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Talento social

Es lo que expresa la ilustración de Escher: dibujamos la mano que nos dibuja.

 

Estos HOLOGRAMAS son un ensayo de PERIODISMO EXPANSIVO. Conocer lo que ocurre es fácil, comprenderlo es complejo. Cada lector debe poder elegir el nivel de comprensión en que quiere moverse. Propongo tres niveles: uno, reducido, en formato papel. Otro más amplio, en formato digital, que, a su vez, remite a una RED DE COMPRENSIÓN sistemática, necesaria por la inevitable conexión de los asuntos. Tal vez sea un proyecto megalómano, pero creo que vale la pena intentarlo. El artículo inicial de este holograma se publicó en EL MUNDO el día 3 de mayo de 2020.


Talento social.- ¿Vamos a aprender algo de esta crisis? La pregunta se repite, tal vez con la esperanza de que la respuesta sea positiva y podamos sacar algún provecho de la situación que padecemos. La sustituiría por otra: ¿Qué deberíamos aprender? En Las culturas fracasadas estudié el talento y la estupidez de las naciones. Sólo tienen éxito las sociedades  que aprenden a aumentar su talento. Es decir, su capacidad para elegir bien las metas y construir las creencias, los hábitos afectivos, las costumbres y las instituciones que permitan alcanzarlas. Hay tres ideas de sociedad y de inteligencia social. Individualista. Thatcher: “No existe lo que llamamos sociedad: solo existen los individuos”. Totalitaria. Mussolini: ”El Estado lo es todo. El individuo no es nada”. Sistémica. La sociedad es una estructura con propiedades sistémicas, pero cuyos únicos componentes reales son los individuos. Permite responder a la pregunta ¿es verdad que cada sociedad tiene los políticos que merece?


HOLOGRAMA 50


Sin duda, tras esta crisis tendremos que aprender a mejorar nuestro sistema sanitario y asistencial, nuestro sistema educativo, judicial y económico. Y tendremos que hacerlo mientras siguen funcionando. Es como arreglar un avión en vuelo. ¿Quién tiene que hacerlo? Los gobernantes, los expertos, y el resto de la sociedad. Cada cual tendrá que aprender en su propia profesión, situación, o cargo, es decir, tendrá que desarrollar su inteligencia individual. Pero las sociedades tienen su propia inteligencia. El mundo de la empresa conoce muy bien la diferencia entre inteligencia individual y colectiva. Un montón de gente muy inteligente no constituye automáticamente una “empresa inteligente”. Una cosa es el desarrollo de su capital humano –individual- y otra el desarrollo del capital intelectual de la empresa, de su capacidad para elegir las metas, buscar la información, detectar los problemas, gestionar la emociones, tomar decisiones y tener las habilidades ejecutivas  para ponerlas en práctica. La inteligencia individual es la encargada de dirigir las decisiones privadas. La inteligencia colectiva, las decisiones de la comunidad.

Ni el modelo individualista ni el modelo estatalista comprenden el funcionamiento de la sociedad. Los individuos producen los fenómenos sociales, pero esos mismos fenómenos sociales influyen en los individuos. Es lo que expresa la ilustración de Escher: dibujamos la mano que nos dibuja. La lógica lineal, con una separación clara entre causas y efectos, no funciona en ellos. Piensen en la moda. Algo se pone de moda porque mucha gente lo compra. Pero mucha gente lo compra porque está de moda. ¿Dónde empieza el círculo? Para comprender estos bucles necesitamos un pensamiento sistémico, capaz de ver las interacciones de doble sentido entre los individuos y la colectividad, y los fenómenos emergentes que resultan de ellas. Pensemos en la eficiencia de un buen equipo. Es algo mayor o menor que la suma de las competencias individuales.

Pero no debemos equivocarnos. Vivimos una glorificación de la “inteligencia colectiva” o de la “inteligencia en red” como si la opinión de más gente fuera automáticamente la mejor. Hemos olvidado que hace medio siglo Irving Janis acuñó la noción de “pensamiento de grupo” para explicar que un conjunto de personas muy inteligentes puede tomar decisiones irracionales o estúpidas. Estudió, entre otros casos, la decisión de desembarcar en Bahía de Cochinos, para intentar derrocar a Fidel Castro. El gobierno de Kennedy estaba formado por personas brillantísimas, pero decidió torpemente. La inteligencia colectiva de un equipo se manifiesta porque

(1) aumenta las capacidades de cada uno de sus miembros, es decir, hace que se le ocurran cosas mejores.

(2) Ayuda a conseguir los objetivos personales, al mismo tiempo que alcanza los colectivos (coordinación de fines, estrategias win-win) y,

(3) mejora la calidad de los resultados.

Este mismo esquema podemos aplicarlo a una sociedad entera. Es inteligente

  1. si aumenta la capacidad y las posibilidades de acción de cada ciudadano,
  2. si facilita que los ciudadanos resulten beneficiados por su cooperación en fines colectivos y,
  3. si mejora el “capital social” de esa comunidad, cuyo último resultado será lo que los ilustrados llamaban la “pública felicidad”.

El “capital social” es el conjunto de recursos que tiene una nación, su gran riqueza. Es el sistema de normas que rigen la convivencia, el modo de resolver los conflictos, la participación ciudadana para enfrentarse a los problemas, el clima emocional, la confianza en las instituciones públicas y en el comportamiento privado. Es, pues, un conjunto de creencias, hábitos afectivos, costumbres e instituciones. Ojalá mejorára con ocasión de la pandemia. Son la gran herramienta para construir la “felicidad pública”, la felicidad objetiva. El gran jurista Hans Kelsen decía que la “felicidad objetiva” es la justicia y, en efecto, a todos nos gustaría vivir en un país justo. Con una finalidad didáctica, algunos autores llaman a ese lugar ideal Dinamarca, un lugar conocido por gozar de buenas instituciones políticas y económicas; es estable, democrático, pacífico, próspero e integrador, y tiene unos niveles extraordinariamente bajos de corrupción política. Lant Pritchett y Michael Woolcock, especialistas en Ciencias Sociales del Banco Mundial, acuñaron la expresión “¿Cómo llegar a Dinamarca?” para plantear el problema de cómo mejorar  a los países. Era un programa para desarrollar el “capital social”.

El “capital social” es el conjunto de recursos que tiene una nación, su gran riqueza. Es el sistema de normas que rigen la convivencia, el modo de resolver los conflictos, la participación ciudadana para enfrentarse a los problemas, el clima emocional, la confianza en las instituciones públicas y en el comportamiento privado.

Ya he advertido que tenemos que aprender a resolver los problemas económicos, sociales, sanitarios, educativos planteados, pero mi tesis es que si no queremos quedarnos en parcheos efímeros, debemos tener presente la necesidad de aumentar nuestro “capital social”. Sin conseguirlo no podremos resolver problemas endémicos de nuestra sociedad. ¿Por qué no funcionan los programas contra la violencia de género? ¿Por qué no conseguimos limitar el consumo de drogas?¿Por qué estamos presenciando el auge de las democracias iliberales? ¿Por qué es tan difícil mejorar el sistema educativo?¿Por qué las discusiones parlamentarias son tan broncas y tan pobres?¿Por qué no hemos resuelto aún las tensiones nacionalistas?¿Por qué la desigualdad crece? ¿Por qué seguimos siendo tolerantes con la corrupción? ¿Por qué somos incapaces de elaborar Pactos de Estado cuando la situación lo requiere? Mi respuesta es: porque hay una quiebra de “capital social”. No es una ocurrencia mía. Investigaciones solventes nos dicen que un alto “capital social”  favorece la buena marcha de las instituciones democráticas (Putnam), crea prosperidad económica (Fukuyama), fomenta el éxito educativo (Coleman, Favre, Jaeggi), mejora la salud pública (Carrillo, Riera) y aumenta el bienestar social (OCDE).

La comprensión de los fenómenos sistémicos permite dar respuesta a la pregunta de si es verdad que cada nación tiene los políticos que merece. No lo puede hacer un pensamiento anclado en lo individual ni un pensamiento anclado en lo colectivo. Lo interesante está en el “bucle prodigioso”, mediante el cual la acción individual, que surge de una situación social, la cambia y ese cambio revierte sobre la inteligencia individual y la cambia. Pondré un ejemplo que me parece convincente. Los historiadores que estudian la Alemania nazi se dividen en dos grupos enfrentados. Los llamados “intencionalistas” consideran que el Holocausto fue el resultado de un plan ordenado por las autoridades nazis  y en último término por Hitler. A esto se opone la corriente “funcionalista” que piensa que culpar a una sola persona de todo lo sucedido es demasiado simple porque supone ignorar las fuerzas sociales que hicieron posible la aparición de Hitler y lo apoyaron. Sin el ancestral respeto alemán a la autoridad, hubiera sido imposible que una figura como Hitler emergiera. Hans Mommsen, nieto del gran historiador del siglo XIX, ha acuñado la expresión “radicalización acumulativa”. Nadie quiso explícitamente el horror, pero la sociedad entera resbaló por un tobogán sangriento. Cada nivel de crueldad insensibilizaba para el siguiente. Las dos posturas tienen una parte de verdad. Es muy probable que si alguno de los atentados contra Hitler hubieran tenido éxito la historia habría transcurrido por caminos diferentes. Pero también es cierto que Hitler emergió de la sociedad alemana, no fue un aerolito. Su papel fue decisivo porque unificó deseos dispersos y vagos en un proyecto concreto y se aprovechó de la energía procedente de esa unanimidad de corazones fervorosos o resentidos. Como dice Villacañas, hablando del populismo, “la función del líder es transformar representaciones conceptuales en representaciones afectivas”, capaces de movilizar.(Populismos, p. 76). Pero Hitler también aplicó una violencia sin freno.

El pensamiento sistémico nos permite a cada uno de nosotros –que está en una situación concreta, con problemas y proyecto personales- pensar también en el sistema de interacciones en que estamos incluidos, en el momento de evaluar o de tomar decisiones políticas. No se trata de prescindir del interés privado, como reclamaban los comunistas utópicos, ni de pensar que dedicarse a buscar el interés personal arreglará los problemas sociales, como reclaman los liberales, utópicos también. Se trata del talento para coordinar ambos objetivos, en la estrategia de políticas de suma positiva de la que ya les he hablado. Hay juegos de “suma cero”, en el que uno gana y otro pierde. Por ejemplo, el tenis o el póker. Hay, en cambio, otros juegos de “suma positiva”, en los que todos ganan. Por ejemplo, el comercio o la democracia. Y otros, en cambio, en los que todos pierden. Un ejemplo, los enfrentamientos destructivos, la culminación de la estupidez. Por ejemplo, las dos guerras mundiales. A lo largo de la historia, los juegos de suma cero han sido muy frecuentes. Ha habido clases dominantes y clases dominadas, vencedores y vencidos, ganadores y perdedores. Sin embargo, hay un modo más optimista de mirar la historia. Robert Wright ha defendido en su libro NonZero, que la evolución de las culturas es una búsqueda contínua de soluciones de suma positiva a los inevitables problemas que surgen de la convivencia. La humanidad progresa cuando lo consigue. Uno de los obstáculos para conseguirlo es que las fuerzas políticas tienden a interpretar las situaciones en términos de suma cero. Quieren ganar. (Pueden ver información en el artículo de Shai Davidal y Martino Ongis “The politics of zero-sum thinking: The relatioship between political ideology and the belief that life is a zero-sum game”). Steven Brams, politólogo de la Universidad de Nueva York, autor de The win-win solution, y Game Theory and Humanities, ha analizado la política de Donald Trump como basada en una concepción de suma cero. Hay un ganador y un perdedor.( Chauncey Devega, ”Donald Trump and game theory” ). Eso supone una idea de la realidad económica y social estática e inelástica, en la que hay una tarta y quien se come una parte mayor perjudica a los demás.

El talento político consiste en encontrar soluciones win-win, de suma positiva, en la que todos los participantes logren satisfacer parte de sus aspiraciones legítimas. Buscarlas sistemáticamente sería el núcleo de un programa político creativo, consciente de que hay recursos expansivos. La dialéctica política ha sido con demasiada frecuencia de suma cero. Unos ganan y otros pierden. Basta escuchar el lenguaje bélico de los políticos. Todo partido político tiene un inconsciente que desea ser partido único y que piensa que gobernaría mejor sin oposición. La política de suma no cero no quiere decir que todo el mundo merezca ganar algo, sólo los que sigan las reglas del juego, que son los derechos fundamentales, la máxima “tecnología” de suma positiva que hemos inventado. El sistema de los derechos tiene que asegurar que quienes lo respetan están jugando un juego de suma positiva, en el que, a la larga, todos ganarán.

Políticos, expertos, sociedad civil, la ciudadanía entera debemos acostumbrarnos a pensar en esta óptica del win-win. Para ello, debemos ser conscientes de que en el fondo de todos late una pulsión competitiva que desea ganar en un juego de suma cero, llevarnos todo, machacar al contrario. Dejarse llevar por este impulso es deslizarse por un tobogán peligroso y estéril.

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Únete 10 Comments

  • Juan Ignacio Pérez Pastor dice:

    Magnífico artículo. Pero ¿cómo poner en marcha el bucle prodigioso? ¿cuales son los catalizadores, elementos, levadura que haga crecer el proceso? Parece que los políticos están enfrascados en descalificar al contrario y nos transmiten al resto ese mal ambiente. ¿Cómo romper ese ciclo pernicioso? La situación que vivimos con el COVID-19 parece que ayuda en la reflexión de que «Merecemos otros políticos», porque si, hay otra manera de hacer las cosas.

    • jose antonio marina dice:

      Las situaciones en bucle parecen difíciles de cambiar. Un ejemplo, el sistema educativo influye en la sociedad, pero la sociedad influye en el sistema educativo. ¿Donde empiezan los campos sociales? ¿Se inician de arriba abajo o de abajo arriba? Aumentar el capital social es tarea compleja, pero programable. Los principales factores del “capital social” son mensurables y, por lo tanto, se pueden fijara como objetivo social. Una parte tendrían que hacerlo los agentes sociales -el sistema educativo, los empresarios, el mundo de la cultura y de los medios de comunicación, las iglesias, etc. Otra parte deben fomentarla la sociedad política. Papel especialmente importante pueden tener los municipios. En Estados Unidos hay una movimiento llamado “asset building communities” que incluyen dentro de los objetivos municipales el aumento del capital social.

  • JAVIER ESTEVEZ dice:

    Desde hace años las metas no están bien elegidas. La meta de un político no puede ser su propia reelección, desde esta perspectiva el proceso ya esta equivocado, a partir de este momento las acciones pueden estar bien dirigidas pero no para el fin correcto. El confinamiento se respeta porque todos ganamos, pero en la medida que no es esa la percepción la motivación desaparece. Y la base los políticos esta en el sistema que los activa, la democracia y desde que esta no controla las emociones y se convierte en Sentimental, el resultado es la entrega errónea de confianza a quien al final no tiene los mismos objetivos que sus representados. Se podría hablar de Democracia Fracasada? Fracasada en las motivaciones de los que la ejercen con su voto y en los objetivos de quien recibe el voto. En mi opinión no somos tan responsables de los políticos, somos responsables del uso que llevamos haciendo de nuestra democracia, el resto puede ser una consecuencia.

    Gran holograma para definir el Bucle «PRODIGIOSO» Y GRAN ARTICULO PARA REFLEXIONAR.

    • jose antonio marina dice:

      Plantea un tema muy interesante. Cuando me dedicaba mas a estudiar la Inteligencia Artificial critiqué la definición que daba uno de su padres, Allen Newell en una de sus ultimas obras Unified Theories of Cognition. Consideraba que la función de la inteligencia es descubrir los medios para conseguir un fin. Eso, a mi juicio, deja fuera de la inteligencia lo que me parece su más decisiva y difícil tarea: elegir los fines. Soy consciente de la dificultad que tiene justificar la elección de fines. Poner como fin de la política el «bien común» es una vaguedad que, con toda razón, critican los ultraliberales. Pero pensar como ellos que la búsqueda de los fines individuales dará como agregado el bien común, es una propuesta que ya desmonto Ken Arrow, premio Nobel de Economía. ¿Hay forma de resolver el problema? Para hacerlo, creo que hay que aprender de la experiencia de la humanidad, que es el gran banco de pruebas que tenemos. Es lo que intenté en Biografia de la humanidad y, desde otro punto de vista en Historia visual de la inteligencia.

  • Rodrigo Santos Díaz dice:

    Desde que deje la universidad allá por el 2008 le había abandonado.
    Creo que volveré a engancharme.
    Gracias por seguir abriendo puertas.

  • Pablo García dice:

    Una vez, muchas gracias por reconciliarnos con la inteligencia y la bondad, que debieran ir siempre juntas.
    En cualquier decisión, política, empresarial, personal, un aspecto que siempre nos ayudaría seria evitar la suma cero.
    Buscar generar ese valor añadido o, mejor dicho, ese beneficio humano o productividad en valores que nuestros actos debieran aportar.
    Toda una filosofía de vida individual y colectiva, sin duda.

    Muchas gracias, una vez más.

    • jose antonio marina dice:

      Creo como usted que buscar las soluciones de suma positiva mejoraria nuestra convivencia. Cuando hablamos de justicia estamos hablando en realidad de eso. Un árbitro justo puede fastidiar al equipo que pierde, pero aún así este tendrá que reconocer que es mejor que la LIga la arbitres árbitros justos que árbitros arbitrarios.

  • jose antonio marina dice:

    Las situaciones en bucle parecen difíciles de cambiar. Un ejemplo, el sistema educativo influye en la sociedad, pero la sociedad influye en el sistema educativo. ¿Donde empiezan los campos sociales? ¿Se inician de arriba abajo o de abajo arriba? Aumentar el capital social es tarea compleja, pero programable. Los principales factores del «capital social» son mensurables y, por lo tanto, se pueden fijara como objetivo social. Una parte tendrían que hacerlo los agentes sociales -el sistema educativo, los empresarios, el mundo de la cultura y de los medios de comunicación, las iglesias, etc. Otra parte deben fomentarla la sociedad política. Papel especialmente importante pueden tener los municipios. En Estados Unidos hay una movimiento llamado «asset building communities» que incluyen dentro de los objetivos municipales el aumento del capital social.

  • Franz dice:

    ES primera vez que leo un artículo del señor Marina y me pareció interesante y por ello me suscribo.

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