Las Encinas
Atravieso en tren el campo extremeño dulcificado por las lluvia, y vestido con galas primaverales. Entre las efímeras flores del campo, destacan las encinas casi eternas. Me dejo llevar a lo largo del paisaje y sin darme cuenta me encuentro paseando por los paisajes de mi memoria. Allí también hay encinas. Las de un poema de Virgilio que tras describir cómo resisten a los vientos más ásperos, termina:”prendida queda en alta peña,/en el cielo la frente, y las raíces/ en el seno de la tierra hundida: así, el héroe”.
Vivo en un jardín asilvestrado con encinas, y todas las primaveras recuerdo el bello texto que escribió Muñoz Rojas festejando la floración de estos árboles, que rompen su adustez con unas delicadas florecillas doradas, unas pequeñas cabelleras de miel. Se llaman, sin duda por un motivo poético, “candelas”. Mientras continuo mi dual paseo, me doy cuenta de lo bien podadas que están las encinas reales. Conocí a un viejo podador, miembro de una de las cuadrillas que durante todo el año recorren las dehesas cortando madera para hacer carbón, y eso abre otro camino en mi memoria, que recorro. De niño, en mi enorme, bella y desapacible casa de Toledo, nos calentábamos con braseros alimentados con carbón de encina, que bajo su negrura aún mantenía un vago recuerdo campestre. El brasero tenía su ritual. Había que remover su lumbre de vez en cuando con la badila, una adornada paleta metálica. Cuando iba al colegio, veía en la puerta de las casas los braseros encendiéndose, con una elemental chimenea de hojalata puesta encima del montoncito de carbón, y que a mi me parecía la chistera de un buhonero.
Dejo de pasear la mirada por el paisaje exterior e interior, y vuelvo a la pantalla del ordenador que tengo delante, porque debo escribir el articulo para LA VANGUARDIA. Decido dedicarlo a las encinas, no para hablar de las encinas, sino para hablar de la memoria, un tema que cada vez me apasiona más. Espero que no sea por la edad, sino por la necesidad urgente de rehabilitarla. En el Reino Unido están elaborando una nueva ley de educación, que funda, como es lógico, el aprendizaje en la memoria. Acabo de publicar El aprendizaje de la creatividad y una vez más constato que también es imprescindible para crear, inventar, innovar. Ya lo dijo Ortega: para tener mucha imaginación, hay que tener mucha memoria. Pero los investigadores han dado un paso más, que yo he aprovechado. La memoria creadora se basa en ricas redes de información, tupidamente conectada, y en la agilidad para recorrerlas. Los campos semánticos están cruzados por una red de caminos mentales, como los que he comenzado a recorrer en el caso de la encina. La riqueza de las ocurrencias va a depender de la riqueza de esas conexiones y la eficacia con que las recorramos o activemos. De esto se ocupa otra tipo de memoria, que en este momento está en el candelero científico, la “working memory”, la memoria en acción. Los neurólogos consideran que en ella reside la creatividad. Google intenta copiar nuestras redes interiores, y es un auxiliar fantástico, pero su aprovechamiento depende de nuestra memoria personal. Recuerden que un burro conectado a Internet sigue siendo un burro. Me encantaría que me enviasen su “red de conexiones” de una palabra, para un trabajo científico que ya les explicaré. Algo parecido a lo que hecho con la encina. He elegido un objeto sencillo, para que resulte manejable la tarea. Un árbol también, pero mediterráneo: el pino.