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Juegos Infantiles

He encontrado a un viejo amigo y hemos hablado de nuestros juegos de niños. Son recuerdos amables y cordiales, que les animo a recuperar. Incluso, me gustaría que me los contasen. ¿A qué jugaban de pequeños?

Pasé mi infancia en Toledo. Vivía en una casona enorme, con patio y aspidistras, situada en un callejón al que se accedía por una plazuela, uno de cuyos laterales estaba cerrado por el muro del convento de San José, donde Santa Teresa de Jesús escribió Las Moradas, y que nos servía de estupendo frontón. Los niños jugábamos en la calle, que de alguna manera era nuestro reino. Llegábamos del cole, arrojábamos la cartera o el cabás y salíamos corriendo. Hacía tanto tiempo que no oía ni utilizaba la palabra “cabás”, que he ido al diccionario para comprobar si realmente existe. Existe. Significa la caja en que los colegiales transportaban sus libros y enseres. Las calles, en aquella época, eran acogedoras para los niños, y allí nos quedábamos hasta que comenzaban a llamarnos. Por el orden en que éramos convocados podían conocerse los horarios de comidas y cenas. Y por el apremio de la voz, el termómetro de la paciencia. Jugábamos al fútbol y los niños más pequeños, a correr. Siempre me ha intrigado esa afición corredora. Basta que un niño pase corriendo al lado de otro y le roce, para que este salga disparado en su persecución. Pero me interesa mas recordar los juegos de estación, es decir, los que aparecían durante unos meses para desaparecer luego, movidos por una lógica desconocida. Había por ejemplo la temporada de las canicas y la temporada de las peonzas. Con las canicas jugábamos al guá, que consistía en meter la bola en un agujero, o a la “condena” que consistía en lo contrario, en sacarlas de un círculo dibujado. Había canicas de barro –proletarias- y de piedra, que los expertos frotaban para que se volvieran rugosas y no se escurrieran. Luego había unas vistosas canicas de cristal coloreado, que nos parecían de chicas. Con las peonzas competíamos en ver quien las hacía bailar durante más tiempo, o en “matar” a una con otra, para lo que aguzábamos el rejón, hasta tal punto que con habilidad y fuerza se podía partir en dos la peonza del adversario.

EL COCHERITO, LERÉ, ME DIJO AÑOCHE, LERÉ, QUE SI QUERÍA, LERÉ, MONTAR EN COCHE, LERÉ. Y YO LE DIJE, LERÉ, CON GRAN SALERO, LERÉ, NO QUIERO COCHE, LERÉ QUE ME MAREO, LERÉ

Y OTRA MÁS MOVIDA:

AL PASAR LA BARCA ME DIJO EL BARQUERO LAS NIÑAS BONITAS NO PAGAN DINERO

Las niñas, por su parte, jugaban a hablar de sus cosas, a organizar tiendas, a un juego de habilidad que consistía en cruzar, empujándolos con la uña, unos alfileres de cabeza grande y coloreada–en Toledo creo recordar que se llamaban “bonis”- , al “pite” y a la comba. Para jugar al “pite” se dibujaba en el suelo una serie de casillas y había que pasar de una a otra en el orden establecido y a la pata coja. Saltar a la comba me ha parecido siempre un juego precioso, sobre todo porque iba acompañado de preciosas canciones.

Gran parte de esas canciones se han olvidado. Formaban parte de un delicioso folclore infantil, en el que se contaban cuentos cantando.

 “EL PATIO DE MI CASA ES PARTICULAR CUANDO LLUEVE SE MOJA, COMO LOS DEMÁS

El juego es una metáfora del paraíso. El tiempo pasa volando, alegre, divertido. Es una pena que al crecer dejemos de jugar. Creo que recuperar el juego sería la mejor cura de rejuvenecimiento imaginable.

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