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José Antonio Marina: «Me preocupa que nos volvamos estúpidos»

El filósofo, escritor y pedagogo español, José Antonio Marina.

ENTREVISTA

Eduardo Villamil | El Imparcial  |  3/11/2018 

El filósofo y ensayista español cree que tenemos una última oportunidad de «comprender nuestra evolución antes de decir ‘adiós’ a la humanidad».

‘Aprender de nuestro pasado para anticipar nuestro futuro’. Esa es la premisa de la que parte Biografía de la humanidad (Ariel, 2018), el nuevo ensayo del filósofo, pedagogo y prolífico ensayista José Antonio Marina, sin duda, una de las mentes más lúcidas y cabales de la España contemporánea, que siempre merece gran atención.

Cuando se habla de ‘evolución’, suele pensarse en la genética: en cambios físicos o fisiológicos, como los que convirtieron al primitivo primate en homínido y a éste en humano. En esta obra, que Marina publica junto al historiador Javier Rambaud, este recuerda que nuestra especie ha experimentado una evolución mucho más reciente e importante: la cultural.

En los últimos 10.000 años, coincidiendo con el final de la última glaciación, los genes del homo sapiens apenas se han visto alterados: conservamos la misma capacidad craneana, seguimos siendo bípedos, contamos con manos prensiles iguales a las de nuestros antepasados de hace 200.000 años… Y sin embargo hemos pasado de vivir en cuevas a erigir macrociudades inteligentes; de aprender a través de la transmisión oral a consultar Wikipedia en nuestro smartphone; del fuego al láser; de la Tierra a Marte, de los dioses al Big Bang…

Todos estos cambios han tenido lugar en nuestra parcela intelectual, no en la biológica. Sin embargo, con la irrupción de la Revolución Digital y en los albores de la Inteligencia Artificial, algunos intelectuales, como Marina, temen que perdamos nuestra identidad como especie, que olvidemos quiénes somos. ¿Por qué creen los autores que es importante que esto no ocurra? Porque sólo conociendo y comprendiendo nuestro pasado lograremos evitar que «patologías históricas como la pobreza, el fanatismo o la guerra» vuelvan a repetirse en el futuro.

Para averiguar más sobre tan interesante y atrevida propuesta, charlamos con José Antonio Marina:


En el libro reclama un humanismo de tercera generación que interprete la historia del sapiens como un gigantesco esfuerzo por convertirse en animales espirituales ¿Está el humanismo en peligro de extinción?

Creo que sí porque está siendo desplazado fundamentalmente de los sistemas educativos por la presión de lo que con un anglicismo se llama STEM (acrónimo de los términos en inglés: Science, Technology, Engineering and Mathematics). El humanismo tiene que desarrollarse por libre pero lo tiene muy complicado por su poco desarrollo en los sistemas educativos.

«Somos seres híbridos de biología y cultura, seres biológicos cultivados. Esa es nuestra peculiaridad»

Algunos postulan que, desde un punto de vista astrobiológico, el ser humano podría no tener nada de especial, al igual que el planeta Tierra en el Universo…

Lo peculiar del ser humano es que se haya distinguido siendo tan vulgar. Nuestros orígenes son muy humildes. Somos unos monos inteligentes que han hecho una operación prodigiosa sin saber que lo estaban haciendo. Han creado cosas gracias a la inteligencia y, a su vez, esas cosas revertían sobre la propia inteligencia humana modificándola, de manera que cada vez se entraba en una espiral ascendente que ha durado dos millones de años.

Hace dos millones de años aparece el homo y hace 400.000 el sapiens. Somos seres híbridos de biología y cultura, seres biológicos cultivados. Esa es nuestra peculiaridad.

¿Por qué espirituales y no racionales?

La espiritualidad es mucho más importante. No se puede decir que seamos racionales porque también somos irracionales. Nos movemos por conocimientos y por emociones. Hemos inventado cosas necesarias y otras absolutamente innecesarias. El ser humano adolece de una inquietud expansiva continua que se basa en el fenómeno más elemental que podemos rastrear: la representación simbólica.

Probablemente, al inicio de su singladura, nuestros ancestros pensarían lo mismo que un perro cuando veían una huella -saldrían corriendo para cazar al animal que la había dejado-, pero llegaría un momento en que al ver la huella de un bisonte, por ejemplo, se pararían a pensar qué hacer. Esta imaginativa forma de funcionar con representaciones y no sólo con sensaciones produjo un efecto que llega hasta nuestros días, porque vivimos en un mundo real e irreal a la vez.

De hecho, a las primeras tribus les costaría discernir lo real de lo imaginario. Por ejemplo, los aborígenes australianos, -la tribu más antigua del mundo conocido- creen en la «tierra del sueño», donde están sus antepasados y las fuerzas primordiales. A su vez, esto daría lugar a lo que denominamos religiones, que posteriormente se separarían de la razón y el conocimiento. Por todo ello considero que la etiqueta racional no nos vale para nada porque es demasiado restrictiva.

¿Coincide con filósofos como Richard Dawkins o Sam Harris, quienes distinguen claramente entre ‘religión’ y ‘espiritualidad’?

Creo que conviene utilizar el término ‘espiritual’ para todas las creaciones simbólicas. El cerebro no deja de ser un computador biológico determinista que se rige por leyes deterministas, al que hemos integrado programas ideales que se rigen por leyes ideales -la matemática, por ejemplo- y es de ahí de donde sale un tipo diferente de ser, pues, aunque es biológico se rige por leyes que no los son.

¿Cree que la tecnología está sustituyendo a la religión como objeto de culto?

En su sentido salvador, sí. En otros en cambio, no, porque lo que la tecnología intenta es pasar directamente al hacer, mientras que las religiones se basan en creencias que están por encima de los actos.

«Es importante que la inteligencia humana tome las decisiones sobre la inteligencia artificial»

¿Qué opina de la carrera que en estos momentos libran universidades y gigantes tecnológicos por encontrar una superinteligencia?

Ese es el problema teórico y práctico más importante al que hacemos frente. Por eso al comienzo del libro hago referencia al advenimiento del transhumanismo o de la poshumanidad, que son la síntesis de potentísimos sistemas que combinan la inteligencia artificial con el cerebro humano. Pero antes de lanzarnos por ese camino conviene recordar qué es la humanidad antes de decirle adiós.

Las máquinas tendrán más conocimiento que nosotros y serán muy creativas. La cuestión a plantearse entonces será: ¿quién tomará las decisiones?, ¿la inteligencia artificial o la humana? Me parece importante que sea la segunda la que siga tomando decisiones pero para eso debemos reformular la inteligencia.

¿De qué forma?

Nuestro cerebro tiene dos niveles de inteligencia: la computacional, que se basa en la biología y la memoria de nuestro cerebro, y trabaja de forma automática; y el nivel superior y consciente, encargado de dirigir el funcionamiento de la maquinaria neuronal. Por ejemplo, cuando nos hacemos una pregunta, ordenamos a esa parte neuronal que nos indique la respuesta. Lo importante en este caso es que toda esa maquinaria de ocurrencias tenga dos formatos: el neuronal y el informático. Por ese motivo, cada niño tendrá que saber programar para ir constituyendo su memoria personal en el cerebro y en su ordenador.

Llevo mucho tiempo trabajando con mi equipo en el Proyecto Centauro, cuyo objetivo es diseñar una inteligencia ampliada para una realidad ampliada, es decir, un modelo que garantice que podamos seguir tomando decisiones por encima de los potentísimos sistemas de conocimiento que están por venir.

«La neurociencia actual se encuentra con un claro problema: domina muy bien la sintaxis pero no sabe qué hacer con la semántica»

Existen proyectos, como Neuralink, en los que se está tratando de conectar directamente nuestro cerebro analógico al mundo digital para acelerar la adquisición de conocimientos, tratando de emular el «copia-pega» de nuestros ordenadores ¿cómo lo valora?

La neurociencia actual se encuentra con un claro problema: domina muy bien la sintaxis pero no sabe qué hacer con la semántica. Somos capaces de rastrear y seguir los impulsos nerviosos, pero no sabemos qué pasa cuando adquieren significado ni cómo se enriquecen o se transmiten significados complejos.

Por ejemplo, sabemos que la atención tiene un límite: 7 ± 2 bits. No obstante podríamos ampliarlo convirtiendo cada bit en un bloque de bits. A efectos de la atención funcionaría como un solo bit, pero tiene significados complejos. El problema reside en empacar la información para que adquiera estos significados.

El descubrimiento más importante que se ha hecho en neurociencia es la memoria de trabajo. Cuando leemos, nuestra atención se fija en la palabra que enfocamos, y dicho foco sigue la línea. ¿Qué sucede con las palabras que acabamos de leer? En principio las recordamos, pero no literalmente. Nuestra memoria ha ido resumiéndolas dejando lo esencial para comprender la frase. Cuando terminamos una novela, el resumen será más largo que el de la frase, pero igualmente entenderemos el libro. Esa capacidad de nuestro cerebro para resumir por su cuenta es lo que posiblemente determina la capacidad de comprensión de cada persona, y en último término su inteligencia. La relación entre memoria e inteligencia es total.

-Además de buscar la inteligencia en las máquinas, también oteamos el firmamento (proyectos como SETI o METI) en busca de señales de hipotéticas civilizaciones extraterrestres. Da la sensación de que buscamos inteligencia en cualquier sitio menos en nosotros mismos…

En realidad, la inteligencia es una actividad que se objetiva en “maquinas inteligentes”, “objetos inteligentes”, “instituciones inteligentes”. Es decir, una de sus argucias en depositar parte de sus creaciones en objetos que otros pueden utilizar sin necesidad de saber lo que están utilizado. Un ejemplo claro es el lenguaje. Lo de la búsqueda de inteligencias exteriores es pura curiosidad científica.

-A pesar de lo modernos y avanzados que nos creemos, parece haber una clara tendencia a la polarización, a la división en dos de las cosas: todo es o blanco o negro, sin grises. ¿Por qué seguimos siendo tan cuadriculados? ¿Resulta más cómodo pertenecer a un bando que buscar posiciones intermedias?

La oposición se da más en cuestiones humanas que científicas. La ciencia es más matizada. El maniqueísmo es una mala teoría moral, y el fanatismo es un mal consejero.

«Las redes sociales glorifican cualquier opinión, lo que hace más necesario el pensamiento crítico»

-¿Estamos cada vez más aborregados? ¿Se está diluyendo nuestro espíritu crítico?

No hay que pensar que cualquier tiempo pasado fue mejor. Lo que ocurre es que con las redes sociales tiene voz más gente y existe una glorificación de cualquier opinión. Esta amplitud de difusión de los mensajes es lo que hace más necesario el pensamiento crítico.

-Lamarck decía que “la función crea el órgano”. ¿Ve posible que la facilidad para adquirir información que nos brindan la red y el entorno digital termine atrofiando la parte de nuestro cerebro dedicada a la memoria a largo plazo (lectura profunda), en beneficio de la memoria de trabajo (multitarea)?

Se habla ya del ‘efecto Google’, y Jason Lanier, uno de los inventores de la realidad virtual, ha alertado sobre el “rebaño digital”, es el título de uno de sus libros. Yo he defendido que la inteligencia humana puede estar en “estado personalizado”, en “estado de masa” y en “estado de red”, estos dos últimos sesgados debilitan la capacidad crítica.

-Entre la clase política está muy de moda utilizar la época de entreguerras como analogía de lo que podría volver a suceder en un futuro cercano si seguimos alimentando movimientos populistas y nacionalistas de todo signo ¿Cree que esta comparación es justificable o se trata de un vago (en todos los sentidos) concepto argumentativo?

Las situaciones son muy complejas y nunca son iguales. Pero, como decía Voltaire “La historia nunca se repite; pero los hombres, siempre”. Como hemos explicado en Biografía de la humanidad, hay esquemas evolutivos que se repiten.

«Los nacionalismos son, en parte, una defensa contra la globalización y, en parte, contra el mundo líquido»

-¿A qué atribuye el resurgir de ciertos nacionalismos? ¿No chocan con esa “aldea global” de la que hablaba McLuhan? ¿O más bien casan con los «tiempos líquidos» a los que se refería Bauman?

No, no casan con los tiempos. Son, en parte, una defensa contra la globalización y, en parte, contra el mundo líquido.

-¿Qué es lo que más le preocupa del futuro del ser humano? ¿Y lo que le da esperanza?

Me preocupa que nos volvamos estúpidos. Mi esperanza está en que esto no suceda.


José Antonio Marina (Toledo, 1 de julio de 1939) es catedrático excedente de Filosofía en el instituto madrileño de La Cabrera, Doctor Honoris Causa por la Universidad Politécnica de Valencia, además de pedagogo, conferenciante y floricultor.

Ha dedicado toda su labor de investigador a la elaboración de una teoría de la inteligencia que comienza en la neurología y termina en la ética. La función principal de la inteligencia no es conocer sino alcanzar la felicidad y la dignidad.
Paralelamente a su labor ensayística, Marina se encuentra comprometido con el proyecto de impulsar una «movilización educativa» cuyo propósito es involucrar a toda la sociedad española en la tarea de mejorar la educación mediante un cambio cultural que aproveche la preocupación, la generosidad, la energía y el talento de miles de personas dispuestas a colaborar.
Marina ha dedicado decenas de libros a la creación, los sentimientos, la voluntad, el lenguaje, la ética, la religión y la política.
Ha sido galardonado con numerosos premios: Anagrama de Ensayo, premio Giner de los Ríos de la innovación Educativa y premio Nacional de Ensayo.
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