcionar una idea coherente del bien común. Lo expliqué en el Panóptico 14, comentando el “teorema de la imposibilidad” de Kenneth Arrow. Daniel Innerarity, en “La democracia de los algoritmos” (EL PAÍS 7.8.2021) señala que en la “democracia algorítmica”, “nuestras preferencias son tomadas en consideración, pero se nos priva del momento de construcción deliberativa en el que esas preferencias no son meramente agregadas, sino que interaccionan con la otras. El problema de gobernanza algorítmica es que gracias a los algoritmos intervenimos en la expresión de preferencias e intereses, pero no en la construcción de una totalidad social deseable que nos habría permitido eventualmente modificarlos”. La democracia de los likes es demasiado elemental, emocional y manipulable. Fukuyama ha hablado de que la democracia puede fomentar una “felicidad blanda y fácil”, llevando incluso de dejar de valorar la libertad porque, como dice el título de una obra de Jean Paul Kauffman: La libertad es cansada (C’est fatigant la liberté).
Quisiera conseguir la cuadratura del círculo: explicarles de un modo sencillo un asunto muy complejo: la demolición filosófica, social y política de la noción de verdad. No de verdades concretas, sino de la posibilidad misma de alcanzar verdades o, al menos, verdades universales. El año 2016 se popularizó el término “posverdad”. ¿Qué significa vivir en un mundo que ha dejado atrás la verdad, en el que la verdad puede resultar un anacronismo?
Tal vez por las fechas, la nostalgia está en los papeles. Días después de haber escrito lo anterior, el 31 leo un artículo de Celia Maza en EL CONFIDENCIAL, titulado “El psicodrama del Brexit: cuando la nostalgia se convierte en arma política”, del que copio un párrafo: “Lo que me asusta de la nostalgia es que se ha convertido en un arma política. Los políticos han creado la nostalgia para una Inglaterra que nunca existió. Y a la que venden como algo a lo que podemos regresar”, explicaba el recién desaparecido John le Carré en una entrevista con la BBC el año pasado. El novelista británico, cuyo nombre real era David Cornwell, fue el espía que narró la Guerra Fría. Siempre fue sumamente crítico con el Brexit. ¿Es la nostalgia la que nos ha traído hasta aquí?
Propongo articular el nuevo humanismo en torno a la Historia, concebida como Ciencia de la evolución de las culturas, que, desde el punto de vista educativo se plasmaría en un programa integrado en el que colaborarían los profesores