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Defensa del nominalismo político

Estos HOLOGRAMAS son un ensayo de PERIODISMO EXPANSIVO. Conocer lo que ocurre es fácil, comprenderlo es complejo. Cada lector debe poder elegir el nivel de comprensión en que quiere moverse. Propongo tres niveles: uno, reducido, en formato papel. Otro más amplio, en formato digital, que, a su vez, remite a una RED DE COMPRENSIÓN sistemática, necesaria por la inevitable conexión de los asuntos. Tal vez sea un proyecto megalómano, pero creo que vale la pena intentarlo. El artículo inicial de este holograma se publicó en EL MUNDO el día 12 de julio de 2020.


Defensa del nominalismo político.- El debate filosófico medieval entre “realismo y “nominalismo” es muy actual. Los realistas decían que los conceptos abstractos – “ser humano”, por ejemplo, – existen tan realmente como una persona concreta. Los nominalistas defendían que solo existen “individuos”. Esta oposición está en el núcleo del debate nacionalista que posiblemente volverá pronto a la agenda política. Para los “realistas”, “Nación”, “Pueblo”, “Casta”, “Clase” son entes reales. Para los nominalistas, solo existen realmente ciudadanos. Lo demás son abstracciones inventadas para pensar la realidad. Dos versiones constitucionales: “La soberanía reside en la Nación” (realista). La soberanía reside en los españoles (nominalista). Como los derechos humanos son individuales, el nominalismo político protege los derechos de los nacionalistas y de los no nacionalistas. El “Pueblo” o la “Nación” no tienen voz, ni pueden afligirse, y solo tienen derechos derivados, que son “ficciones jurídicas”.


HOLOGRAMA 61


Defensa del nominalismo político –Nadie duda de que tenemos planteados problemas políticos muy graves, incluida una posible reforma constitucional. Nadie duda tampoco de que la mayor parte de las decisiones políticas -entre ellas la orientación del voto- se toman por razones emocionales más que racionales, lo que dificulta mucho cualquier debate. En estos Hologramas he comentado varias veces que por debajo de ideas que parecen claras, actúan sistemas conceptuales o sociales desconocidos pero activos, que influyen en nosotros sin que lo sepamos. Ocurre con ellos como con los ingredientes de un fármaco. Tragamos voluntariamente la pastilla, sin conocer los principios activos que contienen. Por eso me parece importante investigar esos sistemas, descubrir sus ingredientes, sus enlaces, sus implicaciones, que suelen ser sedimentaciones de largos periodos de elaboración no sistemática. Uno de ellos, es el “sistema oculto del concepto Nación”. Para aclararlo me remonto a la polémica medieval sobre los conceptos abstractos no por una erudición pedante, sino porque el problema actual viene de tan lejos. Los “realistas lógicos” decían que esos conceptos existen realmente. Los “nominalistas”, que solo existen los individuos concretos, y que los conceptos abstractos son solamente palabras que designan una colectividad. La filosofía inglesa siempre tendió a ser “nominalista”, y de hecho era inglés su máximo representante Guillermo de Ockham. Cuando Margaret Thatcher dijo “La sociedad no existe. Solo existen los individuos”, estaba siguiendo la más rancia tradición nominalista inglesa. La ciencia también es nominalista. No estudia abstracciones, sino seres concretos. El asunto tiene relevancia actual. Por ejemplo, el “nominalismo” dio fundamento a la teoría actual de los “derechos subjetivos”, y de los “derechos humanos”, que son también “nominalistas”.

Hay un caso peculiar de “nominalismo político usado tácticamente como realismo”, que es el defendido por Enrique Laclau y por la ideología originaria de Podemos. Me refiero a la noción de “categoría vacía” (los nominalistas medievales la llamaban “flatus vocis”) que sin embargo se utiliza como realidad a pesar de reconocer su vaciedad. Por ejemplo, el concepto “líder” es una “categoría vacía que representa “el símbolo de la satisfacción de sus deseos (del pueblo) hechos demandas y convertidos en reivindicaciones” (Laclau, El pueblo, lo popular y el populismo, 2010, págs. 142-143). Pero, al final, esa “categoría vacía” (nominal) acaba encarnándose en una persona, que se convierte en un “universal concreto” (realismo).

La historia muestra que cuando se concede existencia real a una abstracción, las personas concretas están en peligro. Estudiando la Revolución Francesa, Osborne escribe:”Durante el Terror, la preocupación abstracta por la Humanidad ignoró cualquier preocupación por los seres humanos”. Lo mismo sucede con otros movimientos revolucionarios. Las matanzas de La Vendée fueron justificadas “Par príncipe d’humanité”. Como señala Ladan Boroumand, “la nación se puso contra la gente”. Resulta llamativo que, en 1729, el ilustrado padre Feijoo arremetiese contra el “amor a la patria”, que en su opinión constituía un “afecto delincuente” dirigido a una deidad imaginaria” y movilizado por “conveniencias imaginadas” que acaban produciendo una mezcla explosiva; la “pasión nacional”.

Los totalitarismos llevaron al máximo esta utilización de la abstracción contra el individuo. Para los nazis Du bist nichts, dein Volk is aller: tú no eres nada, tu Pueblo lo es todo (escribo “Pueblo” con mayúscula cuando es una abstracción unificadora, dotada de características personales, y “pueblo” con minúscula para designar la agregación de personas concretas). Mussolini había dicho lo mismo, pero del Estado: “El Estado lo es todo; el individuo, nada”.

¿Cómo se había llegado a esto? La Revolución francesa había intentado entronizar al ciudadano como fundamento del poder. ¿Cómo se había perdido ese impulso? La historia nos permite asistir a la construcción no consciente de un “sistema oculto”. El problema planteado a los revolucionarios era el mismo problema que dio origen a la disputa entre “realistas” y “nominalistas” y el mismo que siglos después motivó la Critique de la raison dialectique de Sartre: la relación que hay entre los individuos y los conceptos universales, la relación entre las personas y la sociedad, la relación entre el ciudadano y la Nación. En este caso ¿qué tipo de realidad es la Nación? ¿Es la congregación de los individuos o tiene una categoría superior? ¿Los “derechos de la Nación” derivan de los “derechos de los ciudadanos”, o los “derechos de los ciudadanos” derivan de los “derechos de la Nación”? Es evidente que este es el núcleo de los debates nacionalistas, cuando abandonan el terreno emocional, y descienden a un planteamiento racional y jurídico.

Rousseau ofreció a los revolucionarios franceses una solución: la Nación es una unidad, y como tal debe tener una única voluntad que le permita ejercer el poder absoluto en que consiste su soberanía. La Nación adquiere las características de un ser personal: tiene sus fines propios, su voluntad propia, sus sentimientos propios (“Oigo Patria tu aflicción”, decía un poema que aprendíamos en la escuela). Ya Hobbes había dicho que el Estado era un “hombre ficticio”, pero los “realistas” les hicieron caso a medias y borraron lo de “ficticio”. Los filósofos alemanes que influyeron en las ideologías nacionalistas y ultranacionalistas, afirmaron que “cada Pueblo constituye un individuo autónomo, es su propio absoluto” (Schlegel). “El Volkgeist, el Espíritu del Pueblo, es una entidad metafísica creadora del lenguaje, la religión, el arte, las costumbres” (Herder). “Es la metafísica la que hace que una masa de seres humanos llegue a ser un solo corazón y una sola alma, o sea, un Pueblo” (Schelling). “El Estado es el espíritu del Pueblo” (Fichte).” El Estado es un vasto individuo que comprende en si a todos los pequeños individuos y la sociedad humana es una única persona (…) una comunión de la vida total interior y exterior de una nación en un único todo, grande, enérgico, infinitamente móvil y viviente” (Müller). Para los nazis estaba claro: “La autoridad del Pueblo está por encima del Estado y el que no admite este hecho es enemigo del Pueblo” (Rosenberg). (El baile entre los conceptos de Nación, Estado, Pueblo no es casual, pero no puedo detenerme en él)

¿Esto lo piensan todos los nacionalistas? No. Pero movidos por emociones que pueden ser muy nobles, están aceptando todo este sistema oculto, cuya genealogía continúo explicando. La solución de Rousseau a la pregunta ¿dónde está la “voluntad de la Nación”? fue más matizada en apariencia. La identificó con la “voluntad general”, que se puede conocer mediante votaciones democráticas. La solución era elegante, pero trilera, porque solo funcionaba cuando las votaciones eran unánimes. Admitir que la Voz única de la Nación era solo la de una mayoría de votantes, rompía la estabilidad del modelo, fragmentaba la soberanía. ¿Qué se hacía con las minorías, con los disidentes? Eran un estorbo, porque impedían la perfección democrática, que ha de ser unánime. La solución fue lógica y trágica: no pertenecían a la Nación, un movimiento parecido al de los ultranacionalistas. Si la “voluntad general” es la voz de lo justo y verdadero, solo pertenecen a esa voluntad los que estén en lo justo y verdadero. Cuando llegó al poder, Robespierre pensó que había que buscar la unanimidad aniquilando a los disidentes. Lo mismo hicieron Hitler, Stalin, Mao y tutti quanti.

In extremis, Rousseau propuso una chapuza. Una cosa es la “voluntad general”, que es la “voluntad de la Nación”, y otra cosa es la “voluntad de todos”, que es el agregado de voluntades individuales, una algarabía. Durante una comida, dos miembros de Herri Batasuna defendieron que la solución al problema vasco era un referéndum sobre la independencia. Al preguntarles quién debería votar, dijeron: los verdaderos vascos. Y al repreguntarles quienes eran los verdaderos vascos, me dijeron que los que querían la independencia. En el sistema oculto que estoy analizando, la voluntad de la Nación (española, catalana, vasca, francesa, etc.) es la de aquellos que hablan en nombre de la Nación, no de la del “vulgo errante, municipal y espeso”, que dijo Rubén Darío. Hegel, cuya influencia en el marxismo es bien conocida, era tajante. No confiaba en el pueblo, en la gente, de la que despreciaba la “acción elemental, irracional, desenfrenada, terrible”. El marxismo lo aceptó distinguiendo entre la “clase en sí”, el conjunto de los proletarios estupidizados por la alienación, y la “clase para sí”, la verdaderamente consciente de la situación, que era el Partido. La situación es la misma: el pueblo llano no sabe lo que quiere. El Jefe -o el partido- es el que sabe descifrar los anhelos ocultos de los ciudadanos, sus necesidades. Su tarea es convencer a la gente.  Massimo Taparelli, que colaboró activamente en la unificación de Italia, lo expresó con una frase que se ha hecho famosa. En la primera sesión del Parlamento, el 18 de febrero de 1861, dijo: «Hemos hecho Italia, ahora hemos de hacer a los italianos»,

La solución de Rousseau también lleva al totalitarismo o, al menos, a un paternalismo político.

Seguiré con la genealogía del “sistema oculto de la Nación”, que la noción de “soberanía” complicó más. Como la palabra indica, era el “poder del Soberano”, que era quien unificaba el reino, antecedente del concepto político de Nación. Eliminado el rey, ¿quién debía heredar la soberanía? La primera respuesta fue “el pueblo, los ciudadanos”. Pero con ella sucedía como con la “voluntad general”. Algo tan sublime como la “soberanía” no se podía entregar al populacho. Los primeros demócratas desconfiaban mucho de la gente, por eso tardó tanto en imponerse el sufragio universal. Además, no podía estar fragmentada. El dogma de que la soberanía no se puede compartir, es algo que ha enturbiado el debate público. Sieyés, en la Asamblea Nacional, encontró otra solución también engañosa. La “soberanía” sólo podía ostentarla algo o alguien que estuviera por encima de los ciudadanos: la Nación. El 17 de junio de 1789, Sieyés consigue que los diputados no se llamen “representantes del pueblo francés”, sino “representantes de la Nación francesa”. Esto proporciona dos versiones de la soberanía: “soberanía Nacional” o “soberanía popular”. En Francia, la abstracción ha vencido. El “realismo político” venció al “nominalismo político”. Sieyés remacha el clavo concediendo a la Nación una sacralidad secularizada. La Nación no dependía de los ciudadanos: era anterior a ella. Ya estaban configuradas en el “estado natural” de la Humanidad, antes de que se estableciera el lazo social. Había por ello un “derecho natural de las naciones”, previo a los derechos de los ciudadanos. ¡Atención! En el “realismo político” la Nación no tiene derechos derivados de la voluntad ciudadana, ¡es fuente de los derechos ciudadanos! Como ha señalado Georges Gusdorf, esa elección terminológica, determinó el futuro político. Sieyés, que era muy inteligente, sacó las consecuencias y acabó rechazando la “soberanía popular”. La Constitución francesa de 1791 lo expuso con claridad: – «La soberanía es una, indivisible (…) Pertenece a la nación; ninguna sección del pueblo ni individuo alguno puede atribuirse su ejercicio». Así, la soberanía es llamada nacional, en el sentido de que reside indivisiblemente en la nación entera, y no ya dividida en la persona, ni mucho menos en ningún grupo de nacionales. El problema, evidentemente, seguía sin resolverse.

La Constitución Española oscila entre una formulación “realista” o “nominalista”. En el Preámbulo, se dice: “La Nación española, en uso de su soberanía…”. En cambio, en el art. 1,2. Se dice “la soberanía nacional reside en el pueblo español”. Durante el proceso constituyente, distintos representantes políticos consideraron el artículo 1.2 de la Constitución contradictorio en tanto que consideraban que se refería simultáneamente a los conceptos político-jurídicos de “soberanía nacional” y “soberanía popular”, que ya he mencionado.

Esos derechos individuales, legitiman el deseo de los nacionalistas de ser independientes, el de los no nacionalistas de no querer serlo, y también el del resto de los españoles -en virtud de sus “derechos históricos”, que también los tienen- de ser parte implicada en el tema.

La importancia del tema para el debate nacionalista radica en que dentro de la teoría “nominalista” de los derechos, estos pertenecen en primera instancia a los ciudadanos y sólo derivadamente a entidades abstractas superiores, como el Estado o la Nación. Esto es importante porque limita la potestad del Estado sobre los individuos. De esta manera protege sus derechos, incluido el de determinar el tipo de “agrupación política” mediante la que quieren organizar su convivencia. Los derechos individuales no llevan al aislamiento, sino que fundan de otra manera los sistemas de convivencia. Esos derechos individuales, como he explicado en otros hologramas, legitiman el deseo de los nacionalistas de ser independientes, el de los no nacionalistas de no querer serlo, y también el del resto de los españoles -en virtud de sus “derechos históricos”, que también los tienen- de ser parte implicada en el tema.

El debate sobre el nacionalismo es excluyente y visceral. Es el bien o el mal absolutos, La verdad es más matizada. Tanto el nacionalismo como el patriotismo al igual que las religiones, o los imperios) han cometido excesos, pero también han tenido efectos positivos que sería necio desdeñar. También el individualismo ha provocado situaciones injustas. Una vez más, he de remitirme al método de la ponderación, capaz de reconocer que nuestros intereses son conflictivos y que no existe la solución perfecta que satisfaga a todos.

Vuelvo a decir que solo pretendo dar herramientas para el debate, no prejuzgar la solución, y, sobre todo poner de manifiesto el “sistema oculto” de todos los nacionalismos, para evitar que ideas muy lejanas en el tiempo se cuelen de rondón en nuestras emociones y en nuestras decisiones.


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Únete 8 Comments

  • Javier Rambaud dice:

    Muchas gracias. ¡Un holograma muy interesante!
    Hay una contribución reciente y muy sustanciosa sobre el tema de la soberanía: Manuel Arias Maldonado, Nostalgia del soberano (Los Libros de la catarata). Y una sugestiva reseña de este en Revista de Libros: https://www.revistadelibros.com/blogs/blog-rdl/todos-a-una, donde dice: “La falsa creencia en la omnipotencia política conduce necesariamente a considerar que el gobierno que no satisface los deseos del pueblo es incompetente o malvado. Por lo tanto, el objetivo, nos dice el autor, es prevenir una emoción política ignorada, que mal gestionada puede alcanzar niveles casi estructurales: la frustración.”

  • Antonio dice:

    Se puede relacionar la dicotomia nominalismo-realismo con los conceptos solipsismo y performativo?

  • jose antonio marina dice:

    No. Solipsismo es una teoría metafísica que afirma que el sujeto es una mónada cerrada sobre si misma (Leibniz) y que solo puede conocer la realidad a partir de esa única experiencia verdadera. «Performativo» es un concepto lingüistico. Designa aquellas frases que no se limitan a expresar algo, sino que realizan lo expresado. Por ejemplo, una promesa o un contrato.

  • Paloma835 dice:

    Puede parecer contradictorio que el contemporáneo nacionalismo tiene su origen en el liberalismo.

    El liberalismo empodera al individuo, el individualismo, y le otorga soberanía propia como ciudadano libre con derechos, por el sólo hecho de serlo, en oposición al rey, el soberano absoluto de derechos. Derecho a la propiedad privada de los ciudadanos, frente al derecho “natural” del clero, la nobleza y el rey, entre los que se encuentran el pueblo llano, sus súbditos, como parte inalienable de su propiedad. Mientras el liberalismo se refiere a derechos individuales, del ciudadano, no parece existir contradicción, porque la soberanía reside en el conjunto de los ciudadanos, el pueblo. La soberanía del pueblo.

    La nobleza, el clero y, sobre todo, el rey, ostentan como derecho natural, por encima de todo, su propiedad territorial que es la que da sentido a su razón de ser, de la que sus súbditos, el pueblo llano, forma parte del patrimonio territorial.

    El liberalismo se origina en las ciudades, son los ciudadanos los que se empoderan, y cuando estos ejercen la responsabilidad de gobernar, se enfrentan ante la necesidad de resolver qué hacer con los territorios, que en su mayor parte es mundo rural y, por tanto, opuesto al mundo de la ciudad. El nacionalismo es al territorio lo que el liberalismo es al ciudadano, y no puede dejar de ser una absoluta contradicción, puesto que cualquier referencia al territorio, más allá de la propiedad privada, tiene un tufo esencialista, plenamente contradictorio con lo liberal. No es casualidad que el rey de Alemania apoyara a Hitler y el rey de España a Franco, regímenes radicalmente opuesto al liberalismo.

  • jose antonio marina dice:

    No acierto a ver como deriva el nacionalismo del liberalismo. Este término es my ambiguo, pero lo entenderé como defensa de los derechos de los ciudadanos frente al absolutismo. Uno de los derechos fundamentales es el propiedad (Locke).La revolución francesa consagra el reconocimiento de los derechos individuales, pero al mismo tiempo tiene que organizar a la sociedad, para lo que recupera la noción de soberanía atribuida a los reyes. Como estudia Ladan Boroumand en un libro que le recomiendo -«La guerre des principes. Les assemblées revolutionnaires face aux froits de l’homme et á la souveranité de la nation- la Revolución francesa sufre una esquizofrenia inicial que ha marcado la política posterior. Reconoce a la vez los derechos de los individuos y el derecho supremo de la nación. Es decir, un doble «derecho natural»: el de los individuos y el de las naciones. En este momento, esa esquizofrenia se manifiesta en que las naciones son las administradores de los derechos humanos, que pueden restringir a sus nacionales. Las discusiones sobre el «derecho de injerencia» cuando en una nación se están violando los derechos humanos, son otra manifestación del problema. El derecho de propiedad , como usted ha señalado, es un tema en el que se manifiestan esas contradicciones. Desde el punto de vista liberal es un derecho absoluto, desde el punto de vista nacional-estatalista, solo pertenece al estado.Y por ahora hemos llegado a una solución intermedia que es la propiedad privada + la función social de la propiedad.

    • Paloma835 dice:

      Liberalismo y nacionalismo son coetáneos. El liberalismo se origina en las ciudades, tiene soluciones para los ciudadanos, industria, comercio, propiedad privada, derechos ciudadanos, libertad individual y de pensamiento, etc. Londres, la liga hanseática, son algunas de sus expresiones más puras.
      Sin embargo, fuera de su mundo natural, que es la mayor parte del mundo que les rodea, mundo rural, no es tan «fácil» aplicar sus soluciones. No hay ciudadanos, que viene de ciudad, sino que sigue prevaleciendo los viejos modos del Antiguo régimen, donde el rey, la nobleza y el clero se encuentran establecidos y profundamente ligados a la propiedad de la tierra y sus gentes.
      En la medida que las ciudades van creciendo y desarrollándose hasta el punto de consistuirse en poder independiente del rey , en dualidad de poder, en alternativa de gobierno al rey, hasta punto de ejercer la responsabilidad de gobierno a mayor escala, se ven obligados a encontrar soluciones de ámbito territorial más allá de la ciudad, lo que reconoce como nación, como identidad nacional, que sirve de elemento aglutinante e integrador del campo y la ciudad, en sustitución de las reglas del antiguo régimen para el territorio. Surgen los estados-nación, como herederos de los viejos territorios del antiguo régimen, en una Europa disgregada y atomizada entorno a la idea nación. Sólo queda hipertrofiar la idea de nación hasta la inflamación que da lugar al nacionalismo, que recaba el esencialismo del antiguo régimen, donde la soberanía del rey se transforma en soberanía nacional, que en términos liberales sería el conjunto de ciudadanos y no ciudadanos unidos en una identidad territorial, a veces cultural o no, a veces religiosa o no, a veces lingüística o no, a veces étnica o no, a veces racial o no, a veces con estado o no, a veces geográfica o no, pero siempre, en todos los casos y en última instancia demarcación territorial.
      El nacionalismo y el liberalismo son fruto de una misma época que se enfrenta a nuevos escenarios. No se puede entender uno sin el otro. El nacionalismo recoge la tradición esencialista del territorio, el liberalismo recoge la lucha por los derechos individuales. Estado, nación y ciudadano. Creo que nos encontramos en un momento de soterrada superación de estos tres conceptos.

      • Javier Rambaud dice:

        Creo que liberalismo y nacionalismo son coetáneos, pero no tienen los mismos padres. El liberalismo nace, como bien dice, en parte de las ciudades (aunque también hay mucho mito en ese nacimiento), pero sobre todo de la reflexión política ilustrada. El nacionalismo en cambio es hijo de la tradición romántica (en cierta medida antiiliustrada), que, como afirma, tiene sus raíces en el mundo preindustrial, rural y señorial. Es cierto que habrá una combinación de ambos, en el nacionalismo liberal (como en Italia), pero tiene algo de engendro.

  • antonio dice:

    Abstracto vs concreto, son dos aspectos complementarios que utiliza la mente humana, en su análisis de la realidad, más allá de las historias que nos cuenten los que sólo aspiran a quítate tú, para ponerme yo y robar más. Luego esta la mente infantilizada de los votantes que caen en la trampa argumental de conmigo vivirás a cuerpo de rey.
    La naturaleza abstracta de nuestra mente, «amplia los límites» de la observación de la realidad, mientras que el aspecto concreto, circunscribe la realidad a unas limitaciones en la que se encuentra cómoda, y sólo esta dispuesta a realizar determinados cambios que impliquen pequeñas modificaciones, a los límites ya establecidos.
    Estos conceptos se pueden llevar a la filosofía, sociología, antropología, para montar estructuras argumentativas que terminan convirtiéndose en obsoleta para analizar la realidad porque esta avanza más rápidamente que la construcción lógica utilizada en el análisis.
    Un saludo.

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