En nuestro cerebro hay un centro de recompensas y un centro de castigos. En ellos nacen las experiencias de placer y dolor, de refuerzos positivos…
Los lectores de El deseo interminable asistirán al cambio en el modo de concebir la felicidad. Epicuro y los antiguos consideraban que la búsqueda de la felicidad era un objetivo personal, pero los pensadores modernos tienden a verla como un proyecto colectivo.
Desde el Panóptico, se contempla un mundo a dos velocidades: tecnológicamente muy avanzado, pero mentalmente anclado en programas ancestrales. La guerra de Ucrania es una prueba evidente.
La Historia de los paraísos terrenales y celestiales nos permiten conocer los sueños de la humanidad. Nos sirve de guía para descubrirlas. En el mundo cristiano -y también en el islámico- las primeras imágenes del Paraíso lo identifican con un jardín.
Tal vez sea la alegría la emoción más cercana a la felicidad. Hace ya muchos años, cuando era un fervoroso lector de Henri Bergson -un gran filósofo, premio Nobel de literatura-, me impresionó la distinción que hacía entre “placer” y “alegría”
Las estadísticas de las batallas, los enfrentamientos entre naciones, la interpretación económica de los cambios sociales, son visiones verdaderas, pero ¿nos permiten comprender lo que sucedió?
¿Nacemos con un repertorio de deseos comunes a toda la humanidad? ¿Cuáles son? ¿Han cambiado a lo largo de la historia? Es evidente que la consideración del deseo ha cambiado y también la del “sujeto deseante”.