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Familia y Educación (Los laberintos de la educación, Gedisa, 2009)

1.- Un modelo educativo

El discurso educativo se ha hecho pesimista y dramático. Casi siempre que hablamos de educación lo hacemos en términos  apocalípticos. Es cierto que educar es difícil, pero creo que debemos recuperar una actitud más optimista, animosa y activa. Tenemos los medios, los conocimientos y las oportunidades de educar bien, y sólo nos falta la decisión de hacerlo. ¿De dónde debe surgir este movimiento de renovación? Sin duda, tiene que ser de la sociedad en su conjunto, pero los dos protagonistas, los dos focos de la conciencia social educativa, han de ser las familias y las escuelas. No separadas, sino unidas. Padres y docentes forman el equipo pedagógico básico, y  debemos elaborar una pedagogía compartida, que permita que la casa y la escuela no sean espacios separados o antagónicos, sino cooperadores. Cada día se habla más de un “complementary learning”, de una enseñanza complementaria, entre ambas instituciones, pero esta idea tan elemental encuentra muchas dificultades para ponerse en práctica. Hay que vencer  perezas y recelos. Por ello, este artículo pretende ser, además de una exposición de motivos, una llamada a la acción, dirigida a la sociedad entera. Toda la sociedad educa bien o mal, y se beneficia o es víctima de los resultados educativos, que influyen en la calidad de vida total, no sólo económica. Por eso, sería conveniente elaborar una “Carta de los deberes educativos de la sociedad”, en la que se especificaran las obligaciones no sólo de padres y docentes, sino de medios de comunicación, funcionarios públicos, administraciones, sistema de salud, cuerpos de seguridad, políticos, jueces, etc. Como me gusta repetir, “para educar a un niño hace falta toda la tribu”, y “para educar bien a un niño, hace falta una buena tribu”, es decir, que se comprometa con la educación. La educación es un fenómeno en el que estamos todos implicados inevitablemente. Sucede con ella lo mismo que con la salud. Cada uno de nosotros debe cuidar de la propia, para lo cual es necesario que sepamos cómo hacerlo y adquiramos buenos hábitos. Pero también necesitamos que los demás cumplan las normas higiénicas,  que el medio ambiente no sea patógeno, que las aguas, el aire, los alimentos no estén contaminados, que haya un buen sistema sanitario, y también que nuestra forma de vivir, de conducir, de convivir sea saludable. Las responsabilidades individuales y sociales se mezclan de manera inevitable tanto en el caso de la salud como en el de la educación.

Para conseguir la implicación de todos, es necesario explicar bien a qué nos estamos refiriendo al hablar de educación, y cómo podríamos conseguir una mayor calidad en todos sus niveles. Necesitamos un buen marketing educativo, porque con frecuencia caemos en el error de pensar que “el buen paño en el arca se vende”, y puesto que no habría mejor paño que la educación, no necesitamos justificar contundentemente su necesidad. Pero no es así. Las encuestas nos dicen que la educación no está entre las mayores preocupaciones de los ciudadanos.

Comenzaré por el principio, precisando los objetivos de la educación. Con ella, lo que pretendemos es que nuestros niños y niñas adquieran los recursos intelectuales, afectivos, volitivos y morales necesarios para dirigir responsable y adecuadamente sus vidas, ser capaces de aprovechar las oportunidades y de enfrentarse con los problemas. Dicho de forma expeditiva, lo que todos deseamos es que estén en las mejores condiciones posibles para ser felices y ser buenas personas. Esto incluye la posibilidad de un buen trabajo, el talento para mantener relaciones afectivas profundas y satisfactorias, y para colaborar al bienestar general. Los objetivos de la educación son ambiciosos, pero pueden resumirse en una escueta fórmula:

Educación = instrucción + educación del carácter.

Educar es, sin duda, proporcionar al niño, o al adulto, los conocimientos necesarios. De eso se encarga fundamentalmente el sistema educativo. Pero es también ayudar a formar el carácter. Carácter es el conjunto de hábitos que una persona adquiere, y que van a ampliar o limitar sus posibilidades vitales. El buen carácter es el que aumenta las posibilidades de desarrollo, autonomía y eficacia de una persona. Ser optimista, valiente, soportar el esfuerzo, disfrutar con las cosas buenas, estar dispuesto a aprender continuamente, ser capaz de emprender proyectos, de comunicarse, de colaborar, mantener la seguridad en sí mismo, buscar la justicia, son recursos que forman parte del buen carácter. Nosotros no podemos resolver los problemas de nuestros hijos, ni siquiera sabemos cuál podrán ser. Ellos tendrán que pelear sus propios combates. Nuestra obligación es   proporcionarles competencias generales; ayudarles a desarrollar las fortalezas personales. Por ejemplo, podemos estar seguros de que al llegar a la adolescencia van a estar en un mundo en el que las drogas van a estar presentes. No podemos evitarlo. Lo único que podemos hacer es educarles para que ellos tomen la decisión más inteligente en el momento oportuno.

Baltasar Gracián escribió: “De nada vale que el entendimiento se adelante, si el corazón se queda”. En efecto, es inútil que una persona sepa cuál es la solución de un problema, si no va a atrever a ponerla en práctica. No sólo hace falta educar las ideas, sino también las emociones. Fomentar esas competencias básicas para una vida buena es un objetivo espléndido, pero ¿cómo conseguirlo?¿Quién debe acometer tan compleja tarea?

 

2.- La función educativa de las familias.

 

         A pesar de que la sociedad entera influye en la educación del niño, el protagonismo de la familia es determinante. Sin embargo, durante el siglo pasado su papel educativo  fue ampliamente criticado. Se la identificó como una institución autoritaria, que anulaba la libertad de los hijos.  Como he explicado en mi libro “La recuperación de la autoridad”, muchos psicólogos y pedagogos consideraron que la familia era castradora y los padres un peligro para el niño. También la escuela sufrió ataques parecidos, y algunos intelectuales llegaron a pedir la desescolarización de la sociedad, como única manera de librarse de la tiranía. Se impuso una educación permisiva que  desconfiaba de la autoridad parental e intentaba limitarla. Se repitió como un dogma de fe la afirmación de Freud. “Hagan lo que hagan los padres, lo harán mal”. Un sentimiento de culpabilidad amargó la vida a muchas personas, que llegaron a ver como una liberación la aparición del libro de Judith R. Harris The Nurture Assumption, que en España se tradujo con un título escandaloso: Por qué los padres no pueden educar. Según la autora, las dos grandes influencias educativa son los genes y el grupo de iguales, lo que deja poco campo de acción a los padres. El libro dio origen a un violento debate. Lo apoyó Steven Pinker, pero conocidos especialistas en desarrollo infantil llegaron a la descalificación de la autora y del libro. Brazelton dijo que era una tesis absurda y Kagan afirmó: “Siento vergüenza por la psicología”.

A pesar de su exageración, debemos tener en cuenta algunas  tesis de Harris. Refuerzan nuestra idea de que la familia debe educar directamente (mediante la acción directa con sus hijos) e indirectamente (ayudando a construir una sociedad educativamente conveniente para ellos). El entorno –en el que se incluye la escuela, los compañeros o los medios de comunicación- tiene una influencia que, en efecto, puede ser decisiva. Por eso, suelo repetir a los padres de mis alumnos: “Si te preocupan las notas de tus hijos, tienen que preocuparte también las notas de los amigos de tus hijos”. Así son las cosas: la influencia del grupo de iguales va sustituyendo, a partir de la adolescencia, a la influencia de los padres.

Como reacción ante estos excesos, surgió en Estados Unidos un movimiento muy poderoso (“From Zero to Three”) que defendía que todo lo importante para el niño sucede antes de los tres años. Durante esa época se construyen los cimientos de su futuro. La familia recuperó un protagonismo educativo, pero que de nuevo estaba propenso a desencadenar sentimientos de culpabilidad.  ¿Y si no se había hecho todo lo necesario antes del tercer aniversario del bebé, si no se le había leído lo suficiente o no se le había dado el pecho adecuado? El destino del hijo estaba absolutamente en manos de los padres. ¡Qué responsabilidad más agotadora!

Afortunadamente, las aguas han vuelto a su cauce. Se admite que los niños no nacen iguales, sino con un peculiar temperamento, que puede en parte educarse. Se reconoce la eficacia educativa de la familia, pero admitiendo también la influencia del entorno. Uno de los pedagogos más famosos del siglo XX, Urie Bronfenbrenner, ha escrito: “La familia parecer ser el sistema más efectivo y económico para fomentar y mantener el desarrollo del niño. Sin la implicación familiar, cualquier intervención es probablemente un fracaso, y los pocos efectos que se consiguen desaparecerán probablemente una vez que la intervención termine”. Se valora la importancia de los tres primeros años, pero aceptando que el carácter del niño se forma a lo largo de todo el período educativo. La importancia concedida a la familia explica la aparición de una nueva rama de la pedagogía, el  parenting. La “crianza”, podríamos traducir. Se ocupa de estudiar el papel de los padres en la educación y la necesidad que tienen los padres de ser educados para ello. Los copiosos volúmenes del  Handbook of parenting, dirigido por Marc Bornstein, o los libros de Gottman, Kagan o Brazelton son prueba de este interés creciente. Para aplicar estos conocimientos, he puesto en marcha la “Universidad de Padres on line”, una iniciativa que ayuda a los padres en sus tareas educativas desde el nacimiento del niño hasta los dieciséis años.

Gran parte de los hábitos que componen el carácter se adquieren en la convivencia familiar, y nos parece importante  informar a los padres del momento y de la manera de ayudar al niño para que los adquiera. Aspectos tan importantes para su formación y para su futuro como “soportar el esfuerzo”, “enfrentarse a los problemas”, “comunicarse adecuadamente”, “experimentar sentimientos prosociales”, etc, no se improvisan, sino que se van adquiriendo poco a poco, a lo largo de un proceso que podemos estimular y dirigir. Por ejemplo, los padres juegan un papel importante en la adquisición por parte del niño de una “seguridad básica”, fundada en las relación de apego, y en la presencia atenta y fiable de los padres. Los niños buscan su cariño y sus elogios como gran premio. La urdimbre afectiva en que el niño se mueve supone  su alimento fundamental, el gran motor de su crecimiento.

 

 

3.-Los estilos educativos

 

Los padres educan con estilos diferentes, de acuerdo con su carácter, sus creencias, su situación, la educación que recibieron. Las investigaciones sobre los estilos educativos tratan de averiguar qué dimensiones de la vida familiar están afectando al desarrollo de los niños, y si lo hacen positiva o negativamente, es decir, qué características predicen unos buenos resultados en el desarrollo de los niños y cuales no. Según las investigaciones más fiables, pueden aislarse dos dimensiones principales en esta influencia educativa:

 

  • Grado de exigencia: Padres muy controladores, que imponen una disciplina rigurosa versus padres que no exigen nada a sus hijos ni les imponen límites.
  • Grado de calidez afectiva: Padres que aceptan a sus hijos y son sensibles versus padres que rechazan a sus hijos y no tienen sensibilidad.

 

Combinando estas dos dimensiones,  resultan cuatro estilos educativos:

 

  • Estilo educativo AUTORITARIO (Rigor + frialdad): Los padres son exigentes y sin calidez afectiva. Intentan conformar, controlar y evaluar el comportamiento del niño y sus actitudes de acuerdo con normas tradicionales. Dan mucha importancia a la obediencia a la autoridad y no favorecen la comunicación con sus hijos, son emocionalmente distantes. Pueden utilizar el castigo físico cuando el niño desobedece.

 

  • Estilo educativo RESPONSABLE (Rigor + ternura): Los padres son exigentes y afectivamente cálidos. Son conscientes de que tienen más poder en la relación, de que controlan los recursos y tienen más experiencia, pero no por eso dejan de respetar a su hijo. No tienen tendencia al castigo físico, ni dan excesiva importancia a la obediencia por sí misma, sino como exigencia de una buena convivencia familiar. Ejercen un control sobre sus hijos que intenta ser razonable y educativo, explicándoles la necesidad de la disciplina. Tienen en cuenta el punto de vista del niño, incluso cuando no están de acuerdo. Tienen la expectativa de que su hijo se comportará bien y le animan a desarrollar su autonomía de manera responsable. Mantienen sobre él altas expectativas.

 

  • Estilo educativo PERMISIVO( laxitud + ternura): Son poco exigentes con sus hijos y afectivamente cálidos. Ejercen un control más laxo sobre sus hijos que en los dos estilos anteriores, bien porque creen que los hijos deben aprender por sí mismos o porque no se toman el trabajo de ejercer una disciplina. Dejan que sus hijos hagan prácticamente lo que quieran, les dejan decidir sobre las normas familiares. Tienen menos expectativas de que sus hijos sean maduros y logren sus metas.

 

  • Estilo educativo NEGLIGENTE (laxitud + frialdad). Son padres que no controlan a sus hijos, tienen bajas expectativas hacia ellos y son afectivamente fríos.

 

 

Numerosas investigaciones, en especial las llevadas a cabo por Diana Baumrid, permiten –con las necesarias cautelas-  atribuir los siguientes efectos a cada uno de los estilos de crianza:

 

  • Niños de padres autoritarios: Suelen tener falta de competencia social, se retiran a menudo del contacto social y es raro que tengan la iniciativa. Cuando tienen un conflicto buscan la autoridad del adulto para solucionarlo. Muestran falta de espontaneidad y de curiosidad.

 

  • Niños de padres responsables: Se comportan con más confianza en sí mismos, tienen mejor autocontrol, están más dispuestos a explorar y se sienten más satisfechos. Ya que sus padres son exigentes con ellos y utilizan una disciplina razonada, tienen mejor comprensión y aceptación de las normas sociales.

 

  • Niños de padres permisivos: Tienden a mostrar rasgos de inmadurez. Tienen dificultades para controlar los impulsos, aceptar la responsabilidad de sus actos y actuar con independencia.

 

–  Niños de padres negligentes :Los hijos no aprenden a controlar sus impulsos, tienen poca competencia social y no se sienten valorados. Les cuesta respetar las normas, suelen ser inestables emocionalmente.

 

El estilo responsable (authoritative) es el que mejor atiende al desarrollo del niño, y por eso  conviene recomendárselo a los padres. En muchas ocasiones no les resulta fácil seguirlo. Muchos padres tienen miedo a sus hijos hoy día, no un miedo físico, sino a que les maltraten emocionalmente cuando no se salen con la suya. Para mantenerse firmes ante las manipulaciones emocionales que todos los niños ponen en práctica (p.e. rabietas), es necesario –escribe Damon- “un cierto grado de apoyo cultural y estar convencido de que se está haciendo bien al niño” . Sin esto, los padres ceden a la presión emocional, a las demandas del niño y a su preocupación de “no hacer lo suficiente por ellos”. Parte de  esta presión la sienten los padres ante la posibilidad de educar mal a sus hijos, no protegerles de los peligros del mundo, dañarles, etc… (son preocupaciones razonables hasta cierto punto). Pero también la presión proviene de una cultura educativa que actualmente está centrada en el niño. Por ejemplo, si unos padres son más estrictos de lo habitual, pueden temer que su hijo no tenga amistades, porque es frecuente que los padres sean más bien permisivos. Otro ejemplo es la presión que sienten los padres por que sus hijos tengan tantos juguetes como los otros niños, o ropas a la moda. La presión puede provenir también de que los padres creen que su hijo tiene unos talentos extraordinarios (que no tienen otros niños), y quieren dedicarse por completo a que “no los pierda”. Los niños que consiguen lo que quieren mediante una rabieta aprenden en la adolescencia otras formas más sutiles de presionar emocionalmente a los padres, una de ellas es declararse en huelga, no hacer nada absolutamente hasta que consiguen lo que quieren: aprenden a no aceptar un “no” por respuesta y hacen lo que haga falta por conseguir sus caprichos.

Una de las tareas más urgentes para recuperar la sensatez educativa es quitar muchos miedos a los padres. Repetirles una y otra vez que  tienen dos grandes herramientas educativas: la ternura y la exigencia. La ternura es acogimiento sin reservas. La exigencia es firmeza en las expectativas. Ambas herramientas son necesarias. Sin ternura, el niño crece en un ambiente duro que puede provocar todo tipo de miedos y rigideces; sin exigencia, el niño no aprende a dirigir su conducta adecuadamente, no sabe lo que se espera de él, hasta dónde puede llegar. Terry Brazelton, tal vez el pediatra más prestigioso en Estados Unidos, insiste continuamente en ello. “Después de la ternura, la disciplina es la cosa más necesaria. Disciplina significa enseñanza, no castigo. El objetivo para el niño es conocer sus límites. Cada ocasión de disciplina es una ocasión de aprender. Por esto, después que hayáis dado prueba de vuestra autoridad, sentaos con el niño para reconfortarle, diciéndole: “No debes hacer eso. Yo debo impedírtelo hasta que tu seas capaz de detenerte a ti mismo”. “Si los padres comprenden que una autoridad tranquila, coherente, forma parte de su cariño, no se sentirán culpables .

 

5.- La educación de los padres

 

Los profesionales de la educación sabemos que no realizamos una actividad unidireccional. Educamos a nuestros alumnos y, en cierto sentido, somos educados por ellos. Algo parecido ocurre a los padres. Tener un hijo y educarlo es una experiencia “autoformadora” que debería tener efectos positivos también para los padres. Se van a enfrentar de una manera distinta al mundo, van a tener que reflexionar sobre muchas cosas, tomar decisiones, analizar las propias emociones. Las propias relaciones de pareja cambian a través de esa experiencia. La aparición de los hijos convierte a  una pareja en una familia. Y a los padres les interesa no sólo la educación y el futuro de sus hijos, sino la creación de una realidad nueva, que es la familia,  un sistema de relaciones que tiene sus reglas especiales y del que  surgen efectos ascendentes o descendentes. Siempre me ha interesado  el estudio de la “inteligencia compartida”,  es decir, de la que surge de interacciones entre inteligencias individuales. Pues bien, a todos nos interesa que haya “familias inteligentes”, que aumenten la felicidad, las posibilidades, el ánimo, la capacidad de enfrentarse con los problemas de cada uno de sus miembros. Niños y padres resultan beneficiados de ese “efecto de campo”. Por ello, para educar bien, los padres no sólo deben preocuparse de fomentar las capacidades de sus hijos, sino de conseguir que la familia como sistema de interacciones sea inteligente. Este asunto se trata poco en los libros de educación europeos, y algo más en los norteamericanos. Por ejemplo, Jerome Kagan, un prestigioso especialista de la Universidad de Harvard, en el prólogo al Handbook of Parenting, de Bornstein, escribe: “Los padres influyen en sus hijos al menos por tres caminos diferentes. El más obvio se refiere a las interacciones con el niño; el segundo deriva de la identificación del niño con el estatus social de los padres; la tercera forma es más simbólica. Muchos padres cuentan a los niños historias de sus antepasados o de sus parientes, para  que les sirvan como referencia en ciertas ocasiones. A los niños suelen interesarle mucho esas historias, y les sirven para elaborar su propia identidad. Los padres deberían utilizar más la apelación a los valores familiares: “Nosotros no mentimos”, “Nosotros somos un equipo”,  “Nosotros no nos acobardamos”, “Nosotros ayudamos a los demás”, porque esas afirmaciones acompañan al niño, le dan fuerza y ánimo. Y también comprometen a los padres.

 

 

7.- Padres y sistema escolar

 

         Hasta aquí, la tarea de los padres se desarrolla en la intimidad. Están proporcionando al niño la urdimbre afectiva básica de la personalidad. El niño aprende también en casa los primeros hábitos, y las primeras normas. La situación cambia cuando el niño es llevado a la guardería o comienza la escuela infantil. A partir de ese momento, los intereses educativos de los padres parecen concentrarse exclusivamente en los resultados académicos. Si los niños son buenos estudiantes, están muy tranquilos. Sin embargo, los resultados escolares no son más que un test fragmentario. Ni los buenos resultados aseguran una buena educación, ni los malos resultados lo contrario. Hay, por ejemplo, niños dóciles que estudian únicamente por obediencia, y que no están desarrollando su autonomía personal. Y hay niños brillantes, inventivos, que se acomodan mal a la disciplina escolar. El modelo que he propuesto antes, que conjuga la instrucción con la formación del carácter, nos permite evaluar mejor la educación. Un niño o una niña que es muy estudiosa, pero que no se atreve a enfrentarse a sus compañeros, si es necesario, no está educándose bien. Y lo mismo sucede con el niño que tiene mucha facilidad para sacar buenas notas, y no se esfuerza.  

La implicación de las familias en la educación es un factor decisivo del éxito escolar del niño. Las investigaciones más serias –por ejemplo las llevadas a cabo por el “Harvard Family Research Project”- muestran que la implicación de las familias predicen el éxito académico y el desarrollo social de los niños hasta su entrada en la enseñanza superior. Esta implicación se da en tres niveles: las actividades de “parenting”, las relaciones entre familia y escuela, la responsabilidad educativa de las familias, es decir, el énfasis de los padres en las actividades hogareñas que favorecen el aprendizaje.(Leer en casa, conversar con los niños, los juegos compartidos, proporcionar al niño un lugar para trabajar, preguntarle por la escuela, leer al niño, todas estas actividades están correlacionados con la motivación para aprender, la atención, la persistencia en la tarea, la riqueza de vocabulario, y la aparición de menos problemas de conducta.

Mencionaré alguno de los efectos educativos de la implicación parental,  citando a los investigadores de referencia:

1.-  Cuando los padres se implican en la educación de sus hijos en casa, estos tienen mejores resultados en la escuela. Y cuando los padres se implican en la escuela, los niños permanecen más tiempo dentro del sistema educativo,  y las escuelas lo hacen mejor”. (HENDERSON& BERLA)

2.- Cuando niños y padres hablan regularmente sobre la escuela, los resultados académicos de los niños son mejores ( HO & WILMS). Es importante el modo en que se habla: “Los padres tienen la responsabilidad de inculcar dos ideas sobre la escuela. Primero, los niños deben comprender que la escuela es un lugar amistoso y acogedor. Segundo, los niños deben comprender que la escuela es un lugar al que “se va a trabajar”, la escuela es su “trabajo” y tienen que realizarlo del mismo modo que los padres realizan el suyo”. (GERSTNER )

3.- Hay algunas actividades de los padres en casa que están firmemente asociados con el éxito escolar de los niños: Ayudar a que el niño organice su tiempo, ayudarle con los deberes, y hablar con él de los temas escolares. La vigilancia para que los alumnos realicen las tareas en casa, la lectura de los padres a los niños, y la participación en actividades voluntarias, tienen una influencia positiva en la educación de los niños (JORDAN, OROZCO & AVERET)

4.- Los padres que leen a sus hijos antes de que entren en la escuela favorecen su aprendizaje. Hablar a los niños sobre libros e historias también ayuda al progreso lector.

5.- Cuanto antes comience la implicación de los padres con la educación de sus hijos, más poderosos serán los efectos (COTTON & WIKELUND 1997)

6.- Los resultados de la implicación parental incluyen una mejora de los resultados escolares, reducción del absentismo, mejora de la conducta, y restaura la confianza de los padres en el sistema educativo (“The Home-School Connectiion Selected Partnership Programs in Large Cities”, Institute for Responsive Education, Boston;

7.- Cuando las guarderías o escuelas infantiles hacen una reunión con los padres para explicarles la importancia de la implicación temprana en la educación, se han conseguido mejoras importantes en (1) el tiempo y la frecuencia con que los padres leen a sus hijos, (2) el número de visitas que los padres hacen a los centros, (3) las relaciones entre los padres con hijos de la misma edad. (KREIDER )

8.- Las expectativas de los padres manifiestan una significativa influencia en los resultados de los alumnos en todas las áreas curriculares y en todos los cursos de la ESO. (MARCHESI & MARTIN )

9.- La idea que los padres tienen de la educación  influye en su actitud y en los resultados. Jesús Palacios distingue entre una idea tradicional y una idea moderna. “Las ideas tradicionales se relacionan con expectativas evolutivas tardías, una visión de las capacidades de niños y niñas poco optimistas, una alta valoración de la obediencia, procedimientos educativos de tipo impositivo, una concepción innatista de las capacidades de sus hijos y poco optimismo respecto a la capacidad de influir personalmente sobe dichas capacidades. Las ideas modernas representan el otro polo: expectativas evolutivas más precoces y optimistas, actitudes educativas menos coercitivas, una visión del desarrollo como altamente influenciable por la educación y por su actuación como padres, etc. (PALACIOS). Los niños con menores oportunidades para adquirir un vocabulario convencional son aquellos cuyas madres son de nivel sociocultural bajo y además sostienen ideas tradicionales. Cuando cambian esas ideas, los niños tienen más oportunidades de alcanzar niveles comparables a los del resto de sus compañeros, con independencia del nivel socioeco- nómico o educativo de sus progenitores.

 

10.- El alejamiento de la familia respecto de la escuela favorece el fracaso escolar.  Entre otros muchos factores que influyen en el fracaso escolar, hemos de tener en cuenta la “contraposición de culturas entre la familia y la escuela. Aquellas familias cuya cultura, estilos de vida, de relación y de estimulación estén mas alejados de la cultura escolar, de sus estilos de vida, de relación y de estimulación, van a ver cómo sus hijos pueden encontrar más dificultades en su tránsito por el sistema escolar. Palacios ha elaborado un estudio sobre niños y niñas de cuatro años. Los recursos educativos a disposición del niño son muy variados. Estos recursos indican una mayor fuente de estímulos educativos (más preguntas, más interés por lo que se hace en la escuela, más tendencia al distanciamiento simbólico de lo inmediato, mayor estimulación del lenguaje), y una mayor proximidad de actividades relacionadas con la cultura escolar (puzzles, juegos de números y letras, lecturas de cuento) Y por una mayor co-implicación del padre junto a la madre.

Para terminar citaré un caso muy llamativo. Muchas investigaciones han demostrado que los niños americanos de origen asiático suelen tener un cociente intelectual superior en unos tres puntos al de los blancos. Por su parte, los médicos y abogados de origen asioaméricano se comportaron, grupalmente considerados, como si su CI fuera muy superior (el equivalente de un CI de 110 para los de origen japonés y de un 120 para los de origen chino) al de los blancos (FLYNN). La razón parece estribar en que, en los primeros años de escuela, los niños asiáticos estudian más que los blancos. Sandford Dorenbush, un sociólogo de Standford que ha investigado a más de diez mil estudiantes de instituto, descubrió que los asioamericanos invierten casi un 40% más de tiempo en sus deberes que el resto de los estudiantes. “La actitud que sostienen los padres asiáticos es la de que “si no te lo sabes estudiarás esta noche y si aún así tampoco te lo sabes, mañana te levantarás temprano y seguirás estudiando”. Ellos consideran que, con el esfuerzo adecuado, todo el mundo puede tener un buen rendimiento escolar”. En resumen, una fuerte ética cultural de trabajo se traduce en una mayor motivación, celo y perseverancia, un auténtico acicate emocional (GOLEMAN).

 

 

 

8.- Las familias y los centros educativos.

 

La escuela debería ayudar a que los padres realizaran mejor sus tareas educativas en casa, y también a que se implicaran en el funcionamiento de los centros, porque la eficacia de éstos depende de la colaboración de las familias.

El Harvard Family Research Project distingue dos modos de colaboración, que me parece importante destacar. La implicación de los padres como “consumidores” de educación, que están preocupados por la que reciben sus hijos, y la participación como “ciudadanos” que quieren colaborar en la mejora de la educación en general. Mientras que aquellos buscan el éxito individual –de sus hijos o de su escuela-, estos quieren mejorar las escuelas, aumentar el compromiso de los padres, el entorno escolar, la equidad, y la calidad de la enseñanza. Antes me he referido a esta distinción, al hablar de educación directa e indirecta de los padres. Aquella se dirige a sus hijos directamente, ésta al entorno educativo de sus hijos, en especial a la escuela.

A estos movimientos se les conoce como “Community organizing”. El “National Center for Community Education”, la “National Coalition for Parent Involvement in Education” o el “National Center for Schools & Communities” o el “Family Involvement Networks of Educator”, patrocinado por el Harvard Family Research Project,  promueven la implicación familiar y ciudadana. A través de la Universidad de Padres pretendo fomentar esta colaboración entre los padres. Me parece por ejemplo muy importante que los padres de los alumnos de una misma clase se conozcan, y mantengan alguna relación entre sí, porque pueden ayudarse mutuamente a resolver problemas educativos de sus hijos. Además, el grupo de amigos es tan importante para el futuro del niño, que los padres deben intentar conocerlo y relacionarse con él.

El programa de Harvard también intenta cambiar también la idea que la escuela tiene de los padres. En vez de verlos como un problema, considera que la comunidad es un recurso, un banco de conocimientos que pueden ser útiles para los estudiantes y los docentes. Basándose en el estudio de 200 grupos de estas comunidades, la Cross City Campaign for Urban School Reform identificaron las siguientes características de estos grupos:

1.- Trabajan para cambiar las escuelas públicas haciéndolas más equitativas y efectivas para todos los estudiantes.

2.- Consiguen una gran base de miembros para tomar acciones colectivas y conseguir realizar sus proyectos.

3.- Construyen relaciones y responsabilidad colectiva identificando preocupaciones compartidas entre los vecinos y creando alianzas y coaliciones entre los vecinos y las instituciones.

4.- Eligen líderes para llevar a cabo los proyectos democráticamente decididos.

5.- Usan estrategias de educación de adultos, participación cívica, acciones públicas, y negociaciones para dar poder a los residentes en zonas de bajos ingresos, que se continúen en acciones para resolver los problemas.

La principal función de estas organizaciones es aumentar el capital cívico.  Con este nombre se designa las relaciones de confianza y reciprocidad dentro de las comunidades, en las que se basa una acción colectiva. A través de conversaciones entre pequeños grupos, los padres comparten sus historias. De este modo aumenta la empatía y se invita a los padres a ayudarse mutuamente. Además, se facilitan puentes entre padres, escuelas, instituciones comunitarias y administración públicas. Es curioso que en una sociedad tan participativa como la estadounidense, una de las metas urgentes que estas organizaciones tienen es vencer la resistencia de las escuelas, reacias a admitir esta participación y activismo ciudadano. Fomentan una novedosa implicación de los padres, cuya presencia aumenta en las escuelas. “Mejoran la comunicación con los profesores, conocen mejor lo que funciona en las aulas, y se convierten en eficaces ayudas para el aprendizaje de sus hijos en casa. Los padres sirven como tutores en clase y en programas después de las clases, conducen talleres de padres y ayudan a la seguridad de la escuela”(LOPEZ).

 

 

9.- El papel de los profesores para facilitar la comunicación con las familias

 

Parece evidente que las nuevas tareas educativas exigen un nuevo tipo de profesor. Durante varios años he colaborado en un proyecto para la formación inicial del profesorado de secundaria, en el Instituto de Ciencias de la Educación de la Universidad Autónoma de Madrid, y comprobé el poco interés de las autoridades académicas en este asunto. Diseñaré muy rápido el modelo de docente que consideramos necesario en la Universidad de Padres-

1.- El docente debe concebir la educación como un proyecto ético, entendiendo por Etica el conjunto de las mejores soluciones que la inteligencia ha alumbrado para resolver los problemas que afectan a la felicidad personal y a la dignidad de la convivencia.

2.- El docente tiene que ser un experto en educación y saber que su función es educar a través de las matemáticas, la literatura, el arte, la gimnasia. No necesitamos más didácticas de cómo se explica la ecuación de segundo grado, pero sí necesitamos que se nos explique cómo educamos a través de la ecuación de segundo grado.

3.- El  docente debe educar para la acción y para la convivencia.

4.- El docente tiene que ser un experto en resolución de conflictos. No podemos expulsar los conflictos fuera de la escuela. Vivimos en una sociedad conflictiva y lo que tenemos que hacer es intentar ayudar a resolver los conflictos, explicar por qué hay que resolver los conflictos. Y cuáles son las mejores soluciones.

5.- Los nuevos docentes tienen que ser buenos propagandistas de la educación. Debemos explicarle a la gente qué es lo que estamos haciendo. Abrir las puertas de los centros, atraer a la sociedad a la escuela. En suma, necesitamos un buen marketing educativo, porque no es verdad que el buen paño en el arca se venda.

6.- El nuevo docente  tiene que ser experto en colaborar con los demás docentes. Se ha acabado la época del profesor aislado, si es que alguna vez existió. Es el centro el que educa, es todo el sistema el que educa.

7.- El nuevo docente tiene que saber colaborar con las familias y establecer lazos entre la familia y la escuela.

Este es el asunto que se relaciona con nuestro  tema. He revisado los estándares para la selección de profesorado que han publicado diversas organizaciones educativas o psicológicas en Estados Unidos (CASPE). Extracto alguna de las recomendaciones:

“Los docentes tienen que establecer relaciones positivas y productivas con las familias. Y mantener una relación abierta, amistosa y cooperadora con las familias de cada niño, animarlas a que se impliquen en los programas educativos, y  fomentar las relaciones del niño con sus familias” (Council for Professional Recognition, www.edacouncil.org)

“Puesto que los niños viven en un entorno familiar y comunitario y dado que las investigaciones indican que la eficacia de la educación infantil depende de la cooperación de los padres y comunidades, los profesionales de la educación infantil necesitan  conocer este hecho para realizar su cometido”  (National Association for the Education of Young Children –NAEYC, www.naeyc.org

“Los psicólogos escolares tienen que conocer los sistemas familiares, incluyendo sus capacidades e influencia sobre el desarrollo escolar, el aprendizaje y el comportamiento, así como los métodos para conseguir implicar a las familias en la educación” (National Association of School Psychologist, NASP, www.nasponline.org

“Los maestros trabajan con y a través de los padres (with and trough) para apoyar el aprendizaje y el desarrollo de los niños”.”Los buenos docentes  trabajan para establecer buenas relaciones con las familias, para participar en la educación de sus hijos” (National Board for Professional Teaching Standards- NNBPTS,

www.nbpts.org

Quiero hacer especial énfasis en la opinión del National Council of Teachers of Mathematics (www.standards.netm.org) , que en el capítulo 8 de sus Principles and Standards for School Mathematics afirma que los profesores de matemáticas no deben ser capaces tan sólo de impartir conocimientos a los alumnos, sino de “fomentar la relación con las familias”.

 

 

         10.- La situación española

        

La participación de los padres en la escuela se hace, fundamentalmente, mediante el contacto con los tutores, la participación en los Consejos Escolares, en la AMPAS y la asistencia a escuelas de padres o actos parecidos. La relación con los tutores no suele ser muy fluida, entres otras cosas porque las horas de visita son escasas, y , normalmente, durante la mañana., lo que dificulta la asistencia de los padres Además, suelen tener como causa la aparición de algún problema, y pocas veces el deseo de participación de los padres en la mejora de la educación. En España hay una relación familia-escuela menos estrecha que en otros países de Europa. Por ejemplo, el número de reuniones con padres durante el curso es en España del 2’6,  en Alemania del 6’10 en Austria el 4. En estos paises no es infrecuente que los padres entren en el aula, pasen algunos ratos allí mientras se realizan las actividades habituales. La presencia de padres o madres en las aulas de educación infantil es en nuestro país prácticamente inexistente (PALACIOS ).

La escasa cultura de relaciones familia-escuela no ayuda a que los padres  (particularmente los más alejados de los usos, maneras y costumbres de la escuela) transformen sus ideas a propósito de sus hijos, de sus capacidades, de la forma de aportarles estimulación y mejorar sus condiciones de crianza y educación, ni a que cambien la visión que tienen de sí mismos y de su capacidad para influir en el desarrollo infantil. “En el mejor de los mundos, el cambio de ideas tradicionales a ideas modernas podría verse facilitado por la presencia de los padres en el aula, por la observación de la forma en que el profesor o la profesora se relaciona con los niños, les explica cosas, les plantea retos, etc. Pero en la realidad de nuestro entorno, parece que eso está demasiado lejos de lo que tanto los padres como los profesores están dispuestos a hacer. Por el contrario, la intensificación de las relaciones familia-escuela bajo la forma de más reuniones, de más contactos, de más información e intercambios, parece que pertenece más al ámbito de lo posible. Entendemos que esos intercambios constituyen el contexto ideal para mejorar el acercamiento entre la cultura familiar y la escolar en el caso de aquellos niños y niñas que tienen más probabilidades de fracasar ante las exigencias escolares que son aquellos cuyas ideas y cuyas prácticas familiares están más alejadas de las escolares (PALACIOS).

Las escuelas de padres  tienen como finalidad ayudarles a realizar con más seguridad y eficacia sus funciones parentales. Fernando de la Fuente las define como “Una de las estrategias más interesantes para crear un ámbito de diálogo educativo acerca de los fines y medios de la educación: por qué educamos, cómo educamos. Se inserta en el area de la comunicación o conversación, que no intenta lograr ninguna decisión operativa a corto plazo, sino solamente la reflexión, el diálogo, el consenso” (DE LA FUENTE)

Desde los Servicios Sociales del Ayuntamiento de Madrid, V. Fresnillo Poza y otras autoras,señalan los siguientes indicadores actuales de la necesidad de las E.P.:

  • La confusión sobre los valores que deben predominar. Algunos describen a nuestra sociedad occidental como hedonista, competitiva, consumista, individualista…y sin embargo, muchos reconocen encarecidamente valores como la solidaridad, el ecologismo, la cooperación, la tolerancia….
  • La falta de tiempo para compartir con los hijos, que hace que la escuela sea en muchos casos su segundo hogar.
  • La influencia creciente de los medios de comunicación que interfieren en ocasiones con lo que los padres desean transmitir a sus hijos.
  • Las diferencias generacionales con los consiguientes problemas de comunicación entre padres e hijos.
  • La falta de dedicación o de conocimientos para mejorar como persona y ofrecer así a nuestros hijos un mejor modelo de conducta” (FRESNILLO)

El punto negativo del funcionamiento de estas escuelas es el escaso número de padres/madres asistentes, ya que en el 70% de las estudiadas participan hasta 20 personas, no pasando en muchos casos de 10. Se aducen problemas de trabajo y de  tiempo para justificar las ausencias, por lo que resulta importante saber cómo animar a los padres a que participen. He intentado paliar alguno de las mayores dificultades aprovechando las nuevas tecnologías de la comunicación. La Universidad de Padres, que está teniendo una excelente acogida, imparte las clases a través de Internet.

La ausencia de participación se percibe también al estudiar los Consejos Escolares de Centro, y las Asociaciones de Madres y Padres. Los Consejos Escolares plantean problemas especiales respecto de la dirección de los centros, que están volviendo a ser debatidos con motivo de la nueva Ley de Educación (LOE), y que exceden de este trabajo.

 

10.- Una pedagogía compartida

 

Cuando entendemos la educación como algo más que el mero aprendizaje de conceptos, cuando nos estamos refiriendo a los recursos fundamentales del carácter, a los hábitos afectivos y volitivos, a la capacidad de dirigir la propia conducta, a la educación moral, vemos con claridad que la escuela y la familia deben colaborar. Y deben hacerlo de forma sistemática. Por eso quiero proponer la elaboración de una “pedagogía compartida”. Considero que el espacio “formalmente educativo”, es decir, el que tiene como objetivo consciente educar, tiene dos centros: la escuela y el hogar. Ambos constituyen un espacio común, que debe tener las mismas reglas y metas. Dicho así, parece obvio y, sin embargo, plantea problemas de una enorme complejidad. Para comprenderlo, basta recordar el debate sobre la enseñanza de “educación para la ciudadanía” que se ha dado en España recientemente. Las familias tienen reconocido el derecho a elegir la educación moral que sus hijos van a recibir. De este derecho surge una alternativa: (1) la escuela sigue los deseos de los padres y se hace confesional en algunos casos, (2) la escuela impone las normas a los padres en el espacio público, respetando su derecho en el espacio educativo privado. Ambas soluciones impiden la consolidación de ese “espacio educativo común” que me parece necesario.

La dificultad me obliga a invertir el argumento. El “espacio educativo común” no está al comienzo, sino al final. No existe tal espacio, pero sería bueno que existiera. Por ello, debemos esforzarnos en mostrar que es posible y que es necesario. La polémica sobre la educación moral se diluye cuando traducimos la educación en valores en términos de educación del carácter. La educación moral se convierte en “educación de las virtudes”, y así se recoge una  magnífica tradición que integra la sabiduría griega,  la teología cristiana, las filosofías orientales, o las investigaciones de la psicología positiva. El consenso sobre las virtudes básicas  es consistente. ¿Quién no va a valorar la valentía, o la justicia, o la templanza, o el buen juicio? Las virtudes, que son hábitos operativos, fortalezas, recursos fundamentales,  no prescriben, sino que descubren, inventan, reconocen, justifican.      No se trata de imponer un recetario moral, sino enseñar a pensar bien, sentir bien y actuar bien.

La “pedagogía compartida” debe procurar que padres y docentes tengan una información común. Por eso, propongo que los padres deberían recibir un “Libro de la familia”, en el que se explicara lo que va a estudiar el alumno en ese curso, y los recursos del carácter que se van a trabajar. De esa manera, los padres pueden colaborar de forma muy eficaz con la escuela. En la escuela primario podrán ayudar a los niños en el aprendizaje de los contenidos, es decir, en la instrucción. Según vayan avanzando, es posible que a los padres les resulte más difícil realizar ese cometido. Sin embargo, siempre podrán encargarse de supervisar el trabajo de sus hijos, elogiar sus progresos, y mostrar interés por lo que hace en la escuela.

En cambio, la ayuda para la formación del carácter permanece vigente y necesaria hasta el final del proceso educativo.

 

8.- Conclusiones para una política educativa

 

                 

Del estudio de la influencia de la familia en el éxito o fracaso del aprendizaje, se pueden sacar algunas conclusiones útiles para diseñar políticas educativas:

1.- Invertir en proyectos que aumenten la implicación  familiar en educación.

2.- Proponer mejores prácticas para la implicación famililar. Por ejemplo, permitir que los padres tengan tiempo para acudir a algunas actividades escolares.

3.- Esfuerzo de los profesores para arir vias de comunicación.

4.- Facilitar la reflexion de los padres, sobre sus ideas oexperiencias infantiles.

5.- Facilitar la transición

6.- Respetar la diversidad

7.- Aprovechar las redes comunitarias de apoyo a la infancia

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«Los Laberintos de la Educacion»

La presente obra fue galardonada con el IV Premio de ensayo humanístico

de la Fundación Privada Catalunya Literària, Biblioteca Divulgare

 

 

                 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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